En 2018, Chris Whipple publicó el libro The Gatekeepers, sobre los jefes de gabinete de presidentes estadounidenses desde Richard Nixon. Es fascinante. Es una visión del poder pocas veces conocida. Cada uno –desde Bob Haldeman hasta Reince Priebus– expone su experiencia: lo bueno y lo malo. Antes de Nixon, no existía el cargo de jefe de Gabinete. Es curioso que las lecciones de Haldeman aún hoy son aplicables. Vivió el Watergate e incluso pasó unos meses en prisión. Sus recomendaciones son claras. Por ejemplo, cómo evitar un “end running” (cuando un tema llega al presidente sin haberlo visto antes el jefe de Gabinete). Decía que su mayor desafío era decidir cuál tema era prioritario y cuál no tanto. En sus palabras, era la definición entre un equipo presidencial bueno o mediocre.
Haldeman volvió normal el ser el primero que veía al presidente Richard Nixon en la mañana y el último en la noche. Nixon, un político tímido, prefería los memos a las reuniones. Haldeman también identificó que lo más valioso para un presidente es el tiempo. Tiempo para pensar. Tiempo para contemplar. Gerald Ford quiso gobernar al contrario de Nixon. Se inventó un sistema de ruedas, en el cual él era el centro y había ocho personas alrededor. Fracasó. No había jerarquía. Lo reemplazó con un jefe de Gabinete tradicional, que permitió un mejor proceso y manejo de la información. A Jimmy Carter demasiados temas lo trasnochaban; creía en 50 cosas a la vez, pero no fue posible concretarlo en una. Carter no tuvo una presidencia memorable. Una de las causas fue el desorden de la Casa Blanca. James Baker, tal vez el mejor, fue jefe de Gabinete de Ronald Reagan. Aunque no eran grandes amigos, Baker entendió su cargo. Tomó el control de la agenda y discursos, y logró que Reagan tuviera victorias, particularmente, en el Congreso. Baker se aseguró de que todos los miembros del gabinete tuvieran sus minutos con el presidente. Nancy Reagan, la esposa del mandatario estadounidense, consideró que todo salió mal cuando se fue Baker. Don Regan, quien reemplazó a Baker, fue lo contrario. El importante era él y no el mandatario. Nunca entendió que su cargo era servirle al presidente. El segundo periodo de Reagan fue accidental, en parte por una Casa Blanca en desorden. A George H. Bush no lo ayudó John Sununu. Era arrogante y volvió inalcanzable al mandatario. Actuaba como primer ministro y no como el “honest broker” que debía ser. En últimas, era tan odiado que lo compararon con aquel personaje del Expreso del Oriente al que todos querían matar. Bill Clinton tenía otro problema: quería charlar todo el tiempo. Así, era imposible manejarle la agenda; entonces, la utilizaba mal. Mejoró con la llegada de Leon Panetta y su énfasis en temas prioritarios. Una de sus labores más difíciles pero fundamentales era decirle no al presidente. Panetta dio dos lecciones básicas en este rol: la adulación no le sirve a un presidente. Y otra regla de oro: el jefe de Gabinete debe estar listo para que lo despidan. A George W. Bush le tocó la guerra de Irak, que dominó la agenda exterior, y un vicepresidente que había sido jefe de Gabinete: Dick Cheney. En realidad, Bush nunca aclaró esa dualidad y Cheney ejerció en la práctica como jefe de Gabinete. Rham Emanuel representó a Barack Obama, quien quería un jefe de Gabinete de peso. Con él, volvieron rutinarias una charlas diarias a las cinco de la tarde, cuando repasaban los temas del día. El libro incluye al primer jefe de Gabinete de Donald Trump: duró apenas siete meses. Trump es el jefe de Gabinete. Y la Casa Blanca, un caos.
Cuando leía el libro, era imposible no trasladar las enseñanzas al Gobierno de Colombia y nuestro presidente. Hay consenso en que Iván Duque necesita ayuda y se está pensando en darle puestos a otro partido para lograr la gobernabilidad. Me pregunto si el problema es otro: no hay un jefe de Gabinete eficaz. La agenda del presidente no parece tener orden. Una mala copia de la administración de Álvaro Uribe. Los viajes deben tener norte y resultados inmediatos. Su tiempo en Bogotá es importante y hay que destacarlo. Es innecesario e ineficiente tratar muchos temas al día; ningún cuerpo aguanta, por eso la teoría de las prioridades. También falta el tiempo de ocio y de familia. Barack Obama cenaba todos los días con Michelle y sus dos hijas. Lo recargaba. ¿No será que a Iván Duque le falta tiempo para descansar, pensar, dudar y decidir?