Hace 11 años, en 2008, en América Latina estaba en auge el denominado “socialismo del siglo XXI”. La mayoría de países latinoamericanos tenían gobiernos catalogados de izquierda, o de centro izquierda, que marcaron una tendencia política e ideológica en la región. Así pues, confluyeron presidentes como Lula da Silva en Brasil, Cristina Fernández en Argentina, Rafael Correa en Ecuador, Evo Morales en Bolivia y Hugo Chávez en Venezuela. Colombia y México, con los gobiernos de Álvaro Uribe y Felipe Calderón respectivamente, se destacaron por ir en contra de la corriente que se imponía en Latinoamérica. No obstante, esta tendencia a la popularidad de los gobiernos de izquierda en la región, comenzó a cambiar aproximadamente desde 2015. Las cabezas más visibles del socialismo del siglo XXI, como Cristina Fernández, Rafael Correa y Luis Inácio Lula da Silva, empezaron a ser implicados con casos de corrupción en sus respectivos países, lo que generó una fuerte desconfianza y descontento en la población. De igual manera, el impeachment, realizado a la presidenta de Brasil Dilma Rousseff en 2016, por supuestos “malos” manejos en la economía brasileña, empeoraron la situación para los proyectos de izquierda en América Latina. A todo esto, se le sumó la recesión económica en Brasil y la fuerte crisis política, económica y social del Gobierno de Nicolás Maduro en Venezuela. El conjunto de estos factores fue percibido como el “fracaso de la izquierda latinoamericana”. En consecuencia, las opciones conservadoras retomaron su fuerza en el continente, aprovechando el miedo que causaba la crisis venezolana, como estrategia infalible de campaña y mostrándose como la alternativa “limpiaría” la política de la corrupción de los gobiernos de izquierda.
Sin embargo, todo parece indicar que estos políticos de derecha no han sido ni menos corruptos, ni mejores administradores que sus predecesores. Por ejemplo, en Argentina las medidas de reajuste económico implantadas por Mauricio Macri, no han contribuido a solucionar la crisis financiera y el déficit fiscal del país. Macri se centró en recuperar la confianza inversionista de los mercados internacionales (que había sido destrozada por la administración de Cristina Fernández) y disminuir los gastos del Estado. Se enfocó entonces, en pagar la deuda externa y recortar los subsidios. Sin embargo, la inversión extranjera para recuperar la economía no fue la esperada, y con la disminución del gasto público se empeoró la situación económica de la población argentina, tanto así, que en 2018 el PIB tuvo un crecimiento negativo del -2,5 % y una inflación del 40 %, según los datos de Banco Mundial. Por su parte, Jair Bolsonaro en Brasil, que fue electo con grandes expectativas económicas por los mercados internacionales, en su primer año de mandato no ha puesto a crecer al gigante latinoamericano como lo prometió. El PIB brasileño en 2019 tan solo aumentó en un 1% y los analistas financieros auguran otra recesión económica. Haciendo justicia, esto no es únicamente culpa de la administración de Bolsonaro, los mercados latinoamericanos están creciendo a un ritmo muy bajo y se evidencia una desaceleración económica a nivel mundial. Sin embargo, las políticas del presidente brasileño han agravado la crisis económica, aumentando la desigualdad en el país y generando poco crecimiento. Según los datos del Banco Mundial el desempleo en Brasil pasó del 6% en el 2015 con la administración de Rouseff, a 12,54% en el gobierno de Jair Bolsonaro. Además, el índice de Gini (que mide la desigualdad, entre 0 y 1, donde entre más cercano al 1 mayor desigualdad) paso de 0,51 puntos en 2015 a 0,54 puntos en 2019. Ahora, hablando especialmente de la lucha contra la corrupción, los gobiernos de Mauricio Macri y Jair Bolsonaro tampoco han sido más limpios que sus antecesores de izquierda. Por ejemplo, Macri está implicado en cuatro casos de corrupción, por supuestamente beneficiar a empresas familiares con contratos públicos durante su administración. De otro lado, el hijo de Bolsonaro, Flavio Bolsonaro (senador por Río de Janeiro) está siendo investigado por lavado de activos y evasión fiscal. De igual manera, a tan solo dos meses de mandato, el partido del presidente brasileño (PSL) empezó a ser indagado por el financiamiento irregular de las campañas políticas en las elecciones de 2018. El escándalo terminó con el despido del secretario general de la Presidencia, Gustavo Bebianno, asesor de Jair Bolsonaro y coordinador de su campaña a la presidencia en 2018.
