En 1961 se publicó el libro Negro como yo (Black Like Me). Era la compilación de varios artículos de la revista Sepia. Se trataba de un experimento controversial que tendría impacto en el futuro. Años después, el autor sería golpeado por hombres blancos que lo acusaron de burlarse del racismo. Su error: pintarse la piel de negro por seis semanas. John Griffin optó por la radical transformación de su piel para entender el trasfondo del problema. Y lo logró. Vivió de verdad como una persona de color. Sufrió en carne propia los prejuicios, la opresión y la privación. Al ciento por ciento. La expresión "n..." la oyó permanentemente. No fue posible encontrar un empleo en los estados del sur.Mucho menos un baño para negros. Nadie le cambió un cheque.
Griffin explicó su decisión como una respuesta a la pregunta: ¿cómo se experimenta la discriminación basada en el color de la piel?Cuando se miró por primera vez en un espejo, no se reconoció: “Un calvo, muy negro, de una mirada penetrante... Estaba encarcelado en el cuerpo de un extraño... Nada del pasado del hombre blanco John Griffin quedaba. Las reflexiones eran de África al gueto”.Es una prueba única. Los restaurantes no lo atendieron, y quienes interactuaron con él lo recibieron con una mirada de odio. Concluyó que “el negro es tratado no como un ciudadano de segunda, sino como un décimo”. Coates dice que el progreso americano blanco se construyó sobre la explotación de los negros. Cuando el presidente Lincoln anunció el Gobierno del pueblo, no incluyó a los afroamericanos, afirma. Durante 50 años fue el libro de lectura obligatoria; un intento de identificar el racismo. En 2015, el nuevo libro Between the World and Me (Entre el mundo y yo), escrito por el periodista Ta-Nehisi Paul Coates, cambió el debate. Es una carta de Coates a su hijo adolescente. En él relata los sentimientos, el simbolismo y las realidades que impactan el ser negro en Estados Unidos.
Es escalofriante. Deja al desnudo el llamado sueño americano: existe, pero no para los negros. La elección de Barack Obama en 2008 fue importante, pero no suficiente. Se eligió a un presidente negro, pero, como señala Coates, no a “Jesús Obama”. Coates dice que el progreso americano blanco se construyó sobre la explotación y opresión de los negros. Cuando el presidente Lincoln anunció el Gobierno del pueblo, no incluyó a los afroamericanos, afirma. En parte de su relato se enfrenta a una mujer blanca que maltrata a su hijo. Otro hombre blanco interviene: “¡Yo te podría arrestar!”. A Coates le recuerda el poder del hombre blanco. Es una demostración de cómo solo uno acto racial puede echar atrás décadas de avances. Es una montaña rusa. A Samori, su hijo, le dice: “Existe. Tú importas. Tú tienes valor”.
Es la esencia del debate hoy en Estados Unidos, que está en crisis por el homicidio de George Floyd: ¿existen los afroamericanos? La respuesta es, tristemente, no. Aún no han alcanzado la igualdad. Y especialmente con la Policía. Son blanco de ellos. Solo cambiando esa relación se puede avanzar. Es el quid del debate y es el más difícil, porque depende de transformar las creencias y el comportamiento. Y se logra con el tiempo, y en esta era de redes sociales no es fácil. Lo de George Floyd fue inhumano. Gracias al video pudimos ver cómo expiraba su vida. Son 8 minutos y 47 segundos de desesperanza. De frustración. De impotencia. De rabia.El informe de la Comisión Kerner, preparado sobre los disturbios de la década de los sesenta, dijo: “Instituciones blancas los crearon, instituciones blancas los mantienen y la sociedad blanca los condona”. En otras palabras, la solución debe venir de los blancos. Solo así se progresará y se protegerá el derecho de la Constitución estadounidense, el de la vida de los afroamericanos.