Muchas veces los líderes se miden por lo que dejan de hacer que por lo que hacen. Cuando el poder otorga tantas posibilidades de acción, la prudencia y el manejo de los tiempos definen a las administraciones. El presidente Petro simplemente carece de autocontrol. Sus acciones son las de un hombre impulsivo, caótico y solitario.
El manejo del mandatario a la situación de los niños desaparecidos, hasta el momento en que escribimos en esta columna, es una postal de la manera en que resulta su proceder. El jefe de Estado no solamente trinó que los menores habían sido rescatados por los militares, sino también reposteó un mensaje perteneciente a una cuenta falsa de su ministro de Defensa. Gravísimo.
¿Cómo es posible que el jefe de Estado, el hombre que tiene la responsabilidad de ser el jefe de las FF. MM. del país, no confirme con sus propios delegados la información que está recibiendo? ¿Cómo se comprende que antes de repostear una cuenta falsa de su propio delegado en la cartera de Defensa por lo menos no se cerciore de su proceder? Miedoso.
No se trata de un episodio menor. Se trata de toda una fotografía del caos que rodea al jefe de Estado y de la ausencia de prolijidad y método en su gestión. Nada de esto es nuevo; Gustavo Petro así gobernó Bogotá cuando fue alcalde. Los relatos de las personas que trabajaron con él lo describen como un hombre irascible, impredecible, incumplido, desconfiado y terco.
La relación del mandatario con su cuenta de Twitter también es testimonio de sus cambios violentos de ánimo, que pueden pasar de iracundos ataques a la prensa a altas horas de la noche, la publicación de fotografías de falso proceder para agredir a sus contradictores en la madrugada, a poemas y frases rosa a la media mañana sin aparente motivación.
Su rastro en las redes es toda una montaña rusa de emociones, que si tuviera una banda sonora definitivamente sería Wild Mood Swings, de The Cure, ese álbum icónico que bien podría acompañar un paseo onírico de pesadillas en las que enemigos y amigos aparecen de manera paranoica para asediar a un protagonista casi siempre desorientado, que no logra distinguir entre la realidad y la mentira, y que pasa de un oscuro y deprimente lamento en Want a una rumba salida de la nada como Mint Car. Un sainete. ¿Qué está pasando con el presidente?, ¿qué le quita el sueño que no le permite amarrar sus impulsos? ¿Dónde está su equipo de trabajo para analizar lo sucedido y proceder con método?
Es innegable que Gustavo Petro arrancó con los bríos bien puestos y con la energía para sacar adelante esa agenda reformista que quiere dejar como impronta, pero también es evidente que está desbordado en sus intenciones y da la impresión de que se le empiezan a salir las cosas de las manos.
En menos de un año, el jefe de Estado ya cambió a casi todo su gabinete, perdió a su ancla económica, que era el doctor Ocampo, rompió la coalición de gobierno, ha sido testigo de cómo Roy Barreras, su principal aliado en los menesteres del Congreso, se ha ido escabullendo de sus responsabilidades para no verse tan cerca, pero aún gozar del poder, le estalló el escándalo de su hijo y su hermano, se le reventó el proceso de paz con el ELN y cojean sus reformas. El que mucho abarca poco aprieta.
El episodio del trino con noticias falsas no es solamente un descache; lo grave es que es una devastadora muestra de cómo avanzan los días en Palacio, con un presidente autoaislado, que poco escucha voces disidentes, como lo alcanzó a contar su exministro de Hacienda, y que prefiere una cámara de retroalimentación que le valide sus propios sesgos. Un hombre atormentado por las vicisitudes del día a día, que reacciona prisionero de sus impulsos y desconfianzas.
Recién estamos empezando. El mandatario tiene todavía tiempo para repartir las cartas de su administración, construir equipos y, sobre todo, escucharlos. Nadie es más grande que el país, y el manejo de la nación corresponde a liderazgos conjuntos, lejanos de los devaneos de grandeza. El primer paso para lograr la paz total será, entonces, el de alcanzar primero la paz interior y, de paso, mandar el celular y el Twitter para el carajo.