El periodista Lorenzo Morales describe así la biblioteca de Gerardo Reyes: “Para escribir sus minuciosas investigaciones, Gerardo Reyes tiene una pequeña guarida en el patio trasero de su casa en Brickell, un sector residencial de Miami. Es una cabaña que otro propietario hubiera dispuesto para guardar una podadora o estacionar el carro. Reyes tiene su oficina allí, su biblioteca, un computador y un teléfono fijo con línea directa a Colombia”.

La Copello, una periodista de RCN llamada Andrea Silva Reyes, que tiene la voz idónea para la radio, acaba de hacer un pódcast sobre esa biblioteca. Ella es sobrina de Gerardo, primer toque de nepotismo del programa. En el pódcast habla el suscrito, primo de Gerardo, segundo toque. Es un nepotismo a tres bandas, pero como no estamos negociando Monómeros ni acostumbramos mover 20 o 40 millones de pesos en efectivo, creo que no incurrimos en ilícitos. Gerardo, cuyo último libro se ocupa de la vida sórdida de Álex Saab, dice que a ojo de buen cubero tiene unos 500 libros en español y en inglés, más un centenar en el Kindle. En la entrevista con su sobrina, señaló: “La biblioteca es como un refugio donde uno al mismo tiempo que desatrasa la ignorancia se deja asaltar por la angustia que produce todo lo que falta por saber. Es el lugar donde confluyen el conocimiento y esa seducción de lo que no se sabe. No vengo a esta guarida para mantenerme en forma intelectualmente hablando, sino porque hay una curiosidad infinita de esas primicias que esconden los libros.”

Agrega que, según el columnista del New York Times David Brooks, un libro silencia la voz del ego que normalmente está ladrando en el interior de toda persona. Un libro sobresalta e impulsa a deshacerse de la tendencia egocéntrica de estar siempre imponiendo las opiniones propias sobre las cosas. En un paneo a sus libros, Gerardo describe los autores: “Si apunto la mirada hacia el frente del escritorio, veo la colección de obras completas del extraordinario escritor y cronista español del siglo pasado Manuel Chaves Nogales, quizás el mejor de ese siglo en España. La zona central de la biblioteca está ocupada por la narcoteca. Así llamo yo libros y estudios sobre el narcotráfico. Alcanzo a ver aquí Los jinetes de la cocaína, de Fabio Castillo; Kings of Cocaine, de dos reporteros del Miami Herald. Ahí están también medio hacinados los libros que no necesariamente tienen que ver con drogas, pero que se ocupan del país. Veo la colección de Germán Castro Caycedo, veo la de Alberto Donadio, Fuego cruzado de Enrique Santos Calderón, uno de los columnistas más leídos de El Tiempo.

En la columna de al lado hay un piso con los libros que consulté para escribir la biografía de Julio Mario Santo Domingo, veo un libro sobre Avianca, historias de Barranquilla, Itinerario de un imperio económico, y debajo anaqueles completos sobre periodismo, cómo hacer entrevistas, cómo escribir y las historias de grandes periódicos o de grandes programas de televisión en Estados Unidos. Debajo de la ventana descansa en paz la pobre y venerable Enciclopedia Británica, que no ha visto un ojo desde hace años. En la próxima columna empieza la ficción.

El primero, Borges, el más prolífico e imprescindible; también el cronista español Antonio Muñoz Molina. Aquí viven también Marguerite Yourcenar, Italo Calvino, Eco, y en el penthouse, la colección Z, que sobrevivió al comején de Barichara, donde la tenía un sobrino, y que era de mi papá. Con esos libros podría decir que le cogí gusto a la lectura. También están los autores del boom latinoamericano. En un mueble aparte están las biografías de los hombres más ricos del mundo. Yo me aficioné a la lectura gracias a recomendaciones de Alberto Donadio. Mi papá, que era un buen lector, tenía en su biblioteca libros con títulos que escondían escenas eróticamente explosivas para un adolescente, La romana, El aburrimiento, ambos de Moravia, y Lolita. Los combinaba con las obras del austríaco Stefan Zweig, no puedo olvidar de este autor su cuento La leyenda de la tercera paloma y especialmente la biografía novelada de José Fouché. Alberto me introdujo en el mundo de Eduardo Caballero Calderón, el escritor costumbrista.

Con Caballero aprendí que en la literatura todo vale, vale escribir de una aldea olvidada en que el tiempo transcurre a la tediosa velocidad del departamento de Boyacá. Ese primer libro que me marcó fue El otoño del patriarca, me parecía un poema épico que rompía con todos los esquemas que yo tenía de la literatura, le explicaba a uno cómo se oxida el poder, la historia de la decadencia del poder en América Latina. Vuelvo siempre a Borges y quisiera algún día escribir un libro de un solo ejemplar con un diccionario borgiano”.