Lo que dice el Presidente es cierto: "Las Farc quieren protagonismo político, pero no liberar a los secuestrados". Lo que olvida el Jefe de Estado es que no sólo la guerrilla -autora de los secuestros- quiere sacar el máximo provecho de su eventual liberación. También han buscado réditos Chávez, Sarkozy y -desde luego- él mismo. Las Farc no proceden con sentido humanitario. No es la generosidad, ni el deseo de hacer el bien, lo que las anima. Buscan su reencauche político, del cual pueda derivarse un fortalecimiento militar para multiplicar su capacidad de daño. La vida de los secuestrados y el dolor de sus familias son para ellos elementos de presión frente a la contraparte.Para los secuestradores, los rehenes siempre han sido una mercancía. Los usan para cambiarlos por dinero, por presos en poder del enemigo, por territorio y, en últimas, por poder. El egoísmo y la mala intención de los secuestradores no autoriza a un Estado para abandonar a los secuestrados a su suerte. Por el contrario, en defensa de la existencia misma del Estado y de los derechos de los ciudadanos, las autoridades deben procurar su libertad y la protección de sus vidas. Incluso, si esto implica sacrificar parte de la popularidad de los gobernantes.La vida de los secuestrados tampoco ha sido el principal motivo del gobierno de Colombia para tomar decisiones en este proceso. Por ejemplo, la liberación de Rodrigo Granda y otros 150 guerrilleros de las Farc, se justificó inicialmente por "razones de Estado". Muy pronto se supo que las tales razones, se reducían a un pedido telefónico del presidente de Francia.El presidente Uribe reconoció que no le preguntó a Sarkozy -siquiera- qué esperaba a cambio de la liberación unilateral de Granda. "Primó la confianza, sobre la curiosidad", declaró el mandatario colombiano. Su fe ciega en un Presidente europeo pronto fue recompensada. A instancias de Sarkozy, el 'Grupo de los 8', que reúne los países más industrializados del mundo, emitió un comunicado dándole una palmadita en la espalda al "valiente" gobierno de Colombia.Uribe quedó muy agradecido: "El G-8 ha comprendido la dimensión de nuestro gesto humanitario". Sarkozy arrancó aplausos en la opinión francesa: "Nuestra obsesión es que Íngrid sea devuelta a su familia, lo antes posible". Las Farc no dijeron nada. Granda se fue feliz para Cuba. Y los secuestrados…siguieron secuestrados.Hace tres meses, para quitarse de encima el sirirí del intercambio, el presidente Uribe hizo una jugada inteligente. Autorizó como facilitadores a la senadora liberal Piedad Córdoba y al presidente de Venezuela, Hugo Chávez. Su cálculo era sencillo: si las gestiones de ellos salían mal, nadie le pasaría la cuenta a Uribe. En cambio, si lograban resultados, se debería a su generosidad.Para el presidente Chávez también era un buen negocio político. Se convertía en líder internacional de un proceso humanitario y diversificaba su agenda interna, mientras empuja la reforma que lo convertirá en Presidente vitalicio.Chávez adelantó en 90 días más que cualquier otro en los cinco años anteriores. Sin embargo, su avance no le servía a Uribe, que veía en la exposición internacional de las Farc una amenaza para su propia imagen. Tampoco le sirvió a Sarkozy, por lo menos esta semana. Las ansiadas pruebas de supervivencia no llegaron a tiempo para paliar los efectos de una huelga en protesta por el desmonte de las pensiones y un escándalo mundial por el presunto conocimiento de autoridades francesas sobre una operación de tráfico de niños en Chad. Ninguno de los mandatarios busca el intercambio por razones exclusivamente humanitarias. Menos aun las Farc, únicas responsables de este crimen. No obstante, la vida y la libertad de los secuestrados dependen de un acuerdo que está en un lugar equidistante entre estos intereses. Por eso la razón para romper no puede ser el egoísmo del otro.