Pide una rectificación el coronel (RA) Hugo Bahamón Dussán por la cita que hice aquí de una carta suya a El Espectador, donde la califiqué de un llamado al fascismo. Pero no rectifico: me ratifico. Me dice el coronel que malinterpreté la letra de su propuesta de unión, y en eso tiene razón. Yo no entendí los términos de su carta. No se refería él a la unión de las tres ramas del poder descritas por Montesquieu, cuya separación, decía yo, y él concuerda, garantiza la democracia; sino, explica, la unión de “los cuatro campos del poder” tal como los define, dice, la estrategia militar: “Político, militar, social y económico”.
Y exclama: “¡Todos unidos contra el enemigo común!”. No soy perito (“experto”, como se dice ahora para todo) en estrategia militar ni en terminología castrense. Pero es precisamente eso, el recurso a la estrategia militar, lo que me parece propio del fascismo. No es una casualidad que fueran militares los partidos fascistas clásicos: por el contrario, esa era la clave de la eficacia de su acción intrépida. Eran partidos con una estructura militar, con jerarquías, disciplina, uniformes y armas: los fascios “de combate” italianos de Mussolini, con sus milicias llamadas “camisas negras”, el partido nacionalsocialista alemán de Hitler, con sus SA (secciones de asalto: las “camisas pardas”) y sus SS de uniforme negro (escuadras de defensa) que luego copiaron, o caricaturizaron, el venezolano comandante Chávez y su sucesor, Maduro, con sus camisas “rojas rojitas” de los “colectivos” de motocicleta y pistola. Eso eran los partidos fascistas mientras estuvieron en la oposición. Cuando tomaron el poder, bajo distintas modalidades de golpes de Estado disfrazados, instauraron Estados totalitarios en lugar de las democracias liberales existentes en sus países.
Es del fascismo como totalitarismo del que vengo hablando. Y por eso incluí en mi primer artículo al respecto (‘La tentación totalitaria’) al comunismo soviético, opuesto en sus objetivos a los fascismos, pero igual en sus formas: partido único que controla todos los que el coronel Bahamón llama “los cuatro poderes”, y jefe supremo de ese partido y de ese Estado: Duce italiano, Führer alemán, Caudillo español, Secretario General soviético, Presidente chino, Comandante cubano. Y aunque su origen sea civil, ese jefe va siempre vestido de uniforme militar.
Más grave, pues. Ya que no se trata de los poderes formales de Montesquieu, que por otra parte no están cumpliendo hoy aquí en Colombia sus funciones respectivas de separación y mutuo equilibrio: el Legislativo no está ejerciendo ningún control político sobre el diluvio de decretos de estado de emergencia dictados por el Ejecutivo, y el Judicial, representado por la fiscalía del señor Barbosa, no se ocupa de adelantar las investigaciones estancadas sobre asuntos importantes, como la intrusión de dineros turbios en las campañas presidenciales; sino de defender a su amigo el presidente Iván Duque persiguiendo a su contradictora la alcaldesa Claudia López, o por las altas cortes que postergan indefinidamente los llamados a juicio que tienen que ver con el “presidente eterno”, Álvaro Uribe Vélez, jefe único, führer o duce o caudillo, cuyo uniforme de combate es el atuendo de arriero antioqueño, con su zurriago y su sombrero. Es entonces más serio todavía de lo que yo malentendí en el primer momento el llamado del coronel Bahamón, pues se dirige a los poderes fácticos, a los poderes reales, no a los meramente formales. Los que él llama “fuerzas decisorias”, por detrás y por encima de las instituciones. Los que no conocen otras leyes que las brutales de la naturaleza.