El primero de mayo, durante el Día Internacional de los Trabajadores, el país escuchó a un presidente que amenazaba con la “revolución” y una vicepresidenta que apoyaba férreamente a la primera línea. Así está el panorama en Colombia: estamos siendo regidos por el dogmatismo, el unanimismo y el desprestigio de todo aquello que no se alinee con la visión retardataria y extremista del “cambio” que profesa el Gobierno. Petro ha comenzado su estrategia de saltarse las instituciones y losvalores democráticos, desprestigiando al Congreso, a las Cortes, a los empresarios, a los gremios, a líderes políticos, a los medios de comunicación y a todo ciudadano que lo cuestione o contradiga. Y la cereza del postre fue su pronunciamiento respecto al fiscal Francisco Barbosa: Petro descaradamente dijo ante los medios de comunicación que al ser él el jefe de Estado, también era jefe del fiscal. Esto es de una gravedad infinita: desconocer la separación de poderes de nuestro Estado es desconocer nuestra democracia. Petro está develando el que siempre supimos que era: un populista en camino de convertirse en dictador... así como los que él admira, defiende y promueve en la región.
La discusión en el país va más allá de un debate de ideologías; se centra en la personalidad de un presidente que no escucha y amenaza con la “revolución”, de no aprobarse sus “cambios”. Y es que el pasado lunes lo expresó claramente en su balconazo: “No basta con ganar en las urnas, el cambio social implica una lucha permanente y la lucha permanente se da con un pueblo movilizado y al frente de ese pueblo tiene que estar la juventud, el pueblo trabajador, la clase obrera. El intento de coartar las reformas puede llevar a una revolución”. Esta amenaza es grave y seria, y nos debe movilizar como país: tenemos que cuidar a Colombia.
En un país marcado por una violencia que no termina, es inconcebible que un presidente atrincherado en el balcón incite y promueva la “lucha” y la “revolución”. Agravando la situación, mientras el presidente develaba sus amenazas, la vicepresidenta, Francia Márquez, hacía apología a la primera línea, apoyando insistente y eufóricamente con “vivas” a un grupo de naturaleza criminal que generó terror en las calles, acabó con bienes públicos y privados, y destruyó vidas. En este punto me parece muy importante diferenciar entre los millones de jóvenes que buscan mejores oportunidades por las vías legales y se han expresado en las calles de forma pacífica, y ese grupo de criminales y delincuentes de la primera línea que están empecinados en violar la ley, generar terror y acabar con la vida y la tranquilidad del país. La vicepresidenta se equivoca entonces cuando iguala el grupo criminal de la primera línea con miles de jóvenes pacíficos que buscan cada día más y mejores oportunidades.
Frente a este turbulento escenario al que nos conducen, la alarma está más encendida que nunca y el país entero debe estar alerta, ya que posterior a la etapa de desprestigio de toda la institucionalidad democrática, Petro se victimizará e inventará toda suerte de artimañas mediáticas para convocar una Asamblea Nacional Constituyente con el fin de quedarse en el poder. Todos estos “cambios” –para mal–, reformas inviables y con muy pocos criterios técnicos, son parte de su estrategia para lograr su objetivo nodal: destruir la institucionalidad del país y asegurar su permanencia en el poder, así como lo hicieron sus amigos y aliados en Venezuela.
Afortunadamente, los riesgos que representa Petro para la democracia colombiana están siendo identificados no solo por la oposición, sino por académicos, empresarios, líderes de opinión, jóvenes y miles de ciudadanos que evidencian claramente en las acciones del presidente un talante antidemocrático y populista que pone en gran peligro el futuro de esta nación. Tras solo nueve meses del inicio de su mandato, Gustavo Petro registra una desaprobación del 56 por ciento, según la última encuesta de Invamer. Pero esta percepción, en lugar de otorgarle sensatez, lo está radicalizando.
Colombia debe despertar a los riesgos y los errores de un Gobierno que se empeña en polarizar más al país y debilitar su democracia, que, aunque con retos, funciona. Ante esto, si es necesario, también los ciudadanos y los líderes de múltiples sectores a los que nos preocupa el destino al que este Gobierno nos quiere condenar, saldremos a las calles, siempre de forma pacífica, a defender a Colombia y nuestras instituciones. También, mi llamado es a que la gran movilización social la hagamos en octubre a través de las urnas, uniéndonos en lo fundamental: defensa de la democracia, libertades y oportunidades para todos. Esta será la única manera de no perder el país. Que Dios nos proteja.