Fue un rotundo fracaso. No paró ni el gato. Si no fuese por los violentos desórdenes que montaron los de siempre en Bogotá y Medellín, ni nos enteramos. El país les dio la espalda, tuvieron más acogida las misas de las mañanas. Por cierto, ¿alguien escuchó una sola cacerola en la capital? Sigo sin entender bien en qué consistió la jornada, cuál era el meollo del asunto, en qué momento debo sentirme entusiasmada por ese despertar social que tanto alaban. Pareció más el teatro del absurdo que una protesta ciudadana. Algo así como una competición de los alcaldes de ambas ciudades para ver quién era más condescendiente con los salvajes. ¿Y en dónde se escondieron los organizadores?
Lo peor fue la imagen en Bogotá del minúsculo grupo de policías acurrucados tras sus escuditos, sometidos a la sevicia de unos sujetos encapuchados que los acorralaban. Varios minutos de lluvia de piedras y golpes con objetos contundentes hasta que dejaron acudir en su rescate al Esmad, y los sufridos agentes lograron salir indemnes y humillados. Pisotearon su maltrecha autoridad, pudieron herirlos o matarlos, aunque eso parece intrascendente. No detienen ni enjuician a sus agresores, ni siquiera les quitan las capuchas y las máscaras para identificarlos, como si fuesen sagradas. En otra escena vimos al secretario de Gobierno capitalino en una de las escuálidas concentraciones, apaciguando ánimos, gritando que eso no era lo pactado, y, en un momento dado, los violentos lo sacaron. Y todo salpicado por el consabido destrozo de estaciones de TransMilenio, corte de vías, pintadas de garabatos, y la aparición del Esmad a cuentagotas. Esta vez su papel fue más fácil, no tanto por el famoso protocolo como por ausencia de materia. Eran tan pocos manifestantes que enseguida los despejaron. Más enredada quedé en mi intento de desentrañar el significado de este paro al observar al alcalde de Medellín borrando grafitis. No lo critico, sale más barato que mandar una cuadrilla a limpiarlos –“Eso se echa una pinturita” (para quitarlos), dijo el regidor sonriente–. Pero no entendí el alcance de su acción, salvo que pretendiera minimizar la intimidación de los vándalos a los ciudadanos y los ataques a los bienes públicos y privados que tanta ira causa entre los paisas. A ellos sí les duele su ciudad, no como a los bogotanos. (Claudia tiene cuatro años para cambiar esa incultura). Esos delincuentes enmascarados no se cubren el rostro por miedo a represalias. Más bien para que no los identifiquen, tiren del hilo y puedan llegar al cerebro que los manda. El colofón de la jornada fueron los alcaldes informando que no hubo muertos que lamentar ni grandes altercados, como si de un parte de guerra se tratara. No dieron las cifras de asistentes, era innecesario. Desde la televisión se podían contar casi que con los dedos de una mano. Y eso fue todo. Que alguien destrabe el misterio, explique para qué seguir convocando paros si solo atraen a unos cuantos delincuentes enmascarados que persiguen intereses ocultos. En eso discrepo de Claudia López. No se cubren el rostro por miedo a represalias. Más bien para que no los identifiquen, tiren del hilo y puedan llegar al cerebro que los manda. ¿Qué papel juegan los grupúsculos capitalinos del ELN y las disidencias de Márquez que anunciaron que estarían en las protestas sociales? No contentos con el evidente hartazgo de gente que quiere trabajar en paz, se conoció que habrá otra marcha. Lo lógico sería que las alcaldías les pasaran a ellos los costos de los daños. Si lo cancelaran de sus bolsillos, seguro toman medidas para impedir capuchas y vándalos o abandonan la calle y se concentran en los diálogos con el Gobierno. Porque no solo perdemos todos con la destrucción del mobiliario urbano. También con las universidades públicas que siguen cerradas. Solo la Distrital necesitará unos 8.000 millones de los fondos de Bogotá para contratar profesores y recuperar el semestre si vuelven a clases el 3 de febrero. Más tarde, lo perderían por completo.
Lo triste, como el tal paro nacional, es que una minoría decidió, en nombre de 27.700 estudiantes de la Distrital, cesar actividades. Así no avanzamos. OTRA COSA. Señores de la Corte Suprema, lo resumo fácil: no tienen vergüenza. Ninguna. Cero. La desconocen. Miles de personas buscando justicia en el alto tribunal, aguardando años una sentencia, y, entretanto, ustedes, intrigando para puestos. No les basta con el honor de pertenecer al máximo tribunal, ni el magnífico salario, ni la pensión millonaria que tendrán, ni las infinitas gabelas. Necesitan corromper, hacer cambalaches. Si a ustedes les vale huevo su prestigio, no pretendan que muchos ciudadanos los respetemos. Deberían dejar las togas en las perchas. No las merecen. Ustedes mismos las deshonran.