El valor de la literatura clásica, Viejo Topo, es su atemporalidad. Muere el autor o la autora pero no muere la obra. Lo descrito hace mil, quinientos o doscientos años pareciera estar ocurriendo por la mañana cuando enciendes el televisor y metes el pan en el café como te enseñó tu mamá. Observas la trifulca en las calles de Bolivia. La pantalla muestra a unos tipos de rostros patibularios apaleando a una mujer indígena. Las imágenes te llevan al capítulo quinto de El dieciocho brumario de Luis Bonaparte, la magistral obra política y literaria escrita por Karl Marx que relata el coup d’ Etat dado por Napoleón III con el apoyo del lumpenproletariado parisino y aventureros de la burguesía bajo la batuta de agentes bonapartistas encubiertos. El coup d’ Etat contra Evo Morales fue protagonizado por actores similares que sacaron provecho de una situación que se veía venir desde la derrota del oficialismo en el plebiscito de febrero de 2016. Sonó el cuerno pero el partido de Evo, siendo mayoría en el Legislativo y las Cortes, no lo escuchó. Luis Fernando Camacho, factótum del golpe contra Evo, es de esos personajes que traen consigo un retorcido prontuario. Su nombre apareció en los “Papeles de Panama”. Un evasor de impuestos que esconde su fortuna en paraísos fiscales. Admirador de las formas de Pablo Escobar. “Tenemos que hacer y sacar la agenda como hacia Pablo”, dijo a sus seguidores de Santa Cruz. Hizo parte de la Unión Juvenil Cruceñista (UJC), una organización que ejerce la violencia al estilo de los gánsteres. Embaucador religioso. Charlatán. Especulaba junto a los suyos en el negocio del gas hasta que Evo lo nacionalizó para recuperar soberanía y abaratar el costo a los consumidores. Camacho es el tipo de fichaje que por estas fechas gusta a la extrema derecha neoliberal latinoamericana. Un fantoche que hace el trabajo que antes hacían los militares golpistas. La economía boliviana creció en la era de Evo. Chile también creció. Ambos países crearon riqueza. Evo redistribuyó la riqueza entre millones de bolivianos que vivían en la marginalidad desde los tiempos de La Colonia. Sebastián Piñera entregó la riqueza de Chile a un circulo de magnates. Para el baremo de esta era neoliberal lo que hizo Evo puede considerarse revolucionario. Una revolución desde la legalidad. Como la estaba haciendo Salvador Allende hasta que fue derrocado por un golpe de Estado. La revuelta que por estos días ocurre en Chile es la consecuencia del experimento neoliberal impuesto a sangre por el General Augusto Pinochet. “Políticos por favor escuchen al pueblo de una vez, queremos soluciones”, trinó en su cuenta de twiter Arturo Vidal, el aguerrido mediocentro chileno que defiende la camiseta del Barcelona. Evo Morales no se equivocó en lo económico. Las cifras lo respaldan. La mayoría de bolivianos apoyó lo que hizo. Evo, en lo político y cultural, le dio juego a los de abajo. Hizo lo que tiene que hacer un líder cuando es elegido por los de abajo. Álvaro García Linera, segundo de Evo, teorizó sobre la transformación de Bolivia. Lo escuché atentamente en la Universidad de Barcelona tertuliando con Toni Negri. Todo parecía ir bien en términos económicos pero había críticas desde las propias filas del MAS (Movimiento al Socialismo). Estamos perdiendo la calle, decían algunos. Evo fue un peleador callejero que vivió en sus carnes la represión oficial. El pueblo lo hizo presidente. El poder tiene un problema: los aduladores. Los que te dicen, Viejo Topo, que todo lo que estás haciendo es correcto. Algo se estaba moviendo. Eso que se estaba moviendo no se podía resolver con simple retórica, cooptación y coerción. “Pepe” Mújica, es uno de los líderes que la izquierda asume como a uno de los suyos. “El Pepe” gobernó y se hizo a un lado para que otro siguiera con la obra. Esto no parecen entenderlo algunos líderes de la izquierda. Lo importante es la obra. No quien la haga. La revolucionaria obra comenzada y consolidada por Evo para su pueblo corre el peligro de derrumbarse de un plumazo. La extrema derecha no tiene piedad. Cuando tiene chance corta cabezas. Iban por la de Evo y García Linera. El plan es muy sencillo: decapitar a las organizaciones sociales, indigenas y populares. Una contrarrevolución en toda regla. Bolivia pasó de la estabilidad al caos en un abrir y cerrar de ojos. La extrema derecha sabe sacar provecho del caos. Desde la cárcel o el exilio las cosas se hacen más difíciles, pero la partida aún no ha terminado. Yezid Arteta Dávila * Escritor y analista político En Twitter: @Yezid_Ar_D Blog: En el puente: a las seis es la cita