La mesa aún existe. Una mesa de diálogo para hablar de paz. Una mesa de la que nadie se levanta. Mientras tanto, las familias, indefensas, siguen llorando a sus hijos asesinados por un ELN fortalecido y privilegiado que habla de un “cese al fuego” que nunca ha cumplido y que ha sido ejecutado únicamente por un Gobierno cómplice, que de facto está promoviendo un “despeje institucional” en las diferentes regiones del país para que los violentos sigan sometiendo al terror a las poblaciones más vulnerables.

El pasado miércoles 29 de marzo, el ELN perpetró un ataque contra un pelotón de soldados en el Catatumbo, Norte de Santander, dejando 9 soldados muertos, 7 de ellos jóvenes en servicio militar obligatorio y, por lo menos, otros 12 heridos; le confirman una vez más a Colombia que su voluntad de paz nunca ha existido. Esta, sin embargo, no ha sido la única masacre cometida por este grupo armado ilegal en lo corrido del año. La realidad es que no ha parado de hacer lo que mejor sabe: daño y violencia contra la gente, evidenciando que la paz no está entre sus planes.

El 14 y 22 de febrero de este año, por ejemplo, utilizaron un francotirador para asesinar a dos uniformados que se encontraban en labores en Norte de Santander. Ese mismo mes secuestraron a un sargento del Ejército durante 22 días en Arauca y hace unas pocas semanas se registró un nuevo atentado en el oleoducto Caño Limón-Coveñas, completando con esa 8 acciones violentas contra esta infraestructura en lo corrido del año. Los hechos por sí solos hablan de la naturaleza del ELN; una organización que no respeta la vida, que afecta el medioambiente, los recursos, los ríos y los cultivos de los que todos vivimos. Se burlan del país y de un Gobierno que, a pesar de eso, insiste en favorecerlos.

Este panorama adverso confirma lo que he denunciado junto con tantos colombianos, el error de una “paz total”, que hasta el momento solo ha sido la improvisación de un festival de impunidad que beneficia y fortalece solamente a una de las partes: los grupos delictivos, la guerrilla, las disidencias, los narcotraficantes y los verdaderos enemigos de la paz. Bajo la dudosa y etérea sombrilla de la “paz total”, nuestros soldados, policías y el país entero han sido víctimas de la desidia de Petro y su Gobierno.

¿Cuál ha sido la respuesta del Gobierno Petro? Condescendencia con los criminales y mensajes de justificación en Twitter. Mientras tanto, una delegación del ELN se prepara para iniciar en mayo un tercer ciclo de conversaciones en Cuba, que parecen ser unas vacaciones patrocinadas por todos los colombianos, pues voluntad para negociar y hacer la paz por parte de este grupo no hay. Se pregunta uno si la dictadura cubana es idónea para garantizar unos diálogos en los que deben primar los valores democráticos que inspiran nuestro ordenamiento jurídico, o si la prioridad la tiene el grupo armado ilegal, que se siente protegido por el actual amiguismo entre el Gobierno colombiano y la dictadura cubana.

La decisión del Gobierno Petro debe ser firme: suspender inmediatamente la mesa de negociaciones con el ELN hasta tanto se evidencie una voluntad real de diálogo y paz por parte de este grupo. No tiene sentido seguir premiando la ejecución de actos terroristas y asesinatos. No es viable una mesa de negociaciones sin gestos reales de paz y sin resultados que en lugar de sembrar terror les generen esperanza a los colombianos. Las masacres, asesinatos, secuestros, atentados, intimidaciones y todos los vejámenes que comete este grupo en Colombia son motivos suficientes para suspender ese intento de diálogo, perseguir y condenar a todos los responsables.

El deber del presidente Petro es garantizar la vida, la integridad y la seguridad en todo el territorio nacional así como lo mandan nuestra Constitución Política y nuestras leyes. Constitución que incluso está en peligro por los llamados a una asamblea nacional constituyente que están haciendo unos sectores afines al Gobierno y que quieren desestabilizar aún más el país. Otra alarma a la que debemos estar atentos todos los colombianos, ya que parece que en el actual Gobierno hay un grupo de personas muy interesadas en refundar nuestras instituciones para aferrarse al poder y deslegitimar a todo el que no esté a favor del “cambio” o, mejor, del salto al vacío. El típico modus operandi del populismo autoritario.

Definitivamente, la situación del país no va bien. Estamos viviendo un retroceso muy grande que nos debe movilizar del silencio a la acción pacífica y consciente. Como ciudadanos y líderes que amamos a Colombia, estamos a tiempo de asumir posturas críticas y ser más determinados a la hora de exigir la reconducción de nuestro rumbo.