El 27 de julio de 2012, la Agencia de Cooperación e Inversión de Medellín y el Área Metropolitana (ACI) divulgó un boletín de prensa a través de su página web en el que se indicó que varios periodistas internacionales que asistieron al evento Moda para el Mundo “tuvieron la posibilidad de recorrer la Comuna 13 y reconocer en ella una zona de la ciudad que renace de sus cenizas”.  De cuáles cenizas me pregunto yo cuando en las paredes de algunas viviendas de la parte alta del barrio El Salado, de la comuna 13 de Medellín, proliferan los grafitis de las ‘Autodefensas Gaitanistas de Colombia’, advirtiendo que “aquí estamos”. Tales pintas, escritas en letras negras y bastante visibles, hacen parte de la estrategia sicológica que este grupo armado ilegal aplica no sólo contra los integrantes de las bandas en este sector de la ciudad, sino contra sus pobladores, que viven atemorizados y silenciados. ¿Acaso ese “aquí estamos” de las ‘Autodefensas Gaitanistas de Colombia’ no significa un fracaso del modelo de intervención del Estado en esta populosa comuna, ubicada en el occidente de la ciudad, que ha padecido diversas expresiones de violencia desde hace más de dos décadas? La comuna 13 es un escenario que se debate desde hace varios años entre una paradoja: de un lado, está la cruda realidad que generan los grupos armados organizados ilegales que han hecho presencia allí desde hace más de veinte años, de manera alterna o simultánea, dependiendo de la época; y del otro, la fantasía de unos gobiernos locales que han pretendido esconder sus miserias debajo del tapete para mostrarla como una zona exitosa de rehabilitación. Hace un par de años, en una de sus intervenciones públicas como alcalde de Medellín, Sergio Fajardo Valderrama calificó a la comuna 13 como “un milagro social construido conjuntamente Alcaldía y comunidad y es el más claro ejemplo para el mundo de que sí es posible transformar nuestra historia”. Pero, ¿realmente ha cambiado la historia cuando en las paredes de sus viviendas se anuncia la guerra y algunos, amparados en sus armas y capacidad de intimidación, dicen “aquí estamos”? Hoy, cuando se percibe el miedo entre sus pobladores, cuando los grupos armados ilegales se enfrentan entre sí y con las autoridades a plena luz del día y con armas de grueso calibre, me pregunto si esas optimistas palabras de Fajardo Valderrama eran ciertas o sólo demagogia. El 27 de diciembre de 2011 el entonces alcalde Alonso Salazar inauguró las obras parciales de las escaleras eléctricas que se construyeron en un sector de esta comuna y cuya ejecución sorprendió por su audaz propuesta urbana. En esa ocasión, el mandatario local expresó su satisfacción por ese proyecto y dijo que “debe ser un símbolo de la ciudad, de la transformación y de la paz para la comuna 13". Sin embargo, esa paz no ha llegado y vuelvo y me pregunto si ese tipo de palabras no son más que retóricas del poder que, en últimas, no dicen nada. Ante las recientes expresiones de violencia urbana que padece buena parte de ese sector de la capital antioqueña, el actual alcalde Aníbal Gaviria declaró a la prensa el pasado 22 de octubre: “en la comuna 13 venimos ganando terreno contundentemente la institucionalidad”. Sin embargo, sus palabras se enfrentan a los grafitis de las ‘Autodefensas Gaitanistas de Colombia’, que dicen en una y otra pared “aquí estamos”. Y lo que sorprende es que la presencia de ese grupo, que también se conoce como ‘Los Urabeños’, se da en un territorio compuesto por 23 barrios, custodiado por cientos de agentes de la Policía Nacional y del Ejército Nacional. Es, tal vez, la comuna con más pie de fuerza por habitante en el país. Sin embargo, la convulsión se mantiene y un poderoso grupo armado ilegal, con presencia en buena parte del país, dice “aquí estamos”. Si bien es cierto que los homicidios se han reducido en cerca de un 35%, comparando las cifras de que va del 2012 al mismo periodo del 2011, es importante anotar que el análisis derivado de este tipo de variables es necesario revaluarlo, pues menos asesinatos no significan la superación de la violencia. Ante eso es necesario preguntarse: ¿Y qué de los controles sociales? ¿Y qué de las requisas ilegales en los buses alimentadores entre el barrio El Salado y la estación Metro de San Javier? ¿Y qué de los desmanes de la Policía y el Ejército contra la población civil? En los últimos cinco años se han invertido en la comuna 13 más de 67 mil millones de pesos en diversas obras de infraestructura, una cifra bastante representativa, pero aun así no se logran desactivar las dinámicas de la confrontación armada urbana que se enraizaron en esta comuna desde la década del ochenta. Ante esa situación es pertinente preguntarse si está fracasando el modelo de intervención del Estado en esa comuna. Ante lo que ocurre en esta compleja zona de más de 300 mil habitantes y que se muestra al mundo como un éxito de intervención urbana, es importante que se abra un debate serio y riguroso en la ciudad, en el distintos sectores sociales, económicos, políticos y comunitarios evalúen lo realizado hasta ahora, se hagan nuevas preguntas, se exploren nuevas explicaciones y, a partir de ese análisis, se propongan nuevas soluciones.  Propongo una primera pregunta: ¿qué se requiere, adicional al aumento del pie de fuerza, la construcción de megaobras como bibliotecas, escaleras eléctricas y centro de atención inmediata, y a las intervenciones sicosociales para que la comuna 13 de Medellín supere su constante estado de violencia?  Considero que urgen nuevas interpretaciones que conduzcan a nuevas soluciones; de lo contrario, es posible que con el agravamiento del orden público se concluya que en la comuna 13 fracasó el Estado y ante esa triste realidad no se podrá seguir manteniendo la fantasía aquella de que “resurgió de las cenizas” porque hasta ahora eso no es cierto, sus paredes lo dicen. * Periodista e investigador