Si algo he confirmado en este proceso electoral que llevará a unos candidatos a conformar el Senado de la República y la Cámara de Representantes es mi pesimismo electoral. Al mirar las distintas ofertas programáticas de todas las corrientes que participan en estas elecciones, observo que, salvo una que otra minoría, los partidos y movimientos ofrecen más de lo mismo: promesas insulsas, difíciles de cumplir y que en nada remediarán las magras condiciones en las que viven millones de colombianos.Cuando salgamos del agite electoral de este domingo, luego de escuchar a los famosos analistas políticos, expertos en citar cifras de dudoso origen y en aplicar metodologías especulativas, nos daremos cuenta que quienes obtuvieron las mayorías legislarán en los próximos cuatro años de espaldas a las necesidades más apremiantes del país y sólo atenderán intereses particulares.Me asquea el halo de poder que adquieren la mayoría de aquellos que ganan las elecciones legislativas, se revierten las condiciones que los llevaron al Congreso: pasan de las calles de los barrios a los exclusivos clubes y restaurantes de la capital de la República para conspirar contra aquellos que los eligieron. Esa es la paradoja de la democracia colombiana. Tengo claro que la mayoría en el Senado y Cámara no necesariamente refleja ni representa a las mayorías en las calles, sino a unas minorías que ostentan el poder económico nacional y trasnacional.Observo con detalle algunos comportamientos legislativos y me reafirmo en mi crítica. ¿Tenemos una reforma a la salud en concordancia con las necesidades de los colombianos, sobre todo con los más pobres? ¿Se modificaron normas existentes para atacar, por ejemplo, los problemas que tiene el sector agrario del país? ¿Se replantearon algunas condiciones consignadas en los tratados de libre comercio que se firmaron en los últimos años y que están afectando a diversos sectores productivos del país?Luego de la resaca que deja el triunfo, y también la derrota, nos daremos cuenta que en estas elecciones parte de la ciudadanía fue a las urnas a votar con morbo, pues son muchos los que quieren presenciar a un sector político enardecido y en la oposición enfrentado a otros sectores, que le hacen oposición a todo. Si se dan algunos resultados y logran su curul algunos sectores críticos, el llamado recinto de la democracia será, por los próximos cuatro años, un lavadero de “ropa sucia”, donde unos y otros se recordarán sus pasados, se harán graves señalamientos y se acusarán de lo uno o de lo otro, en medio de los reflectores de los medios de información, que no perderán detalle de la confrontación ideológica, pues también en ellos subyace el morbo.Esas peleas, que no serán pocas, opacarán la esencia de la rama legislativa, que es crear a través de las leyes las condiciones necesarias para que este país sea más justo, equitativo e incluyente. Y claro, esas disputas ideológicas también ocultarán los favores normativos que beneficiarán a aquellos sectores económicos pudientes que tienen la capacidad económica para transar las decisiones en el Congreso.El nuevo escenario legislativo será problemático en tanto la polarización del país se profundizará. Y uno de los efectos que vislumbro es la consolidación de la dicotomía amigo/enemigo, que tanto riesgo le genera a la democracia y que nos devuelve a épocas de barbarie. La pregunta es si ese ambiente será solamente de “oposición verbal” o trascenderá a otras esferas donde los antagonismos ideológicos deriven en acciones de hecho que acaben en “actos de guerra”, concebidos estos como la acción de un contrario en un escenario de confrontación.Y justamente eso es lo que una parte del electorado se imagina: un Congreso con unas figuras fortalecidas por el triunfo en las urnas que reclamaran lo conquistado y, según ellos perdido en los últimos años, en antagonismo con aquellos que han sido sus enemigos ideológicos. Será, no lo dudo, un espacio donde el ejercicio de la política se degradará a niveles aún no vistos en este país, cuyos sectores en disputa apelarán a todo tipo de tácticas y prácticas sórdidas para socavarse mutuamente, restarle legitimidad y afectar su autoridad legislativa.Ante ese panorama desolador, surge una pregunta adicional: ¿será capaz el periodismo político de superar también su morbo y ofrecer información seria, rigurosa, profunda, sobre el trámite legislativo, más allá de las pugnas, los insultos, las intrigas, las denuncias y la desinformación? El nuevo escenario legislativo reta a las salas de redacción a mejorar en sus estrategias de cobertura periodística, sobre todo en temas políticos. Aunque presumo que sus reflectores estarán iluminando a aquel que más grita, ofende y acusa sin fundamento. Espero que no tengamos cuatro años más de exposición mediática del sujeto de marras y en ello se haya aprendido del pasado reciente.El escenario que tendremos en el país a partir de este 10 de marzo le exigirá a los medios de información paciencia, tranquilidad, reposo en las decisiones editoriales y prudencia en el manejo de la información. El hecho de que esté cruzado por los diálogos en La Habana, Cuba, con la guerrilla de las FARC, lo torna aún más exigente, pues se requiere construir un ambiente de confianza no sólo entre las partes, sino entre ellas y la comunidad nacional e internacional. La terminación del conflicto con ese grupo subversivo depende de ello.No soy optimista ni con las personas que llegarán al Congreso, algunos muy formados y honestos, ni con algunos medios de información, que persisten en no recoger los aprendizajes que deja el pasado. Por eso me inscribo en la corriente del pesimismo electoral, aquella que establece que en un país como el nuestro votar no cambia nada. La vocación de algunos será legislar para minorías poderosamente económicas y darles la espalda a las mayorías que los eligieron. Por ello trabajan desde los exclusivos clubes sociales de Bogotá y no desde los barrios, por donde pasaron fugazmente haciendo falsas promesas a cambio de votos.En Twitter: @jdrestrepoe*Periodista y profesor universitario.