En 2013 la ONU, explorando algunas facetas que revelan las causas del deterioro de la seguridad en Latinoamérica, se enfocaba sobre seis amenazas, así: la delincuencia callejera, el crimen organizado, la violencia contra y por los jóvenes, la violencia de género, la corrupción y la violencia ilegal por parte de actores estatales, complementando el informe con estos datos: Colombia es el segundo país más violento de Suramérica; uno de cada 30 homicidios en el mundo se produce aquí; “los homicidios dolosos tienen un nivel de impunidad procesal del 95 por ciento, y la violencia vinculada al crimen puede igualar, e incluso superar, a aquélla generada por el conflicto mismo”.   En suma, al ver precisados factores, modalidades y perspectivas, ello nos permite verificar nuestra dramática realidad ahora y en los tiempos por venir.     Las cifras y estadísticas de las que con frecuencia hacen uso las autoridades colombianas como instrumento para prevenir y combatir este sangriento y desestabilizador fenómeno, han venido perdiendo fuerza e interés puesto que de poco han servido para reducirlo o convencernos de la efectividad de sus estrategias. Tal el caso de ciudades, barrios, localidades o regiones específicas que tras ubicarlas puntualmente en el mapa como objetivos críticos para ser abordados, lo que vemos los ciudadanos atónitos es que en dichos lugares en vez de ser erradicada la delincuencia común, ésta se crece, se trasforma o se desplaza abriendo nuevos frentes y burlando una vez más la esforzada intención del gobierno.     Por ello nos preocupa lo que pueda ocurrir próximamente de llegarse a dar lo que con precipitado optimismo se invoca con el nombre de posconflicto. Si el crimen común u organizado derivado o complementario de las economías ilegales -narcotráfico, minería ilegal, etc.- se esparce y golpea por los cuatro puntos cardinales de la patria en un sinnúmero de modalidades cada vez más audaces y violentas, al tiempo que centuplica su accionar, ¿qué podría ocurrir mañana cuando la paz se firme en la Habana? Simple: la violencia será superior a aquella que venía siendo generada por el conflicto armado. Y es que en definitiva, si el Estado no logra neutralizar la violencia, ésta acabará por refundar al Estado como en su momento lo quisieron hacer aquellos políticos corruptos con sus fieles y feroces ejércitos del paramilitarismo.   Los grupos alzados en armas contra el Estado excluidos del pacto mantendrán vigente su lucha contra el gobierno y el establecimiento. Miles de desmovilizados, desatendidos por el Estado o rechazados por el prejuicio de potenciales empleadores del sector privado, como seguramente se verá, pasarán a engrosar las filas de la delincuencia común y las bandas criminales. También lo harían numerosos desplazados y desheredados de la tierra, desertores, reinsertados, milicianos de la guerrilla y el paramilitarismo inconformes o codiciosos, los agentes sicariales de las oficinas de cobro, los extorsionistas de oficio y, en fin, el bajo mundo del narcotráfico.       Que sobre ello no nos quepa la menor duda aunque suene a lamento apocalíptico.     Si las autoridades han demostrado hasta ahora su impotencia para superar esta violencia callejera, y la vulnerabilidad de la vida y bienes de la gente la ha convertido en víctimas recurrentes de individuos, grupos o pandillas por fuera de la ley, ¿qué se puede esperar en un futuro relativamente cercano con la suma de los que quedaron por fuera o se niegan a acatar los términos de la paz pactada? Y lo que viene siendo motivo crucial de preocupación: con la desigualdad y el desempleo creciendo sin cesar, sumado a la nueva “fuerza de trabajo” derivada de la guerrilla “cesante”, ¿podrá Colombia algún día verse libre de peligro?   Claro que no. El único remedio para alcanzar la tranquilidad y el bienestar de los colombianos va mucho más allá de si es con cárcel o no que se firma y concreta la paz con la guerrilla. De nada servirán los fusiles y los tanques, el creciente pie de fuerza institucional, las cárceles, la represión militar, policial y la acción judicial mientras en el país persistan la desigualdad, la injusticia, el desempleo, la impunidad y la inmoral y perversa concentración del poder y la riqueza.   Mi última columna Mi oficio de escritor parece haber llegado a su fin. Con mi vista afectada por una severa enfermedad irreversible que estaría conduciéndome a la ceguera, me veo obligado a dejar, con inmenso pesar, estas columnas en SEMANA a la que agradezco el haberme permitido exponer en plena libertad mis opiniones e ideas sobre tantos y tantos temas durante estos últimos 10 años y a mis leales y pacientes  lectores, igual gratitud.   guribe3@gmail.com