Vivimos en un ambiente ajetreado lleno de ruidos que nos abruman y nos desconcentran. El tráfico vehicular, las obras, las fábricas, los comercios y muchas otras fuentes de ruido nos invaden constantemente.
La Organización Mundial de la Salud ha advertido que esta exposición a la contaminación auditiva puede afectar sustancialmente nuestra calidad de vida, provocándonos estrés, problemas de sueño e incluso enfermedades auditivas, nerviosas y cardiovasculares.
Según diversos estudios, el nivel de ruido al que estamos sometidos supera con frecuencia el límite recomendado, lo que supone un riesgo para nuestra salud física y mental.
Paradójicamente, parece que nos hemos acostumbrado tanto al ruido que lo buscamos incluso en nuestros espacios más íntimos y lo echamos de menos cuando no lo tenemos. En nuestros hogares, encendemos la radio, la televisión o consumimos contenidos en el celular y otros dispositivos tecnológicos para sentirnos acompañados o relajados. Pero en realidad, lo que hacemos es saturar nuestros sentidos y nuestra mente con más ruido.
¿Por qué hacemos esto? ¿Por qué nos cuesta tanto disfrutar del silencio? Tal vez sea porque tenemos miedo a experimentarlo. Tal vez, porque lo asociamos con soledad o con debilidad y nos cuesta trabajo distinguir entre el sonido y el ruido. ¿Ya no nos detenemos a apreciar sonidos como el canto de un pájaro o la música de un violín? Recordemos que el silencio no es solo la ausencia de estímulos auditivos, sino una actitud de escucha y atención plena. ¿Cuándo fue que el silencio se convirtió en algo incómodo o indeseable en nuestra vida cotidiana?
Los beneficios pedagógicos del silencio son asombrosos. Nos ayuda a reflexionar sobre nosotros mismos, sobre el mundo que nos rodea y sobre nuestro proyecto de vida. En una sociedad como la nuestra, con tantas expresiones de violencia, el silencio nos genera paz y calma, lo que facilita el manejo adecuado de las emociones que todos experimentamos.
El silencio también mejora nuestra concentración y nos abre a los demás, a la naturaleza y al arte. Sin duda, estos beneficios se reflejan en nuestro desarrollo de competencias, nuestra productividad y nuestro impacto positivo en la comunidad.
Como todo proceso pedagógico, el silencio requiere de enseñanza-aprendizaje: necesitamos aprender a buscarlo y a disfrutarlo en nuestra vida cotidiana. Aprender a desconectarnos del ruido externo para conectarnos con nosotros mismos y con nuestro entorno. Escribí este artículo en Sesquilé, un tranquilo municipio cerca de Bogotá, donde pude disfrutar de los sonidos de la naturaleza después de una semana agitada en la ciudad. Fue precisamente ese ambiente el que me permitió reflexionar sobre la importancia del silencio para nuestra salud y bienestar.
Practicar el silencio es una habilidad que podemos desarrollar con paciencia y constancia, probando diferentes métodos y adaptándonos a nuestras necesidades porque cada persona tiene su manera de lograrlo. No siempre nos enseñan a valorar el silencio desde la infancia, pero eso no significa que no podamos incorporarlo a nuestro día a día en cualquier momento de nuestra vida.
Por eso, mi invitación es a procurar el silencio. A reducir el ruido en las ciudades mediante diferentes políticas públicas y siguiendo las buenas prácticas de otros países, así como las recomendaciones de organizaciones internacionales como la OMS. A quienes ejercen el liderazgo en Colombia, a aprovechar el silencio para transmitir mayor serenidad a la sociedad. Y muy especialmente, a cada uno de nosotros, a aprender a convertir el silencio en un aliado en nuestro proyecto de vida.