La atención del mundo sigue puesta en la invasión rusa a Ucrania y más específicamente en la adhesión de Finlandia y Suecia a la Otan, así como en la reacción de Rusia.

Putin, que en un primer momento había anunciado que ante ese hecho podría adoptar acciones militares contra los dos países, “echó para atrás” y manifestó que realmente ninguno de ellos constituía una amenaza para la seguridad rusa.

Seguramente sus consejeros le dijeron que además del error político de generar por primera vez en décadas una posición uniforme dentro de los países de la Otan, así como de haber impulsado un incontenible afán de varios estados cercanos de afiliarse a la organización, las amenazas contra Suecia y Finlandia serían absurdas.

Se ha producido además una preocupante condición para Rusia: la evidencia del deterioro y la incapacidad de sus fuerzas armadas, que siempre se habían constituido en el “coco del mundo”. De sus soldados, gordos, en malas condiciones físicas, mal motivados y peor entrenados, solo quedaba un remanente para desfilar por las calles de Moscú en las celebraciones especiales.

Sus poderosos tanques son destruidos como cáscaras de huevo, mientras que los aviones “más sofisticados del mundo”, los sukhoi, son derribados como chulos. Es con esos aviones y los tanques, pero de modelos mucho más antiguos, que con frecuencia personajes del régimen madurista amenazan a Colombia y dicen que en cuatro minutos destruirían Bogotá y los puentes sobre el río Magdalena. Afortunadamente, los militares venezolanos están entrenados por los rusos. ¡Qué tal que estuvieran entrenados por los ucranianos!

Pero mientras el mundo está así, en Colombia estamos en otro cuento, a una semana de la primera vuelta de las elecciones presidenciales. Siempre, cuando se avecinan cambios de gobierno, se comienza a especular sobre quiénes serán los ministros y los que ocuparán las altas posiciones del Estado.

Naturalmente, sobre quiénes ocuparán los cargos diplomáticos, muchos seguidores esperan que ellos o sus familiares y amigos sean nombrados en el exterior. Ahora no es tan fácil ya que se enfrentan a los funcionarios de la carrera diplomática.

Por allá a finales de los setenta y en la primera parte de los ochenta, el gobierno basado en la peregrina tesis de que el país se encontraba en “estado de sitio” suspendió la incipiente y agónica carrera diplomática para designar sin problemas a amigos y distribuir entre los miembros de los partidos tradicionales los cargos diplomáticos.

Entre tanto, ahora se anuncia por ahí una medida que siempre es taquillera: la supresión de embajadas y consulados en el exterior. Esta va, hasta que estas alcancen para sus amigos. Si no es así, habrá que reestablecerlas. Ha sucedido varias veces recientemente. Ya veremos.