Hace solo unas semanas, el ministro de Minas y Energía, Omar Andrés Camacho, celebraba en su cuenta de X que el país había superado el fenómeno de El Niño. “Durante todos estos meses de fenómeno de El Niño hemos logrado garantizar el abastecimiento de energía para el país. Estamos muy cerca de superar esta contingencia, no podemos bajar la guardia, así que les convocamos a hacer un uso eficiente de la energía y el agua desde el @MinEnergiaCo, seguiremos implementandoestrategias para garantizar la seguridad energética del país”. En cada entrevista, el MinMinas aseguraba que no había riesgo de racionamiento energético.
Pero no solo el ministro Camacho daba parte de tranquilidad. La ministra de Ambiente, Susana Muhamad, era contundente en febrero en que el país estaba completamente preparado ante la sequía: “Evidentemente algunos de los embalses bajan su cuota; sin embargo, el sistema energético se ha preparado y está la resiliencia de las termoeléctricas”, manifestó a la prensa. Dijo que los pronósticos del Ideam aseguraban que en marzo habría lluvia por encima de los promedios y que, con esa lluvia, se recuperarían los embalses.
Pero nada de lo pronosticado por los ministros se cumplió. Al momento de escribir estas líneas, el nivel de los embalses llega a 28,74 por ciento, demasiado cerca del 27 por ciento que marca la línea de crisis que obligaría al país a un racionamiento.
Mientras desde todas las orillas se piden medidas drásticas que eviten el racionamiento energético, que pareceinevitable, la pasividad de la respuesta del gobierno es apabullante. O mejor, miedosa. Solo el alcalde de Bogotá, Carlos Fernando Galán, en decisión autónoma, estableció turnos de racionamiento de agua en la capital de la República, para poder llevar a la ciudad al nivel de consumo mínimo que se necesita para alejar el fantasma del racionamiento.
Al inicio de esta semana, el director de la Creg afirmó que el racionamiento, a estas alturas, era ya una opción. Pero el ministro de Minas desestimó las palabras del director de la Creg y volvió a afirmar que no llegaremos al racionamiento energético. “Tenemos buenas noticias. Creemos que vamos a tener lluvias muy pronto, esta semana… podemos resistir estos días, pero hay que ahorrar cada gota de agua, hay que ahorrar cada kilovatio que cuenta durante las próximas semanas”. Pero ni un solo anuncio de una medida para lograr este ahorro energético.
Así que, de nuevo, el MinMinas sigue entregándoles a los dioses de la lluvia, Juyá, Tláloc, o a Santa Rita de Casia, patrona de lo imposible, la responsabilidad de lograr el nivel óptimo de los embalses, para así evitar el racionamiento.
Pero había una última esperanza. El jueves, el presidente Petro se alistó para hacer públicas sus medidas para enfrentar la necesidad de preservar el agua. En una decisión sorprendente, decretó un día cívico a menos de 12 horas de que empezara. Un día cívico que sería precisamente el 19 de abril, el día del robo de las elecciones a Rojas Pinilla que dio origen a la guerrilla del M-19. Allí, en el Cartón Norte de Bogotá, Petro anunciaba que sería cívico el día en que esa guerrilla, a la que él perteneció, robó las armas del Ejército en ese mismo lugar, el 31 de diciembre de 1978, en lo que se llamó la Operación Ballena Azul. Pero ese 19 de abril no solo es un día de relevancia para el presidente en su trasegar como guerrillero; es también el día de su cumpleaños. Horas después del anuncio se conoció el texto del decreto. Allí se lee que el día cívico será todos los terceros viernes de abril de cada año y lo bautizó: Día Cívico de la Paz con la Naturaleza. “Mañana es un día de rebeldía nacional, mañana conjugamos las fuerzas de la vida, ahuyentamos los convocos de la muerte, mañana es el día de la vida en la tierra, mi día y tu día”.
Nadie entendió finalmente para qué era este día, pero lo que sí quedó claro es que detrás de su institucionalización no había más que uno de los delirios de grandeza del presidente, que está atrapado en su sueño de prócer y se ve a sí mismo caminando entre multitudes que lo aplauden y le ruegan que sea una especie de presidente eterno.
Pero mientras Petro delira en sus indescifrables pensamientos y el ministro de Minas sigue confiado en que Dios abrirá el cielo y de su mano bondadosa llenará los embalses, el país tiene la posibilidad de racionamiento de energía respirándole en la nuca.
Así que, ante la desconexión del presidente con los problemas del país y la pasividad alarmante del ministro de Minas, no queda más que llamar a la sensatez de los gobiernos locales para que tomen medidas coordinadas en cada una de sus regiones y promuevan sin descanso el ahorro del agua y de la energía. A los colombianos nos toca entender que la única manera de salir de esta crisis es unirnos todos en este objetivo de ahorrar agua y luz. Hagámoslo, mientras el ministro de Minas les pide a los dioses que llueva y el presidente se siente un dios en sí mismo.