La encuesta de Gallup publicada esta semana es inapelable. El alcalde Enrique Peñalosa sigue en caída libre, registra apenas un 22 por ciento de aceptación y el rechazo alcanza el 75 por ciento. Está por debajo del menor registro de Gustavo Petro, su antecesor. No parece que esta vez vaya a ocurrir lo que pasó en su primera administración cuando empezó muy mal en las encuestas, pero terminó bien. Esa pretensión se está esfumando.Algunos analistas dicen que alrededor de su Alcaldía había demasiadas expectativas y ahora la opinión le está cobrando un arranque poco afortunado de su mandato. Otros advierten que la ciudad no comprende su visión y sus proyectos y no tiene paciencia para esperar sus grandes realizaciones que llegarán con el tiempo. Difiero de estas dos apreciaciones. Siempre que termina un gobierno difícil, controversial, con graves falencias, al siguiente le queda fácil empezar bien. Basta un poco de inteligencia, bastan algunos éxitos iniciales, modestos, para brillar. Lo difícil ha sido siempre competir con un antecesor altamente valorado, pródigo en realizaciones. No es el caso de Gustavo Petro. No hizo mucho o no lo dejaron hacer y lo poco que hizo fue sepultado por un alud de críticas de los grandes medios de comunicación. Pero Petro hizo bien una cosa, una sola cosa: vender ilusiones y las ilusiones son muy poderosas en la política. Despertó en los habitantes del sur la conciencia de sus derechos sociales; despertó en sectores de las elites la angustia por el cambio climático y la devastación ecológica; sedujo a las minorías étnicas y sexuales con su prédica contra la discriminación; le hizo ver a la ciudad que un metro clásico, subterráneo, era posible y le entregó unos estudios, un compromiso del gobierno nacional para la financiación y la promesa de créditos en la banca mundial; insistió una y otra vez en la valoración de lo público y encontró ejemplos como el de la recolección de las basuras para mostrar el abuso de algunos privados. Ahora bien, estas ilusiones, estos sueños no son invenciones de Petro, no son artificios de un mago en un escenario, son parte de la agenda emergente en las ciudades del mundo, representan el espíritu del siglo XXI. Son visiones que deambulan por la ciudad, visiones que llegan a través de los medios, a través de la academia, a través de las historias de los viajeros que recorren ciudades de Europa y de Estados Unidos. Peñalosa no ha comprendido nada. Está apegado a la agenda de finales del siglo XX. Está atado a la visión de su primer gobierno. Peñalosa no comprende esta ciudad que quiere reinventarse, que quiere ensayar nuevos rumbos y saltar etapas. Solo se necesitaba un poquito de inteligencia para dejar correr estas ilusiones, para alimentar una o dos de ellas, para no consumir esfuerzos en deshacer estos sueños. En vez de esto se dedicó a confrontar este imaginario, a contrastar su visión de ciudad con las aspiraciones surgidas en los gobiernos de izquierda que aun con sus graves errores, aun con el asombroso plan de los Moreno Rojas para robarse la ciudad supieron de los anhelos de las capas más pobres de la población. Peñalosa está lejos de ser un incomprendido, lejos de ser un hombre adelantado, alguien que está a kilómetros de distancia del resto de los bogotanos. Todo lo contrario. La ciudad comprende sus proyectos, sabe que se necesitan más vías, más TransMilenio, más infraestructura, más espacio urbano, más desarrollo, pero eso ya lo ha visto, ya no es novedad, es algo que está en el registro de la ciudad, algo con lo cual no se debe pelear, algo que debe continuar. Ahí no está el debate. Al principio Peñalosa se limitaba, con cierta tranquilidad, a poner el espejo retrovisor y a descargar en Petro el furor de la crítica. Pero con el paso de los meses ha empezado a disparar para todos los lados. Ha perdido la mesura, se ha llenado de rabia y ha dado en calificar a la ciudad, a su gente, de ignorantes, de no comprender su gran visión. El que se enoja siempre pierde. En medio de su decepción con los resultados de las encuestas dijo alguna vez que “la reserva Van der Hammen no tiene nada distinto a cualquier potrero”, para sustentar la necesidad de abrir allí un corredor de movilidad; y en días recientes, para defender su idea de metro elevado, dijo que “a los ciudadanos les parece muy sexi el metro subterráneo porque no lo han usado, pero no saben que tienen que meterse en la tierra como una rata todos los días en túneles que huelen a orines con mucha frecuencia”. Los medios de comunicación no le han ayudado a Peñalosa a comprender la ciudad de hoy. Le han hecho demasiadas concesiones. Las broncas cultivadas por Petro le han servido de mampara a Peñalosa. Los medios han sido permisivos con sus inconsistencias, con sus arrevesadas explicaciones sobre el metro elevado, con el peligro de perder la financiación del gobierno nacional si se reanudaba el proceso con nuevo trazado y nuevos estudios, con sus reversazos, con sus improvisaciones. Quizás una actitud más crítica, más cuestionadora, lleve a Peñalosa a repensar la ciudad, a indagar sobre las tendencias del momento. Aún hay tiempo para enderezar el rumbo, aún hay espacio para la rectificación.Puede leer más columnas de León Valencía aquí