El 31 de enero el comité nacional de cafeteros se reunió para definir “el perfil” del reemplazo de Roberto Vélez en la gerencia de la Federación y trazar el proceso de selección. El ministro de Hacienda, José Antonio Ocampo, dijo que será quien tenga “experiencia gerencial de alto nivel”, de “al menos una década”, “incluyendo comercio internacional”. Aunque habló de consenso con el gremio, el Gobierno predominará y, de requerirlo, impondrá el veto. Así ha sido y con Petro no va a cambiar.

Raro que Ocampo no reseñara el estado de postración en el que queda la Federación. El anunciado “perfil” debería abarcar ante todo el de un gerente experto en control de daños, como los producidos a las instituciones por las aventuras especulativas de Vélez y su equipo en negocios de café, hechos con total improvidencia en los mercados a futuro. Parece que el interés del Gobierno sea poner su ficha antes que reparar en los graves problemas heredados y que vale recordar.

El pago de 40 millones de dólares al banco Sumitomo. Resultado de las operaciones de cobertura de los faltantes causados por los incumplimientos en la entrega de café físico de los contratos, la Federación tuvo pasivos por 48,38 millones de dólares (CGR, diciembre de 2022). ¿Se pagará con la contribución cafetera de 6 centavos de dólar por libra que van para el Fondo Nacional del Café abonados por todos los caficultores? ¿No le importa a Ocampo que sean dineros públicos?

Las importaciones de café de más de 2 millones de sacos de 60 kilos. Aunque suene insólito, Colombia trajo en 2022 de Brasil, Perú y Ecuador, que se sepa, esa cantidad enorme, superior a 2021, cuando fueron 1,8 millones. Se justificó por “aumentos del consumo interno”, ya que, al mandarse todo al exterior, tuvimos que consumir rubiácea importada. Aun así, no cuadran las cuentas: lo producido más lo importado, la oferta, suman más que lo exportado y el consumo interno, la demanda. ¿Acaso el café foráneo es reexportado por terceros, también con contratos no cumplidos, en sacos de Café de Colombia? Gravísimo.

La gerencia deberá denunciar la irregularidad si ocurre, que arriesga el capital reputacional de calidad de más de un siglo.

La renovación de los cafetales está atrasada y tiene costos crecientes. Por las características del parque cafetero, por el cambio climático, las altas densidades por hectárea y el desgaste de suelos, urge renovarse cada cinco o seis años, con costo entre 16 y 20 millones de pesos por hectárea. El esfuerzo corre a cargo del productor, quien se endeuda para financiarlo. El acceso a crédito es el factor clave para dicha actividad (Ensayos sobre Economía Cafetera, n.º 32).

A propósito, Hernán Dorronsoro, empresario caucano, me contó que la tasa de interés es del 18 por ciento y así “las deudas nuevas se duplicarían en cinco años”. Añade que “a precios del café de $170.000 por arroba, en el ciclo de la siembra hasta la soca, se pierde plata” y Colombia debe renovar de 80.000 a 90.000 hectáreas anuales para mantener apenas una producción de 12 millones de sacos. Si es tal la situación de la empresa rural, ¿cómo será la del minifundista, en tanto “46,5 por ciento de las personas que viven en hogares con café son pobres por Índice de Pobreza Multidimensional (IPM)”? (Ensayos sobre Economía Cafetera, n.º 32).

La garantía de compra. El café tiene las ventajas de un precio base y de un comprador de última instancia, mediante la red de cooperativas que fueron montadas en el carrusel de las ventas a futuro. Por esto, 19 de ellas, de 33 que hay, están en riesgo o en cierre y ya pasó con la de Andes, Antioquia. ¿Se abandonará a miles de desesperados productores a merced de los comercializadores privados, varios agentes de poderosas multinacionales, o a las cadenas de intermediarios que capturan la calidad y el valor?

Legado del Gobierno Gaviria, en el que Ocampo fue ministro de Agricultura, es la fijación de un mínimo interno de compra al productor, dependiente de dos variables: la cotización en Nueva York y el valor del dólar. Dado que las transacciones mundiales, ligadas a las maniobras de los fondos de capital, en las que solo el 10 por ciento son de café físico, el pago terminó atado en una montaña rusa a la tasa de cambio, ¿es hora de un importe remunerativo y rentable que consulte costos y un margen razonable de ganancia y no tan ajenas variables?

Al afirmar que Vélez hizo “una administración destacable”, Ocampo menosprecia los dificilísimos problemas de la caficultura y se centra apenas en llenar una de las vacantes más atractivas en Colombia, quizás con la carta marcada bajo la mesa. Entre tanto cafetero pobre, tiene una remuneración mensual de 135 millones de pesos. Bajarla debe ser prioritario. ¿Podría iniciarse por ahí?