Opinar en nuestro país, como manifestación del libre derecho a la expresión, se ha vuelto una actividad compleja, pues el hacerlo es someterse al juicio de una sociedad polarizada que aplaude todo lo que se diga —siempre y cuando eso sea lo que se quiere escuchar—, pero que no admite la crítica o comentarios que sean contrarios a sus afectos políticos, pues hoy eso de la ideología no aplica tanto. Los principios de los partidos han sucumbido a las posiciones particulares de quienes enarbolan algunas de las banderas sacadas de ese enorme depósito de necesidades y del baúl de la desesperanza del sufrido pueblo colombiano.

Siempre he dicho que los políticos son enemigos de la felicidad del pueblo, pues de esa felicidad no se sacan votos. La cosecha de electores se da en esas zonas donde la necesidad y la tristeza golpean más, pues las promesas de cambiar esa realidad mueve —por lo menos cada cuatro años— la ilusión en la gente de que quien llega a prometer por fin les cumpla en algo, o al menos no destruya lo poco o mucho de lo bueno que hicieron los gobiernos pasados.

Desde la mano fuerte, pero corazón grande de Uribe, pasando por la paz para poder hacer, y que faltaba mucho, de Juan Manuel Santos, y la promesa de un futuro para todos de Duque, llegamos al gobierno que prometió ser potencia mundial de la vida y —con ello— el cambio como premio mayor, cambio que se dejó a la libre interpretación, pero con el que tal vez se entendió que estábamos llegando al periodo en que todos seríamos iguales, se acabaría la pobreza y con ella la violencia en nuestro país; todo esto para no ir más atrás del año 2002.

Cada mandatario, en su momento, definió las políticas que marcarían la diferencia con los anteriores; todos los colombianos, afectos o no, se sometieron a las reglas impuestas en cada cuatrienio y la Fuerza Pública nunca ha sido la excepción. Los militares y policías de Colombia siempre se han mantenido firmes a la tradición democrática de la nación y han sabido responder a las circunstancias que marcaron la historia en cada momento de la patria. En el periodo de Andrés Pastrana, cuando le entregaba a las Farc los municipios de Mesetas, La Uribe, La Macarena, Villahermosa y San Vicente del Caguán, una extensión de 47.000 kilómetros cuadrados, un general de la República, del único Ejército en toda la historia de los colombianos, proclamó ante los últimos militares en abandonar la zona, antes de abordar el helicóptero: ”Que los soldados de Colombia no sean un obstáculo para la paz”. Así fue entonces, así ha sido y así será siempre. La oportunidad de gobernar la tiene hoy uno de los más radicales representantes de la izquierda de nuestro país, formado en las huestes de la lucha armada como militante del M-19, con una fuerte formación marxista-leninista, recibida del gobierno de Fidel Castro, quien entrenó, financió y protegió por muchos años a la organización armada.

Esto que me atrevo a escribir sonará, para muchos, políticamente incorrecto, pero el hecho de que Gustavo Petro sea el presidente de Colombia es —sin lugar a dudas— uno de los mayores éxitos de la Fuerza Pública de nuestro país. Lo anterior se debe entender en la medida que los colombianos comprendan que durante las décadas en las que se desarrolló el conflicto armado, el papel de las fuerzas militares era impedir que los alzados en armas se tomaran el poder por medio de la lucha armada. Nunca se les enfrentó para exterminarlos, se les combatió para obligarlos a que se acogieran a los diferentes programas de desmovilización ofrecidos por cada gobierno o abrazaran los procesos de paz, como en efecto lo hizo el M-19 y posteriormente las Farc con el llamado “mejor acuerdo posible”, y regresaran a la civilidad. Hoy el M-19 tiene presidente de la nación y las Farc tienen senadores y representantes.

