En un estupendo libro titulado Ciudad, Igualdad, Felicidad, Enrique Peñalosa se pregunta si podría hacerse lo que hizo Gustavo Rojas Pinilla en 1954: fusionar una docena de municipios aledaños a Bogotá. Gracias a la fusión, Bogotá se convirtió en una poderosa máquina de redistribución de recursos, puesto que los impuestos recaudados en los sectores de mayores ingresos, donde se gastaba poco en hospitales o en escuelas públicas, permitieron ofrecer estos servicios a sectores de bajos ingresos en los municipios anexados.
La capacidad redistributiva de una ciudad ampliada permite que se construyan más y mejores centros culturales y deportivos, cables aéreos y parques. De igual forma, cobrando tarifas de acueducto, electricidad y aseo más altas en los sectores de mayores ingresos, hace posible subsidiar esos servicios públicos en los sectores más necesitados. En adición a todo esto, fusionar municipios ayuda a resolver los problemas de movilidad que existen en las grandes ciudades atomizadas en numerosos municipios que no consiguen coordinar sus planes de inversión en infraestructura y en sistemas de transporte público. Eso puede beneficiar mucho a los residentes de municipios relativamente ricos, que hoy no forman parte de las grandes ciudades.
Por todo esto, “fusionar municipios que se han convertido en una gran ciudad es conveniente para la planeación, la eficiencia y la equidad”. Pero, “precisamente por estas razones, hay intereses poderosos que se oponen a que esto se haga”, como lo analiza Peñalosa de manera aguda. Se necesita que un Gobierno con el mandato de hacer justicia social, como es el de Petro, ponga entre sus prioridades del Plan de Desarrollo la fusión de municipios en las grandes ciudades colombianas y persuada al Congreso de que, sin eso, carece de sentido mantener el sistema de transferencias a los municipios.
Son muchos los ejemplos exitosos de fusiones de municipios en otros países. Las megaciudades chinas se han consolidado mediante la absorción paulatina de los territorios que las rodean, permitiéndoles aprovechar las ventajas del tamaño sin quedar atrapadas en los problemas de congestión que padecen ciudades colombianas que, por comparación, son bastante pequeñas. Berlín funciona eficientemente en un territorio que incluye prácticamente la totalidad del territorio urbanizable, gracias a una ley de 1920 que fusionó la vieja ciudad con siete poblados perimetrales.
En Dinamarca, los municipios se redujeron de 271 a 98 en 2007. Según el Centro de Desarrollo Internacional de Harvard, en Colombia hay 13 ciudades que, en la práctica, funcionan como áreas metropolitanas de tres o más municipios, entre los cuales se desplazan a diario muchas personas. Algunas de estas 13 ciudades no son siquiera capitales de departamento y son relativamente pequeñas, como Girardot, Rionegro y Sogamoso.
Pero, por supuesto, son las grandes ciudades las que ganarían mucho fundiéndose con los municipios cercanos, no necesariamente aledaños. Por ejemplo, Bogotá está muy integrada laboralmente con 22 municipios cercanos, que deberían unirse a la capital para recibir mejores servicios de todo tipo. Barranquilla debería absorber a 16 municipios, que funcionarían mucho mejor con un solo gobierno local.
El Gobierno de Petro debe actuar de inmediato. Puede aprovechar la oportunidad que le ofrecen los diálogos regionales sobre el Plan de Desarrollo para ventilar la propuesta de fusión de municipios como una manera de hacer más equitativo el desarrollo regional.