Esta semana me puse en la tarea de buscar a mi amigo más uribista, para invitarlo a tomar café y charlar un rato con él sobre el momento que atraviesa Colombia. En nuestra conversación me compartió varias de sus impresiones sobre el proceso de paz con las FARC; me contó por qué para él Santos es el mayor traidor de nuestra historia reciente; y trató de explicarme sus razones para votar por el ‘No‘ en el plebiscito que viene. Cuando decidí hablar con él, tenía claro que serían pocos los puntos en los que estaríamos de acuerdo. Sin embargo, lo hice como ejercicio para tratar de meterme en la mente de un uribista extremo y entender cómo piensa, pues sentía que por mi deseo enorme de vivir en paz, había caído en el juego de estigmatizar a quienes no están de acuerdo conmigo. En un principio quise bombardearlo con los argumentos que tenía a mi alcance y convencerlo de por qué la firma de la paz nos traerá a todos un país mejor. No obstante, a pesar de tratar con todas mis fuerzas de explicarle punto a punto mis opiniones al respecto, al cabo de un par de horas de conversación, su discurso seguía intacto: “Santos le está entregando el país a las FARC”; “vamos a terminar peor que Venezuela”; “no estoy de acuerdo con que semejantes criminales puedan ser elegidos”; “yo quiero la paz pero no así”; “prefiero seguir en guerra si es necesario, antes que aceptar que Timochenko pueda ser presidente”; “si se firma esta paz reinará en Colombia el castro-chavismo”; “Santos descuidó la seguridad del país”; “ya no se puede viajar tranquilo por carretera”; “están volviendo las vacunas para los ganaderos”; “no es posible que les vayan a pagar un salario mínimo a los desmovilizados”, etc. Ya íbamos por la tercera taza de tinto cuando pensé que debía rendirme. No podía creer que, después de varias horas de argumentación, mi amigo no hubiese movido un ápice ninguna de sus posiciones frente a la paz. Estaba a punto de aceptar que mi experimento había fracasado y que había perdido tres horas de mi vida tratando de convencer a un uribista de votar por el ‘Sí‘, cuando se me iluminó la mente. Me paré un segundo al baño y me puse a ver un video de Uribe criticando el proceso. Quedé sorprendido al darme cuenta de que la retahíla del expresidente en su video, era casi idéntica a lo que mi amigo me acaba de decir. Fue entonces cuando entendí que un uribista extremo no se mueve ni por cifras ni por argumentos, sino única y exclusivamente por lo que diga Uribe. Con esa idea en la cabeza, salí del baño y le dije: “no necesito que usted crea en mis argumentos, pero ¿qué opina de que nos metamos a Google y le muestre al propio Álvaro Uribe apoyando todo lo que está hoy pactado en La Habana? Mi amigo, algo confundido, accedió a mi propuesta. Convencido de que iba por buen camino, saqué mi computador y empecé por el principio: le mostré las noticias de la primera mitad de los 90‘s cuando el entonces senador Uribe respaldó el re-indulto del M-19, para que abarcara sin reparos los delitos de ferocidad, barbarie o terrorismo (como la toma del Palacio de Justicia). Luego le mostré las cifras de secuestros, asesinatos y masacres en los tiempos de la Seguridad Democrática. Le probé que, en el gobierno de Uribe, a los guerrilleros desmovilizados se les pagaba un sueldo que hoy equivale a 1‘055.000 pesos (casi el doble de lo que se pactó en La Habana). Leímos las noticias de cuando el expresidente liberó al jefe guerrillero, Rodrigo Granda, por petición del Presidente Sarkozy, de Francia; de cuando sacó de la cárcel, unilateralmente, a 150 guerrilleros, para buscar el acuerdo humanitario; de cuando puso al empresario Henry Acosta a mediar con las FARC para abrir la posibilidad de una negociación; de los 26 intentos que hizo Uribe para negociar la paz; de su deseo de despejar Pradera y Florida para concentrar a la guerrilla; y de cuando planteó regalarles curules en el Congreso, por medio de un referendo, a los miembros de grupos armados que se acogieran a un proceso de paz. Al ver en la cara de mi amigo que mi estrategia estaba funcionando, decidí acudir a la ayuda del hoy senador Uribe para que fuera él, con su propia voz, quien le explicara por qué un proceso de paz termina con la elegibilidad política de los implicados. Puse a rodar un audio en el que Uribe dice textualmente ¨Si un acuerdo de paz aprueba que los guerrilleros de las FARC vayan al Congreso, hay que remover el obstáculo constitucional que lo impide, porque hoy el ordenamiento jurídico prohíbe la amnistía y el indulto para los delitos atroces. Entonces, en un acuerdo de paz con las guerrillas, ese cambio habría que llevarlo a efecto constitucional para que puedan ir al Congreso por el bien de la Patria”. Después de otro par de horas de enumerar uno a uno los momentos en los que Uribe ofreció todo lo que Santos acaba de pactar, mi amigo me dijo: “¿sabe qué? Como que ya entendí que la única diferencia entre lo que planteó Uribe en el pasado y lo que hoy Santos pretende, es que el segundo pudo y el primero no. Yo como que voto por el ‘Sí‘”. ¡Después de 5 horas había logrado lo imposible!: que el Álvaro Uribe Vélez del pasado convenciera a un uribista del presente de votar por la paz.