Bogotá necesita un alcalde empoderado por la ciudadanía y con el capital político suficiente para rescatar a la ciudad del naufragio, con el empoderamiento necesario para afrontar a un Gobierno nacional errático, con todas las explícitas intenciones de cogobernar la ciudad a su capricho. Ese es el reto que enfrentaremos los bogotanos el próximo domingo en las urnas.
Mientras Lima, Panamá, Quito y Santo Domingo pudieron construir sus primeras líneas de metro, y en algunos casos avanzar en la segunda durante los pasados 15 años; en Bogotá las pasadas administraciones no han sido capaces de entregar ese medio de transporte que hoy es imprescindible en las medianas y grandes ciudades del mundo.
Bogotá se convirtió en una colección de proyectos frustrados, siempre sometidos al capricho de los alcaldes de turno. Es increíble que no se haya construido una vía perimetral —a pesar de estar proyectada, comprados muchos de sus predios y con debates pueriles de años—, como si disponen de avenidas longitudinales las grandes ciudades del mundo.
Llevamos más de seis años en la bizarra discusión en términos de movilidad, mientras las grandes decisiones de la capital se postergan en medio de la incapacidad de construir y dotarla de los planes maestros que necesita en temas de transporte, ambiente, bienestar ciudadano, salud y educación. Tampoco han sido capaces de proveer a la ciudad de una vocación que la haga centro gravitacional de la nación. Los avances han residido, fundamentalmente, en su condición de capital y en los esfuerzos aislados de la empresa privada por el propio peso económico de la capital.
La desgracia de la ciudad ha sido que los políticos la hayan considerado como el trampolín para llegar a la Presidencia de la República. Se ha usado para proyectarse con una visión profundamente oportunista, donde las prioridades de los bogotanos se han dejado de lado frente a los intereses políticos de los burgomaestres.
Parte del problema es que, con un número relativamente bajo de votos, un alcalde se podría elegir y proyectar a nivel nacional en detrimento de la ciudad. Hemos visto los resultados de alcaldes con bajo arraigo popular, pero con una inmensa capacidad para utilizarla como plataforma política.
Se cierne ahora la gran amenaza del cogobierno. Un gobierno nacional que no ha podido mostrar ninguna ejecutoria en 14 meses y —pretende ejercer el poder de un régimen presidencialista como el nuestro— para imponer decisiones y controlar la posible debacle que le puede venir en las próximas elecciones presidenciales.
Mientras tanto, los ciudadanos se debaten en situaciones críticas de inseguridad, movilidad, insostenibilidad de la red pública de salud, calidad deficiente en la educación pública, medioambiente, entre muchos problemas que se han venido acumulando.
Entre tanto, una población ´cabreada´, especialmente entre los más jóvenes, que han venido acumulando una creciente inconformidad sobre sus propias vidas. Inconformidad que el candidato Petro pudo capitalizar, pero que el presidente Petro ha llevado hasta la mayor desilusión. El problema es que esa inconformidad continúa y se siente en todas partes.
De todos los candidatos, Carlos Fernando Galán es quien —con mucha diferencia frente a sus oponentes— tiene la mayor experiencia y el mayor oficio frente a los problemas y soluciones para la capital. Ha tenido recorrido por el Concejo y ha tomado muchas decisiones valientes para denunciar las problemáticas. Sin duda es el mejor para afrontar los retos inmensos que se vienen hacia adelante.
Tengo el mayor respeto por otros candidatos como Diego Molano, Juan Daniel Oviedo y el general Vargas, porque son personas interesadas en la ciudad y que vibran con sus problemas, pero les falta algún recorrido: son reservas para el futuro.
Por eso, los bogotanos enfrentamos una decisión pragmática: no podemos dejar que la alcaldía de nuestra ciudad quede convertida en una subsidiaria de una Presidencia de la República caprichosa e ineficiente. En verdad, la ciudad no aguanta cuatro años más de desgobierno.
Pero no solo eso: es importante que Carlos Fernando Galán sea elegido en primera vuelta porque le daría un capital político para tomar las difíciles decisiones que los bogotanos debemos aceptar para proyectar una ciudad para nosotros y nuestros hijos. Pero también, para contar con la mayor gobernabilidad posible frente al Gobierno nacional. Lograr eso está en nuestras manos.