Palacio es un lugar solitario. Las pocas personas que por ahora visitan el lugar lo describen como un escenario vacío donde el frío sabanero es más intenso que lo normal. Atrás quedaron los días de ajetreo constante, voces en los pasillos y reuniones múltiples, no necesariamente útiles.  

Hoy las cosas son diferentes. A la distancia se puede escuchar el movimiento de algunas tristes hojas y hasta el choque de uno que otro pocillo de tinto contra el pequeño plato que lo acompaña. Lo que sí es evidente en la sede de Gobierno del presidente Petro es la seguridad. El esquema del recinto de gobierno es mucho más fuerte e incluso un nuevo detector de metales se ha instalado en el perímetro del jefe de Estado. Petro, si está en Palacio, está solo y desconectado. Grave.  

Gustavo Petro es un presidente que no escucha. No escucha a los gobernadores. La semana pasada fue ejemplo de cómo la administración no está dispuesta a escuchar a las regiones. Aunque se llena la boca diciendo que este es el Gobierno del pueblo, parece no querer sentarse con quienes democráticamente, diferentes a él, también lo representa.  

En tremenda gazapera terminó un conato de acercamiento entre los gobernadores y el ministro del Interior, Luis Fernando Velasco, quien llamó hipócritas a los administradores locales por querer comunicarle los problemas, principalmente de orden público, que azotan a la nación.  

El ministro les dijo que era una jugada política hablar de atentados, secuestros y asesinatos ad portas de las elecciones locales, olvidando claramente que es responsabilidad de los gobernantes la seguridad de sus gobernados. Y, segundo, que fue el tema de seguridad, y la promesa de la paz total, el elemento fundamental de la campaña que llevó a su jefe a ser Presidente. Mejor dicho, los reclamos funcionan cuando ellos los hacían como políticos, pero son inválidos ahora que están en el poder. Despótico. 

Gustavo Petro es un presidente que no escucha. No escucha a los empresarios. El ambiente de la Asamblea General de la Andi en Cartagena fue lúgubre. Varios de los asistentes me reportaron que las conversaciones en los pasillos, que es donde por lo general brota el sentimiento real, describieron mucha incertidumbre. La mayor queja: no hay interlocución. Aunque la Andi busca mantener vivo el vínculo con el Gobierno, muchos sienten que de manera directa no hay cómo llegarle al Ejecutivo. Describen una gran diferencia frente a lo que ocurría en administraciones pasadas.  

Gustavo Petro tampoco escucha a los artistas. No son pocos los otrora defensores del candidato que critican fuertemente al presidente. ¿Qué ha hecho por los artistas?, es lo que se les escucha a muchos de los miembros del gremio. ¿Dónde quedaron las promesas de campaña que incluían mejores salarios, estabilidad laboral y nuevos proyectos? No son pocos los miembros de ese medio que me han contactado para decirme que se sienten hoy por hoy desamparados por la administración, ahora más, que está claro que los medios del Estado serán usados como escudo y propagador de las narrativas del Gobierno. 

Gustavo Petro tampoco escucha a los que lo cuestionan. Los remezones de ministros no han sido pocos. Por Palacio ya han salido once ministros. Unos por sospechas de corrupción y otros por tener fuertes diferencias con el Jefe de Estado. Según han dejado entender exfuncionarios como Alejandro Gaviria y José Antonio Ocampo, al presidente no le gusta que le lleven la contraria o que le cuestionen sus iniciativas o procederes. El presidente se siente con la verdad revelada. 

Todo esto nos lleva a la realidad de los próximos tres años de gobierno. Uno en el que el presidente seguirá quedándose solo y dará entrada únicamente a los leales obsecuentes. Atrás quedaron los días del intento de pluralidad con el que arrancó el Ejecutivo, para dar paso a la soledad de palacio que solo rompen aquellos lugartenientes que saben mezclar ciertas características y hábitos personales con la cacofonía del mismo discurso. Eso no le conviene al país. 

Gustavo Petro suma a su intolerancia la desconfianza extrema. Sus cercanos aseguran que romper las barreras personales que él ha impuesto con el paso de los años, y, que se han reforzado actualmente debido a su investidura, lo tienen en la frontera de lo racional.  

Un jefe de Estado que no controla sus emociones, no sabe crear alianzas, desconfía de sus equipos y solo escucha a sus aduladores y compinches, no tiene capacidad de acción, está destinado a la soledad, radicalización y, por supuesto, a la irrelevancia.