La jornada de ayer en materia bursátil estuvo marcada por dos desplomes importantes, siendo el primero y más significativo el lunes negro que se vivió en Tokio, con una caída del 12,4 %. De otro lado, el índice de referencia de Wall Street, el Standard & Poor´s 500, cayó un 3 %, y el Nasdaq Composite registró una baja del 3,4 %.
Más del 95 % de las acciones del S&P500 cayeron. Las noticias no son nada alentadoras, en especial para las tecnológicas, que al parecer, luego de consultar con varios expertos, estaban sobrevaloradas y eso empieza a evidenciarse ahora.
Los débiles datos de empleo en Estados Unidos, emitidos la semana pasada, encendieron todas las alarmas. Para muchos, la Reserva Federal no habría actuado a tiempo para bajar las tasas de interés, lo que aumentaría las perspectivas recesionistas.
Goldman Sachs siempre emite los viernes en la mañana un boletín (los invito a suscribirse, es además gratuito), registrando en el más reciente la posibilidad de una recesión en Estados Unidos de 1 a 4. Por su parte, voces de JP Morgan han señalado a diversos medios de comunicación que esto no es más que una rabieta del mercado, la cual pasará tan pronto la FED decida actuar.
Sin embargo, yo pensaría que la situación va más allá de una rabieta, pues de acuerdo con la información disponible de China y de la Eurozona, se evidencia un estancamiento en las ganancias del sector manufacturero, de manera sostenida desde hace meses.
Sin duda, a Colombia empieza a pasarle factura este panorama. El dólar subió y se acerca a los 4.200 pesos, exacerbando la devaluación del peso. A estas alturas, en Colombia debe preocuparnos no solo el enfriamiento de la economía en el mundo, sino también el que es bien posible que, al igual que en Estados Unidos, las decisiones del Banco de la República en materia de recortes de tasas de interés hayan sido tardías.
Hasta este momento, el Gobierno nacional en Colombia ha ejecutado tan solo el 42 % del presupuesto asignado para 2024. Con una ejecución tan pobre, teniendo en cuenta que nos encontramos en agosto, difícilmente podrá hablarse de reactivación económica y mucho menos de creación de empleos.
El gobierno plantea una nueva reforma tributaria, en la que pretende recaudar 12 billones de pesos. ¿No es acaso más fácil ejecutar el presupuesto y bajarles a los gastos innecesarios, especialmente en burocracia, rubro que se acerca a los 9 billones de pesos en 2024?
Hacer recortes ínfimos e irrisorios, como reducir el monto de los premios a los medallistas olímpicos, de algún modo riñen con políticas de derroche estrambótico, como lo es el programa de “pagar por no matar”. No solo en materia de despilfarro de recursos públicos este programa resulta inconveniente, sino que también es un mensaje nefasto y nauseabundo para millones de jóvenes colombianos, que ven con claridad que es mejor delinquir, que luchar por un mejor porvenir para sí mismos y para su país.
Luego de recoger la información disponible, puede decirse sin errores que todos estos bemoles económicos, aunados a la judicialización del ministro de Hacienda, que es sindicado por la Fiscalía General de la Nación de ser miembro de una organización criminal, no dejan un gran margen de maniobra para una emergencia como la que se presenta actualmente en materia económica.
Por el bien del país, creo que este es un momento coyuntural en el que distintos sectores deben hablar con el gobierno, muy especialmente los industriales y gremiales, y este a su vez debe oírlos. En el año 2007, cuando se generó un enfriamiento económico de grandes proporciones a nivel mundial, el gobierno de ese momento actuó con prontitud y generó una política anticíclica sólida que nos salvó de las peores turbulencias.
Esa maniobrabilidad no se le ve al gobierno actual, que ante un panorama de recesión mundial y nacional, no ha reaccionado. Por el bien de todos los colombianos, ojalá lo haga pronto, y base su propuesta en algo más allá que imprimir billetes (como lo habría sugerido el presidente en campaña), culpabilizar al Banco de la República o aumentar los impuestos a los colombianos, ya de por sí bastante diezmados.