Tarde o temprano, Pedro Castillo terminó confirmando lo que siempre fue: un embaucador corrupto inflado por la izquierda radical regional que se vende como la máxima interesada en defender los intereses de los votantes, pero que únicamente vela por los propios.

Desafortunadamente esa es la historia de nuestra América Latina. No aprende de sus repetidas experiencias con caudillos que se presentan como mesías dueños de la verdad absoluta y terminan hundidos en procesos judiciales inundados de corrupción y violaciones a los Derechos Humanos. Desastroso. El que algunos en Colombia calificaron como profesor ejemplar terminó sepultado en su propia torpeza y ambición.

En una jornada final tan fugaz como hilarante, Castillo intentó destituir a un Congreso que ya lo había citado para extirparlo del poder. Pero, como siempre, en el caso de estos héroes de barro con ínfulas de pseudointelectuales, su delirio de poder le jugó una mala pasada al hacerle creer que su potestad estaba por encima de la propia Constitución.

Seguramente los áulicos del analfabeta educador peruano le dijeron que las FFMM y el pueblo saldrían a respaldar su intención de cerrar el Legislativo, pero fue la misma gente la que se encargó de bloquear las calles adjuntas a la embajada mexicana para que no pudiera solicitar asilo político.

La llegada de Castillo al poder fue también toda una tragicomedia. Su advenimiento fue tal que los canales de noticias tuvieron que declararlo presidente sin tener fotos ni declaraciones de él. El hombre del lápiz, porque se presentaba con uno sujeto a la oreja como si estuviera presto a usarlo en cualquier momento, fue producto de la construcción de redes sociales, movimientos indígenas, jóvenes universitarios y algunos de esos opinadores que hay en todos lados. Los que destilan superioridad académica y moral, cuando realmente están detrás de contratos o beneficios personales.

El académico –apenas bachiller– tenía como único objetivo poner sus manos corruptas en el botín estatal. Tan pronto como ascendió al Palacio de Pizarro empezaron los escándalos sobre coimas y repartijas. Castillo se dedicó a vivir como los ricos y famosos, plumas y demás, y a entregarles puestos y beneficios a sus amigos y familiares. Algo que terminó creando todo un juego de tronos interno ya que no hay alguien más celoso que un corrupto que se entera de otro que roba más.

Pedro Castillo llegó con la imagen de la inmaculada Virgen pero finaliza su corto periodo en la Presidencia peruana como otro izquierdista extremo y corrupto. Desafortunadamente no es la excepción. Su autodestrucción ocurre tan solo horas después de la histórica condena contra la expresidenta de Argentina Cristina Fernández de Kirchner, una mujer que se presentó como la sucesora de Evita y que finalizó cerca de los barrotes a donde realmente pertenece, a no ser de haber prologando su estela de poder y corrupción al actual presidente, que no es más que su triste marioneta.

Castillo enfrenta ahora una pena de hasta 20 años en prisión en caso de ser encontrado culpable de rebelión, pero la realidad es que muy probablemente logre evitarlo una vez se concrete el ofrecimiento de asilo que ya le hizo Andrés Manuel López Obrador de México, otro líder de izquierda que gobierna en la región.

Pero poco o nada asumirá la izquierda latinoamericana del descalabro de una de sus figuras más predominantes. Horas después del autogolpe, los tradicionales defensores de Castillo han destacado por su silencio. Ni Nicolás Maduro, su gran escudero, ni el expresidiario Lula Da Silva, ni su némesis, Evo Morales, han tocado el tema. Seguramente, como ya lo hizo Gustavo Petro en una declaración chapulinesca, hablarán de elaborados planes de la CIA, “entrampamientos” del FBI y acosos de la prensa del régimen. Dirán lo mismo de siempre, pero nunca aceptarán que Pedro Castillo, como muchos de ellos, era un simple dictador comunista que intentaba perpetuarse en el poder.

Sobre la reacción del presidente colombiano, una preocupación adicional: ¿su llamado para que intervenga la CIDH en defensa de Castillo justifica también su intentona de golpe?, ¿por qué Petro no rechaza directamente el intento de pasarle por encima a la Constitución?, ¿le parece bien? Preocupante.

Lamentablemente, el círculo vicioso de la región es el mismo: un populista de izquierda reemplaza a uno de derecha prometiendo castigar y recuperar lo robado, pero termina actuando peor que su predecesor. Nuestra región es prisionera de políticos que no entienden el concepto de servicio público, solo quieren saciar su ego y su billetera.

Vale la pena preguntarse sobre la figura jurídica mediante la cual el Congreso peruano, sin despelucarse, logró quitarse de encima ese ignominioso mandatario. Se trata de la vacancia o la declaratoria de ausencia de gobernante o Gobierno provocada por el debilitamiento de la figura del poder, el fortalecimiento de un grupo previamente sometido, la desaparición o muerte del jefe de Estado, o incapacidad moral.

En Colombia no tenemos una figura similar a la que sacó a Castillo, pero la Constitución sí deja claro que el juez natural del presidente es el Senado. Esto requiere que la Cámara acuse. Una lectura más amplia, me dicen los expertos, permitiría encontrar figuras como “indignidad por mala conducta”, que nunca se ha aplicado, pero que ciertamente con solo mencionarla inquieta a asesores y amigos de presidentes.