“Las mujeres con cáncer de cuello uterino mueren calladas”, una contundente afirmación -de aquellas que más me ha impactado- que pronunció en un evento científico una reconocida investigadora del Instituto Nacional de Cancerología, quien presentó los datos que traigo a colación. La mayoría de las mujeres colombianas que sufren esta enfermedad viven en zonas rurales o la periferia de las ciudades, son pobres, suelen tener varios hijos y durante el curso de su enfermedad, frecuentemente, son abandonadas por sus parejas debido a los síntomas que afectan su cuerpo e interfieren su sexualidad.

Este es un cáncer que afecta a mujeres jóvenes, es producido por un virus que se transmite por contacto sexual, lo cual lleva a muchas que son diagnosticadas a abandonar o postergar su tratamiento por temor infundado al juicio de compañeros ignorantes, insolidarios, machistas o que no quieren asumir su contribución. Por ello, muchos casos de cáncer llegan a los consultorios en estados muy avanzados y los oncólogos están muy preocupados por la cantidad de casos que ven en mujeres que no llegan a la edad media.

“No deberíamos estar viendo este tipo de casos en Colombia”, dicen los especialistas y tienen toda la razón. Este cáncer es prevenible a través de un método simple, sencillo, económico y al alcance de todas las mujeres de Colombia: la vacuna contra el virus del papiloma humano. Esta previene no solo el cáncer de cuello uterino, también otros siete cánceres: ano, vulva, vagina, pene, faringe, boca y laringe. También previene otras dos enfermedades no cancerígenas causadas por el virus.

Colombia contribuyó al desarrollo de la vacuna y una de nuestras epidemiólogas más eminentes, Nubia Muñoz, fue esencial para su desarrollo. Nuestro país fue modelo mundial de vacunación hasta 2014, cuando en el Carmen de Bolívar se dio un episodio de supuesta afectación en las niñas vacunadas en algunas escuelas del municipio. El episodio tuvo resonancia global y puso en cuestionamiento la confianza en la vacuna. Hoy, ocho años después, ni un solo de los casos ha sido probado como relacionado con la vacuna, pero el daño ya estaba hecho. Para 2015, la vacunación había bajado del 97,9 % de las niñas al 62,2 %, en la primera de dos dosis.

Pero el golpe mortal a la vacunación provino de dos decisiones infortunadas: la primera tuvo relación con el cierre del programa de vacunación en las escuelas, ante la inquietud de muchos maestros del país. La segunda, la decisión de la Corte Constitucional de exigir el consentimiento informado previo de los padres frente al consentimiento pasivo que se venía aplicando. Una decisión más basada en la aplicación coyuntural del principio de precaución que en alguna evidencia científica. Estos dos hechos llevaron a que la cobertura de vacunación bajara al 17,5 % en 2016 y a partir de entonces se haya mantenido apenas por encima del 30 %.

Mientras tanto, cada año tenemos más de 4.700 casos nuevos de cáncer de cuello uterino y 2.500 mujeres mueren anualmente por esta enfermedad. Con vacunación intensiva y detección activa de mujeres contagiadas, Colombia podría llegar en 2060 a la meta regional proyectada por la OPS de eliminar el cáncer de cuello uterino, lo que significaría menos de cuatro casos por cada 100.000 mujeres. Si seguimos como vamos, no se logrará reducir la mortalidad, lo cual significa aceptar que más de 90.000 mujeres colombianas (muertes acumuladas) habrán muerto para 2060 por causa de nuestra inacción.

Pocos conocen qué es el Comité Nacional de Prácticas de Inmunizaciones (CNPI), pero debemos muchos años de nuestras vidas a las recomendaciones que este grupo de profesionales de la salud independientes, mayoritariamente del área de la pediatría e infectología, hacen para lograr que Colombia tenga uno de los programas de vacunación más robustos del mundo. En una decisión trascendental, el CNPI ha recomendado al Ministerio de Salud iniciar a partir del 30 de septiembre la vacunación de niños varones de nueve años con primera dosis. Enhorabuena el Ministerio de Salud ha aceptado esa recomendación.

No solamente protegerá a nuestros niños, sino que también será una oportunidad para hacer la vacunación contra el VPH un ejercicio desligado de la connotación de ser únicamente un problema que afecta y concierne solamente a las mujeres.

Será muy incierto este proceso porque aún se mantiene la injustificada desconfianza hacia la vacuna de VPH. Se requiere que los padres sean muy responsables con el futuro de sus hijos y les permita la oportunidad de evitar un riesgo de padecer cáncer. También entender que vacunarlos no significa abrirle la puerta a una sexualidad temprana. Las redes sociales, los grupos que frecuentan y el desconocimiento tienen muchísima mayor influencia que un procedimiento preventivo como es aplicar una vacuna.

Pero también debe ser un momento para solicitar al sector educativo reconsiderar sus prejuicios frente a la vacuna y entender que, sin su apoyo, nunca podremos limitar el cáncer de cérvix. Y ojalá la Corte Constitucional se permitiera reabrir el caso, por la salud de los colombianos.

La salud de las mujeres debe ir más allá del discurso. Proteger a esas miles de mujeres excluidas y sometidas a riesgos y consecuencias del cáncer de cérvix es una gran oportunidad para nuestra sociedad de aplicar la equidad y asegurar que nuestras mujeres no continúen silenciadas por una enfermedad que podemos prevenir.

P. D.: Luciana, nuestra hija, ya completó su esquema de vacunación contra el VPH y sobre esa decisión, con mi mujer, no tuvimos la más mínima duda. Si tuviésemos un hijo varón tomaríamos la misma decisión.