No ha pasado un año del gobierno de Gustavo Petro y ya se puede afirmar sin temor a equivocarse que el “cambio” ha mantenido al país en un permanente estado de pánico, escándalos, amenazas y mucha incertidumbre.
Ante la permanente persecución del presidente Petro en contra de la clase media, los empresarios, el capital, la gente que vive en Chapinero, los “blanquitos ricos”, etc., el inconformismo ha crecido en la medida en que el Gobierno hace agua. La falta de capacidad técnica, experiencia y conocimiento del manejo del Estado por parte de la extrema izquierda, que se suponía llevaba décadas preparándose para gobernar, ha llevado al descontento de la población, que se ve reflejado en el resultado de la última encuesta de Invamer Gallup, en donde el presidente Petro obtuvo un 61 por ciento de desaprobación de su gestión.
Si bien es temprano para hablar de las presidenciales, ante la amenaza de que Gustavo Petro encuentre la manera de quedarse en el poder como lo hicieron los Castro en Cuba y Nicolás Maduro en Venezuela, es importante comenzar a hablar de buenos candidatos, y Germán Vargas Lleras, sin duda ninguna, será un jugador muy fuerte.
Después de su derrota en el 2018, el exvicepresidente se refugió en los cuarteles de invierno y, desde su columna dominical de El Tiempo, fue un crítico juicioso del gobierno de Iván Duque y del comienzo del “cambio”. Pero ante el desastre de este tortuoso Gobierno “potencia de vida”, decidió empezar de nuevo a recorrer el país y ahora ha amplificado su mensaje desde el noticiero de Caracol Radio que dirige Gustavo Gómez.
Vargas Lleras es un político audaz. Conoce como ninguno el Congreso y las entrañas de los gobiernos. Creció entre los pasillos de la Casa de Nariño cuando su abuelo, Carlos Lleras Restrepo, fue presidente entre 1966 y 1970. Fue un congresista destacado, vivió la guerra en carne propia, fue víctima de las Farc, ministro de Vivienda y vicepresidente en el mandato de Juan Manuel Santos. Tal vez un error que cometió en el 2014 fue haber caído en la trampa de Santos al aceptarle ser su fórmula. Se debió haber lanzado y quizás habría ganado.
La derrota del 2018 fue muy difícil para Vargas Lleras y después de eso muchos consideraron que estaba acabado. Pero en política no hay muertos y poco a poco se ha ido abriendo un nuevo camino. Es de las pocas personas que conoce el país como la palma de su mano, un gran ejecutor y tiene en la cabeza cómo funciona el Estado colombiano.
En 2026 el país quedará destruido. Si pasan las reformas de la salud, pensional y laboral impregnadas de una radical ideología de izquierda que acabará con las EPS, expropiará las pensiones de 18 millones de colombianos y acabará con cerca de 500.000 puestos de trabajo, se va a necesitar el liderazgo de alguien que corrija lo destruido. Así como le pasó a Enrique Peñalosa cuando le recibió a Gustavo Petro la Alcaldía de Bogotá.
Los indicadores de seguridad nacional y la degradación de las fuerzas armadas en tres años seguirán empeorando y para ello se necesitará mano dura. En este Gobierno, los delincuentes tienen gabelas y privilegios. Hasta ahora la Fiscalía y los jueces han contenido los deseos del “cambio” por sacar de la cárcel a los “angelitos” de la primera línea, terroristas y narcotraficantes con el cuento de la “paz total”.
Se necesitará un líder que empodere y dirija sin vergüenza ni resentimiento a las fuerzas armadas y que, sobre todo, no se deje deslumbrar por los privilegios que trae el alto gobierno, empezando por el embeleco de viajar en avión o montar en helicóptero.
El principal reto que tendrá Germán Vargas Lleras será con él mismo, para desarrollar empatía y la capacidad de conexión con las personas. En la campaña presidencial de 2018 sus líderes políticos se asustaban de llevarlo a la plaza pública y que le hiciera un desplante a la gente que quería saludarlo y tomarse una foto con él. Y si bien la presidencia no es un concurso que premie al más simpático, además de buen ejecutor y político, hay que ser un buen ser humano.
La extrema izquierda ya lo empezó a atacar. Uno de los eventos que más recordarán será el episodio del coscorrón. Un suceso que no estuvo para nada bien, pero en el que no murió nadie y en el que incluso hubo un acto de reparación a través de las excusas que ofreció Vargas Lleras al afectado.
Así que seamos sensatos. Si el país le perdonó a las Farc sus masacres, torturas, secuestros y violaciones, el coscorrón también se puede superar. Si el país eligió a un exguerrillero que perteneció al M-19 que también cometió crímenes e incineró a magistrados e inocentes en el Palacio de Justicia, el coscorrón se puede superar. Si el país está soportando los escándalos de Nicolás Petro y las platas del narcotráfico que habrían entrado a través de él a la campaña de su papá, el coscorrón se puede tolerar con el compromiso de que nunca se vuelva a repetir. Y así habría una larga lista de ejemplos del gobierno del “cambio” vs. el coscorrón.
Hay muchos ciudadanos de centro y centro-izquierda (progresistas de verdad) que están arrepentidos de haber votado por Petro, que creyeron de manera honesta que este sería el gobierno del “cambio” y que están viendo con horror cómo el narcotráfico se apodera del país y, por ende, el Estado social de derecho y la democracia tambalean. Muchos de ellos estarían dispuestos a votar por un candidato como Vargas Lleras siempre y cuando se sostengan los preceptos de un Estado liberal que respete, ante todo, las libertades individuales. Muy distinto a como lo está haciendo este Gobierno.
Germán Vargas Lleras, que hace parte de la clase política tradicional, tiene que entender que el electorado le demandarán a él y a su coalición, transparencia, austeridad y, sobre todo, la coherencia para defender los intereses del Estado por encima de las ambiciones personales.
A Vargas Lleras no le asusta ser la cara de la oposición que lidera la construcción de las alianzas en el Congreso en contra de las nefastas e improvisadas reformas de Gustavo Petro. Y por eso es que me suena que Germán podría ser el man.