Recientemente, el caso que mejor demuestra el desgaste de la derecha en Latinoamérica, es la crisis que vivió Ecuador en las primeras semanas de octubre. Lenin Moreno, en un intento por solucionar el elevado déficit fiscal de Ecuador (del que culpa al Gobierno de Correa) firmó un préstamo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) y otras entidades financieras por 4200 millones de dólares. No obstante, el préstamo venía con unas condiciones de recorte del gasto público y una baja de salarios de los empleados de Estado. Los recortes, específicamente el del subsidio a la gasolina con el que contaba la población ecuatoriana, trajeron como consecuencia un incremento del 102% en los precios del combustible, y como efecto dominó un alza en los precios del trasporte, los alimentos y productos básicos de la canasta familiar. A esto se le agrega, los casos de corrupción en los que está involucrado Lenín Moreno, por los “INA Papers”, unas investigaciones por enriquecimiento ilícito que involucran a la familia del presidente de Ecuador. El descontento y las manifestaciones del pueblo ecuatoriano por las consecuencias del paquete de reformas del FMI y los escándalos de corrupción de Lenín Moreno fueron respondidos con una fuerte represión por parte del Estado, lo que radicalizó las protestas sociales y puso en jaque al gobierno de Moreno. Aunque parece que se llegó a un acuerdo en los últimos días, la crisis fue tal, que se puso sobre la mesa adelantar las elecciones y sacar a Lenín Moreno del poder. Entre tanto, las movilizaciones sociales y el desequilibrio económico le han dado un nuevo aliento al correísmo en Ecuador, que ha aprovechado la coyuntura para volverse a posicionar fuertemente en la arena política del país. Ahora bien, el próximo 20 de octubre habrá elecciones en Bolivia, donde a pesar de la ajustada competencia electoral, todo parece indicar que se reelegirá por cuarta vez consecutiva, a Evo Morales como presidente, a pesar del rechazo expreso de los Estados Unidos a su repostulación. El mandatario boliviano ha utilizado las nefastas consecuencias de las medidas del FMI en Ecuador, como gasolina para su campaña política. Por otro lado, el 27 de octubre son los comicios generales en Argentina y Uruguay, donde las encuestas ya están dando como victoriosos a los candidatos de izquierda (Alberto Fernández y Daniel Martínez respectivamente).
El pronóstico que hacen los analistas políticos para esta nueva jornada electoral en América Latina, pone como ganadores a los partidos y fuerzas de izquierda. No obstante, el panorama político de la región ha cambiado mucho, y esta nueva oleada no cuenta con la misma aceptación interna y externa que en 2008. La desaceleración económica mundial trae muchos retos para estas fuerzas de izquierda, que deberán responder de manera creativa a las demandas de su población y demostrar que son una opción viable y diferente en materia económica. Sin embargo, ya se empezaron a ver las trabas de los entes financieros mundiales, que pareciera que quisieran hacer fallar estos modelos que proponen unas fórmulas distintas para el manejo macroeconómico. Un ejemplo de esto fue la respuesta de mercados internacionales, que “castigaron” los resultados de las elecciones primarias en Argentina con una devaluación del peso argentino de hasta el 30 % frente al dólar y una caída en las acciones en la bolsa de hasta el 50 %. Las elecciones de octubre son de importancia geoestratégica, y el posible balance de fuerzas ideológicas en la región pone sobre el tablero un cambio inminente en las relaciones internacionales. Uno de los temas preponderantes es el relacionamiento frente al régimen de Nicolás Maduro, que pareciera que con los últimos acontecimientos está cogiendo una bocanada de aire. Además, otro asunto importante que está latente, son las elecciones presidenciales de Estados Unidos, donde la política exterior frente a Latinoamérica es un tema central en plena guerra comercial entre China y la potencia del norte. Total, el balancín político en la región empieza a equilibrarse y los movimientos de izquierda, que muchos daban por muertos o fracasados están posicionándose de nuevo.