La presión que tienen las redacciones digitales de obtener resultados está matando al periodismo y creando fenómenos sociales que potencialmente pueden desestabilizar la democracia. En un extraordinario pero preocupante relato, Richard Stengel, ex subsecretario de Estado durante la administración Obama, describe en su libro Guerras de la información cómo Rusia, Isis y Trump han utilizado los algoritmos de las redes sociales y los programas de optimización de búsqueda para diseminar sus mentiras y convertir en arma letal el llamado “descontento desinformado”. En Colombia estamos viviendo lo mismo. Cuidado.
Para continuar con esta columna, permítame introducirlo a un concepto que actualmente es la norma en las páginas de internet y la mayoría de los medios de comunicación digital: el SEO. Por sus siglas en inglés, SEO significa optimización de motor de búsqueda. Es decir, el mecanismo mediante el cual se buscan maneras de que el contenido que se produce ocupe lugares privilegiados en los sistemas de búsqueda. En otras palabras, hoy por hoy, la mayoría de los medios digitales usan estrategias para que su contenido aparezca en Google y otros buscadores, y, de esta manera, atraiga lectores como usted en las redes y en internet en general.
El problema es que la exageración del uso de esta herramienta puede desplazar peligrosamente el criterio editorial. Por ejemplo, si el mecanismo identifica que en redes se está moviendo un tema o una persona, le recomienda a las redacciones digitales escribir un artículo; y como los sistemas de búsqueda privilegian a quienes publican primero una pieza con la información en demanda, los incentivos para que los portales publiquen a la velocidad del rayo desplazan a la formación periodística, que exige, por lo menos, la corroboración de la información. Es por eso que cada vez es más común ver cómo hay portales publicando artículos que hacen eco de la carnicería de las redes, e imprimen a sus escritos poco o nada de investigación o corroboración y se convierten en simples cámaras de repetición. La razón es que, si toman más tiempo para la publicación, ya no serán indexados, y, por lo tanto, no aparecerán de primero en los buscadores. El algoritmo ha convertido a las redacciones en aves de carroña esperando que aparezca el descabezado en Twitter o Facebook para hacerle una nota y cobrar por clics. Así de sencillo: vivimos en el secuestro del periodismo y lo más triste es que da plata.
El fenómeno del SEO también ha alimentado el descontento desinformado. Me explico. Estudios como los de Joan Donovan, de la Universidad de Harvard, muestran cómo la proliferación de la indignación y la rabia viajan mucho más rápido que los de la razón, la calma y el análisis. Es por eso que un trino con mentiras e insultos de cuentas en Twitter que solo se dedican a ladrar tiene más RT o likes que los análisis pausados, positivos o académicos de otros orígenes. La ordinariez vende, la profundidad espanta.
Preocupante, también, es la nueva costumbre de informarse a través de tendencias. Cada día son más las personas que abren Twitter en la parte de “tendencias” para ver a quién se están comiendo en las redes y lo confunden con noticia, creyendo que la indignación, muchas veces malsana, es noticia. En lugar de visitar lugares donde realmente se publica información que los ayude a tomar decisiones acertadas.
Todo este desmadre desinformativo se multiplica los fines de semana cuando las redacciones de los portales digitales quedan en rines. La crisis económica ha hecho que hasta los medios más importantes tengan grupos esqueléticos los sábados y domingos, y que los portales informativos queden en manos de inexperimentados redactores sin la supervisión de editores o correctores. Es por eso que esos días es más común la aparición de fakes o acosos en medios.
Tenemos que tomar pasos para detener estos fenómenos. Como primera medida, debemos entender cómo están funcionando los portales; segundo, debemos exigirles a los medios tradicionales que hagan verdaderas inversiones en periodistas y editores que dominen la tecnología y no al revés; y, tercero, entender de una vez por todas que no todo lo que se ve en Facebook, Instagram o Twitter es noticia. Es más, si están en esas plataformas, lo más posible es que sea mentira.
Señor, señora, los políticos entendieron el juego hace rato. Tienen equipos especializados en darles visibilidad a sus mentiras y ataques por medio de portales y medios tradicionales que descargaron en el SEO sus responsabilidades editoriales. Sirva esta misma advertencia para los ejecutivos de la industria de noticias para que, finalmente, entiendan que tienen sus redacciones al revés: las redacciones digitales deben ser espacio de los más calificados y experimentados, no para los más neófitos.
Recientemente, un buen amigo periodista mexicano me decía: “Llegará el momento en que los periodistas y sus directivas entiendan que la fama de las redes es efímera. Los clics y me gusta que genera la nueva ola de activismo de algunos de nuestros colegas es algo que rápidamente pasará al olvido. Son tendencias pasajeras que le hacen mucho daño a la profesión. Finalmente, como siempre, solo las cosas de calidad perdurarán y ahí nos volveremos a encontrar en el periodismo”. Querido Enrique, de corazón, espero que tengas razón.
P. D. Si esta columna quedara indexada con groserías o nombres de personajes famosos, sería una de las más leídas, y, si fuera una combinación de fama con indignación, aún mejor. Así estamos.