Me pasa mucho estos días que, cuando me topo con amigos o extraños, el tema de conversación sea el mismo: ¿quién reemplazará a Gustavo Petro? No sé si es que la gente cree que ese es un tema que me apasiona o que tal vez es lo único que sé, pero una y otra vez la conversación cae en la misma dinámica y la respuesta. Por lo menos de mi parte, esta es: no tengo la menor idea.
No me tome a mal, no es que no me importe ni mucho menos que no me esté dando cuenta de la velocidad de destrucción de este Gobierno, que tan solo la semana pasada nos dejó con titulares como que la venta de casas nuevas cayó un 25 por ciento con respecto al año pasado, o que la muy inteligente solución de la administración Petro, ahora que no le cuadra la caja por andar haciendo cuentas alegres, es pedir que le aumenten la capacidad de endeudamiento, o que el jefe de Estado esté pensando en que el sombrero de un exguerrillero del M-19 debe ser patrimonio de la nación. Claro que todo eso me importa y me preocupa, pero realmente no tengo idea de quién lo puede reemplazar.
Por eso le prometí a la última persona que me hizo esta pregunta preparar una respuesta elaborada y tratar, por lo menos, de ponerle un marco de análisis a tan importante y determinante inquietud.
Lo primero es evitar cometer el mismo error que nos tiene ahora pariendo borugos, que no solamente nos dejó como presidente a Gustavo Petro, sino que también nos dejó con un caballo de Troya peor, como Rodolfo Hernández. Debemos evitar empezar a responder esa pregunta con los que aparecen primero en las encuestas.
Déjeme decirle así de claro: las encuestas, a estas alturas, no importan, no significan nada y muestran un panorama distorsionado porque incluyen a personajes sin dejar claro cuál es el parámetro real.
Segundo, déjeme recomendarle un libro que se hace esa pregunta y la responde de una manera que vale la pena analizar. Su nombre: La diferencia presidencial: el estilo de liderazgo desde Franklin D. Roosevelt hasta Barack Obama, de Fred Greenstein, Ph. D. de Yale y profesor de Princeton. Según el académico, las condiciones imprescindibles de un mandatario deben ser:
– Tener una gran habilidad comunicativa.
– Tener una destacada capacidad para estructurar una organización y manejar personal.
– Tener una visión política clara y articulada sobre el futuro del país.
– Tener inteligencia y agudeza mental.
– Ser capaz de controlar sus propios sentimientos y utilizar las emociones para guiar su liderazgo.
– Tener una gran capacidad de negociar y convencer a otros.
Sobre algunos mandatarios, dice:
– Franklin D. Roosevelt (FDR): Greenstein destaca la habilidad de FDR para comunicarse eficazmente e inspirar a la nación durante la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial.
– John F. Kennedy: destacado por su capacidad comunicativa y la inspiración que generaba, aunque tenía algunas deficiencias en la organización política.
– Richard Nixon: su presidencia fue marcada por habilidades cognitivas y visionarias, pero su falta de control emocional llevó al escándalo de Watergate.
– Ronald Reagan: valoración alta en habilidades comunicativas, inspirando a la nación con su optimismo.
– George H. W. Bush: un enfoque pragmático en la política, pero con desafíos en la comunicación emocional.
– Bill Clinton: sobresaliente en capacidad cognitiva y habilidades comunicativas, aunque enfrentó problemas personales que afectaron su presidencia.
– George W. Bush: apreciado por su habilidad decisiva, pero su mandato fue complicado por controversias políticas y la guerra en Irak.
– Barack Obama: destacado por su capacidad comunicativa y su visión política inclusiva, aunque enfrentó desafíos en la organización política.
El análisis anterior no toca temas de política pública, pero en este caso podrían ser resumidos en cinco preceptos: seguridad, estabilidad jurídica y política, Estado pequeño pero eficiente, respeto a las libertades individuales y cero tolerancia a la corrupción.
¿Tenemos en Colombia a alguien que tenga esas cualidades que nos plantea el autor? Creo que primero debemos hacernos la pregunta de cuál es el presidente que Colombia necesita y, como en una receta, qué ingredientes debe tener. Si seguimos buscando el reemplazo al desastre actual tratando de encontrar al que hable más duro o al que se le pare más fuerte al Gobierno, estamos destinados a encontrar a alguien peor, con simplemente otro color político, y, por lo tanto, estaremos nuevamente condenados sin posibilidad de progresar.