Iván Márquez, Jesús Santrich, El Paisa, Romaña y toda la manada de bandidos que aparecen en un video anunciando su rearme, traicionaron a Colombia y al mundo. También traicionaron a su propia gente. Ellos fueron los que le fallaron al proceso de paz y son los responsables de las consecuencias que su traición traiga para los acuerdos. Pero esa imagen retadora, armados hasta los dientes, amenazantes y disfrazados con un discurso melcochudo, de Robin Hood de quinta, no habría sido posible si la justicia colombiana hubiese sido eficaz. Estos bandidos deberían estar presos y extraditados por narcos. Pero los protegieron, les dieron tiempo, garantías sin límite y los dejaron volar, con la excusa de estar cuidando la paz. Con esa actitud, las autoridades se convirtieron en cómplices de quienes traicionaron los acuerdos. Ese no puede ser el camino, ya está demostrado que así no se cuida la paz, la paz se cuida con generosidad y severidad, no con la debilidad del Estado, no con el silencio y la inoperancia de la justicia.
Quizás, quizás, quizás, estos reincidentes de “la nueva Marquetalia” nunca estuvieron realmente en el proceso, no olvidemos a ese Márquez desconfiado y terco durante la negociación en Cuba que despreció la curul aquel 20 de julio de 2018, esa curul de senador que ganó automáticamente por firmar la paz. Era obvio, Márquez huyó de la extradición, tras la captura por narcotráfico de Santrich y de su sobrino Marlon Marín, durante el Gobierno Santos. Lo absurdo es que haya tenido más de un año para rearmarse y que ninguna autoridad haya sido capaz de dejarlo en evidencia, sacarlo del proceso y ponerlo tras las rejas, ¿qué pasó con la inteligencia? Él se aprovechó de la laxitud del acuerdo. Mientras Márquez planeaba volver a disparar contra los colombianos, aquí la JEP le seguía “el debido proceso transicional” y sus aliados políticos lo defendían. El escenario perfecto para un bandido. Jesús Santrich es una de las mayores vergüenzas del proceso, un narco que bajo el paraguas de desmovilizado y de discapacitado se mostró indefenso, mientras negociaba toneladas de cocaína con el Cartel de Sinaloa. La estrategia le funcionó, la JEP fue ciega, ordenó su libertad, no vio las pruebas y frenó su extradición hacia los Estados Unidos, lo blindó, le creyó su ‘voluntad’ de paz. De no ser así, el congresista Santrich estaría respondiendo ante una corte de ese país. Pero libre, con el fusil terciado, panzón y lleno de ira y venganza, este hombre es de nuevo una amenaza. Le fue muy fácil volarse por aquella ventana y esconderse en Venezuela, porque aquí se dejaron engañar por el viejecito en silla de ruedas que deprimido quiso quitarse la vida, antes que dejarse extraditar. De hecho el día que publicaron el video anunciando su rearme, la única orden de captura que estaba vigente era la de Santrich en la Corte Suprema, emitida cuando ya se había escapado. Un disparate por el que nadie responde. Iván Duque tiene una prueba de fuego, debe mostrar su liderazgo, y si no, corre el riesgo de matar la paz con las Farc, así haya nacido defectuosa. Romaña y el Paisa, de los más sanguinarios en las Farc, posaron de cultivadores bonachones y poco a poco se fueron alejando hasta quedar protegidos por el régimen de Maduro. Esos son narcos, secuestradores y asesinos fríos, que solo saben infundir terror y ver correr sangre, no importa de quién sea. Solo para no perderlo de vista: Romaña es el del frente 53, el de las pescas milagrosas, y el Paisa es el de la Teófilo Forero, el de la bomba a El Nogal. Son unos bárbaros. La presencia de Jhon 40 en el video solo anuncia que el combustible de los rearmados será el narcotráfico. Ellos lo único que están maquinando ahora es cómo hacer daño, protegidos por Maduro y aliados con cuanto bandido se pueda como los del ELN y los disidentes de Gentil Duarte. Que la búsqueda de la paz no se detenga es una esperanza, pero es necesario reconocer los errores, lo que empieza mal, termina mal. Santos se equivocó cuando hizo una paz que medio país no quería, cuando pasó por encima del No que ganó en el plebiscito, cuando firmó de prisa porque era necesario para justificar su Nobel.
El Gobierno Duque debe cumplirles a los desmovilizados que sigan firmes en la legalidad, protegerles la vida y no permitir que Márquez con su banda los seduzca para retomar las armas. El Gobierno debe ser el muro de contención. Pero el Estado no puede hacer más el papel de bobo útil, debe estar vigilante para detectar el más mínimo movimiento de los desmovilizados hacia el rearme. También habrá que cuidar que miembros del Partido Farc no terminen con un pie en el Congreso y otro en el grupo de narco-matones de Márquez. ¿No será hora de reconocer que para proteger la paz hay que hacer algunas reformas que garanticen severidad y celeridad con quienes incumplan? No estoy de acuerdo con que les quiten las curules a quienes ya las tienen. Tampoco con echar todo a la basura. Ante la declaratoria de guerra de estos ‘farcsantes’, Duque tiene en sus manos la ley y la fuerza del Estado para combatirlos, que los capture y los extradite cuanto antes y que le cuente al mundo que a las Farc se les ofreció hasta lo imposible para que se desarmaran, pero Márquez y sus secuaces prefirieron las armas a la política, que el mundo sepa que Márquez los engañó, nada justifica su decisión de volver a delinquir, aunque mejor que lo hagan de frente y no camuflados en el proceso de paz. ¿Para cuándo el Partido Farc dejará de llamarse Farc?