Gustavo Petro presidente ha dejado sin piso a las organizaciones que persisten en el uso de las armas. La izquierda está en el poder y por ello los grupos como el ELN y las llamadas disidencias, que realmente son el plan B de las Farc, se quedaron sin el argumento para seguir insistiendo en la toma del poder, pues Petro —al llegar a la Presidencia— lo que ha logrado es dejar en evidencia, hoy más que nunca, la naturaleza criminal de esas estructuras, que están cada vez más ligadas a las actividades del narcotráfico, de la minería ilegal y a otros delitos como el secuestro y la extorsión. También se le debe abonar a este presidente que quienes por muchos años soñaron con ver la bandera roja, con la hoz y el martillo, ondeando en el Palacio de Nariño se convenzan de que las promesas de la izquierda de la vieja escuela del marxismo leninismo son una utopía y que dicha bandera ya ni los rusos la enarbolan.

El presidente no debe temerles a militares y a policías, ellos seguirán siendo cumplidores de su misión, pues entienden que Gustavo Petro es un pasajero en la historia política de la nación y en ese sentido protegerán no a la persona, sino a la figura del presidente, sin importar su pensamiento político, pues la Fuerza Pública se debe a la Constitución —que es la voz del pueblo— y lo acompañará, como lo hicieron en gobiernos anteriores, en el esfuerzo por la búsqueda de la paz, así el sacrificio por hacerlo sea alto. Los mandos institucionales serán respetuosos de la institución presidencial y los miembros de la Fuerza Pública en retiro respaldamos, entendemos e interpretamos el momento histórico que los comandantes de Fuerza están viviendo; sabemos que ellos sabrán mantener la dignidad institucional y que continuarán con el esfuerzo para que los violentos, bajo el amparo de la paz total, no lleven a nuestro país a escenarios de triste recordación.

Sobre los miembros de la Fuerza Pública en retiro, por primera vez se está gestando una gran movilización de las reservas activas del país. No con el ánimo de dar un golpe de Estado a este gobierno, ni blando ni duro, sino con el afán de que los militares retirados, en todos los grados, sean reconocidos social y políticamente. Las reservas se están organizando en cada ciudad, en todos los departamentos y están constituyendo una fuerza social que va a tener una participación sin precedentes en las próximas contiendas electorales, pues ese es otro logro de este gobierno, que la reserva activa de la nación comprendiera —por fin— que tiene voz, que tiene voto y que en el franco ejercicio de la democracia estarán desde las urnas, dispuestos a velar porque el país que ayudaron a construir con sudor y sangre no tome el rumbo del aislamiento y del decrecimiento que agudice la tragedia del pueblo colombiano, tragedia que ha sido la bandera de los políticos que se han nutrido de ella, entre ellos los de la izquierda y la de los grupos armados que siempre han estado detrás, entre las sombras.

Al cerrar estas líneas, resalto la necesidad real que el presidente entienda que los sueños, cuando se trata de administrar al país, se deben contrastar con la realidad, que no bastan las buenas intenciones y los discursos sobradores; que debe entender que esta no es la Colombia de los setenta, cuando era miembro de la guerrilla, y que ahora debe pensar y actuar como un hombre de Estado; que debe desarmar su espíritu y su discurso, pues el odio con el que sale a la plaza pública es contagioso. Aún le falta mucho tiempo para terminar su periodo de gobierno y el daño que hace en el corazón de los colombianos es mucho más grande que el que está haciendo en la economía, en la salud y en las pensiones.

Los miembros de la Fuerza Pública en actividad lo seguirán acompañando, como siempre lo han hecho, y los que hoy estamos en la reserva activa, estaremos pendientes de sus acciones, no para hacer oposición, sino para advertir, desde la sana crítica, cuando se equivoque y tenga la oportunidad de corregir, pues los veteranos somos observadores imparciales; aunque nos quieran enmarcar en la derecha extrema, no tenemos bandera diferente a la del tricolor nacional, que es el de todos los colombianos, así este gobierno se empeñe en palidecerlo. Cuando salimos como veteranos a la plaza pública a manifestarnos no es para “tumbarlo”, es para que entienda que algo está mal.

De corazón les digo que si a Gustavo Petro le va bien, le va bien al país, nos va bien a todos. Pero si lo hace mal, lo lamentaremos en esa misma proporción. Con igual corazón les digo que ese comité de aplausos que rodea al mandatario no le está ayudando en nada y el tiempo se agota.