Gustavo Petro fue elegido presidente de Colombia por el hastío de los colombianos con la política tradicional. La presentación de una reforma laboral por parte del entonces ministro de Hacienda, Alberto Carrasquilla, colmó a una sociedad que venía del encierro de la pandemia del covid-19 y que entonces debía lidiar con la quiebra de sus negocios, los despidos masivos y la muerte de sus allegados. Era una Colombia que trataba de sobrevivir. Y a esta Colombia el Gobierno Duque le planteó una nueva reforma tributaria.
Varios estallidos sociales ya se habían presentado en Latinoamérica, donde los jóvenes, principalmente, fueron los protagonistas de las revueltas en la calle. El país veía a un presidente Duque desconectado de la realidad nacional, y a un Gobierno lejano de las necesidades de los distintos sectores.
Este escenario se convirtió en el espacio perfecto para que se gestara la candidatura de Gustavo Petro a la presidencia. Petro y sus seguidores no escatimaron esfuerzos en alentar la protesta social, exigirle al Gobierno parar su reforma tributaria e incluso alentar las marchas y los bloqueos (aunque ahora Gustavo Bolívar, director del Departamento para la Prosperidad Social, pretenda negarlo, a pesar de la investigación que se le sigue por los 300 millones que recogió para ayudar a la primera línea).
En esta campaña, Petro prometió (y esto lo transcribo de una de las piezas publicitarias) un combustible más barato, con tarifa diferencial para el transporte público, no cobrar peajes a las motos y nuevos subsidios para el transporte público, entre otros.
Todas estas promesas llevaron a Petro a ser presidente, impulsado en gran parte por los jóvenes, que creyeron que este sería un presidente distinto, abierto al diálogo, conciliador, capaz de concertar y unir a un país partido. Un presidente que nombraría en cargos a quien lo mereciera, que combatiría la corrupción de raíz, que eliminaría el gasto innecesario del Estado y muy cercano “al pueblo”.
Pero hace ya dos años que Gustavo Petro es presidente y nada de lo que prometió que sería fue. Los escándalos de corrupción han estado a la orden del día desde que se inició el gobierno, ha nombrado cientos de personas en distintos cargos que no tienen ningún mérito para estar ahí más allá de ser afines al petrismo, y ha crecido el gasto público en 117 billones de pesos, según cifras publicadas por el exministro José Manuel Restrepo. Además, alista su segunda reforma tributaria.
Y nada ha podido ser, en esencia, porque el presidente Petro nunca entendió que la campaña política terminó hace dos años.
El paro de transportadores de esta semana dejó en claro que Petro sigue culpando al Gobierno de Iván Duque de todo lo que pase. Frente a los bloqueos por el alza del ACPM, repite una y otra vez que es responsabilidad del anterior Gobierno, que dejó un hueco creciente de deuda con Ecopetrol, que según el mismo presidente llega a 50 billones de pesos, consecuencia de congelar el precio de los combustibles fósiles desde 2019.
Pero el presidente está en el cargo desde 2022 y, a pesar de que se sabía desde el principio que este ajuste debía hacerse, decidió dejar congelados dos años más los precios del diésel, pues sabía que le traería el malquerer de los transportadores. Y aun así cedió, y de los 6.000 pesos que debía subir el ACPM solo subirá 800 a sabiendas de que el hueco fiscal seguirá creciendo.
Porque una cosa es hacer campaña y otra bien distinta gobernar.
Señalar el paro de los transportadores de ser motivado por los grandes capitales, alentado por el Centro Democrático, para decir que era un nuevo intento de golpe de Estado, solo fue una prueba más de que Petro no entendió nunca que ya es el presidente. Y luego hablar en su alocución presidencial, en medio de un país al borde del desabastecimiento, de la supuesta compra de un software de espionaje israelí con dinero en efectivo por el Gobierno Duque, para espiar al petrismo en su campaña política, y no decir nada del paro, más allá de que era de los grandes capitales, fue una muestra tremenda de desconexión con la realidad.
Petro luce cada vez más perdido. Habla de golpes de Estado en cada situación que lo perjudica, ve complots en todos lados, se justifica en cualquier actuación del Gobierno anterior para explicar las no ejecuciones del suyo y no pierde oportunidad de agitar su discurso divisor entre ricos y pobres, empresarios y empleados, terratenientes y campesinos.
Ya pasó el tiempo de espera suficiente para saber que esto no va a cambiar y que seguirán dos años de retórica llena de lugares comunes, y los adjetivos fascista, hegemónico, oligarca, mafioso, prepago, narco y demás seguirán llenando sus repetitivos discursos llenos de ideas alucinantes, en las que el presidente es víctima de todos los demás. Pero sin que acepte que solo es víctima de sí mismo.
Petro desaprovechó completamente la oportunidad de mostrar que Colombia podía salir adelante con un modelo político distinto, que la izquierda podía gobernar, conciliar y avanzar. Por el contrario, demuestra cada día que quienes temían a una izquierda en el poder tenían toda la razón, pues lo único que ha dejado claro el presidente Petro es que ha sido incapaz de avanzar y gobernar.
Serán dos años más de desgobierno, de gasto descontrolado, de crecimiento en la inseguridad y, por supuesto, de más protestas de los transportadores.