Soy usuario de Transmilenio desde que lo inauguraron hace 15 años. Durante los dos años y medio que trabajé en el concejo de Bogotá, como parte del equipo de Juan Carlos Flórez, entre 2001 y 2003, una de mis funciones era identificar los problemas del sistema de manera temprana para que fueran resueltos por el Distrito. Con la firme convicción que Transmilenio facilitaba la vida de miles de personas, decidí ir a Brasil a estudiar cómo sistemas similares al nuestro habían resuelto los desafíos que nosotros hasta ahora empezamos a vivir. Tristemente cuando volví a la ciudad en 2006, el deterioro de Transmilenio, "la joya de la corona" como la llamó el periodista Jairo Gómez1, era notorio y en los años siguientes se agravaría.Cuatro aspectos pueden ayudar a explicar el porqué de la crisis de Transmilenio. El primero radica en que la ampliación de la infraestructura en los últimos 12 años fue irrisoria. Aunque los gobiernos de Peñalosa y Mockus construyeron más de 80 kilómetros de troncal, los de Garzón, Moreno y Petro construyeron apenas 30. El segundo, es la voracidad de los operadores privados del sistema que nunca se preocuparon por cosa diferente que exprimir el negocio, con tal descaro que hoy amenazan con reclamaciones al Distrito por 200.000 millones de pesos. La tercera, es la renuncia, por parte de los gobiernos de la ciudad, a la defensa de los usuarios, lo que llevó a que la calidad del servicio fuera decreciente, como lo confirman las Encuestas de Percepción Ciudadana de Bogotá, Cómo Vamos. Y la cuarta, fundamentalmente como consecuencia de las tres anteriores, es que el sentido de pertenencia y el respeto por el sistema y por el otro, se perdió.  Frente a este último punto, claro que se necesita cultura ciudadana. Pero va más allá del planteamiento del exalcalde Mockus según el cual en Transmilenio debía aplicarse el principio "no me roce, no me toque". Quienes nos movemos todos los días en este sistema sabemos que la cosa es más compleja.¿Qué pasa con nuestro comportamiento en Transmilenio? Podríamos recurrir a "El mono que llevamos dentro"2. Con este sugestivo nombre, el primatólogo holandés Frans de Waal, analiza cómo algunos de los comportamientos humanos más característicos son resultado de un complejo proceso evolutivo, cuyas raíces coinciden con nuestros parientes los grandes primates. Para de Waal, luego de estudiar por años a chimpancés y bonobos, la empatía o la capacidad de ponerse en el lugar del otro; la reciprocidad o la lógica del apoyo mutuo; y el valor comunitario que se logra cuando cada grupo alcanza el equilibrio entre competencia y cooperación son fundamentales en el proceso evolutivo de los monos. En el fondo, para ellos es central el principio de que juntos pueden conseguir mejores resultados que individualmente.    Hoy en Transmilenio, y en muchos otros ámbitos de la ciudad, la empatía, la reciprocidad y el sentido de comunidad se han perdido. Diariamente, cada quien, a codazos, intenta garantizar por su propio bienestar, comportándose muchas veces de forma que en otros contextos nunca lo haría y que claramente los vuelve irreconocibles incluso para su círculo más próximo.Es por esto, que quizá el desafío que hoy tenemos, junto con mejorar la infraestructura y la gestión del sistema y de poner al usuario como prioridad, pase por apelar al mono que llevamos dentro. Tal vez, necesitamos reivindicar un acuerdo que refuerce que si cada uno colabora para conseguir un objetivo común, individualmente ese esfuerzo tendrá una mejor recompensa y será más satisfactorio que el individualismo salvaje que hoy nos domina. En ese sentido, Transmilenio sería un estupendo laboratorio de cambio cultural y social.*Politólogo con maestrías en gestión urbana e historia. Estudiante de doctorado en historia de la Universidad de los Andes. @ferrojasparra1. Jairo Gómez. Transmilenio: la joya de la corona. Transmilenio S.A., Bogotá, 2003.2. Frans de Waal. El mono que llevamos dentro. Tusquets Editores, Barcelona, 2010.