Por primera vez existe la posibilidad de que el país se mire a sí mismo tal cual es. No hay otra manera de sanar al enfermo que conociendo sus males. Comprender la guerra es dar el primer paso para superarla. Arrancar de ella todas sus verdades, la única manera de hacer justicia plena. Y a eso es a lo que invita la Mesa de la Habana al anunciar que tras la firma del acuerdo que le pondría fin al conflicto, comenzará a operar la llamada Comisión de la Verdad cuya finalidad resumida apunta a esclarecer lo ocurrido durante estos últimos 50 o 60 años de guerra continuada, a reconocer con precisión a las víctimas desentrañando las responsabilidades individuales o colectivas de las dos partes del conflicto y a promover finalmente la convivencia pacífica en los territorios. Aunque será un cuerpo extrajudicial, se vislumbra en ella derivada una justicia que involucra tanto a los jefes de las FARC-EP como a la Fuerza Pública, a los paramilitares, y los políticos y empresarios que financiaron o animaron a éstos, y ojalá, haciendo efectiva la carga de culpa tanto a los actores activos como a los que por omisión permitieron ensangrentar a Colombia. Cuánto infundio no hay en las interpretaciones que escuchamos por estos días de algunos “analistas consultados” sobre lo que significa la Comisión de la Verdad. Y cuánta ponzoñosa hostilidad. Hay uno que dice, por ejemplo, que con ella, lo que buscan las FARC es “reescribir la historia”. En plata blanca, descalificando a priori y de antemano a los futuros comisionados y sus conclusiones. Y, además, sugiriendo que el Estado, el gobierno y la sociedad civil como contraparte de la guerrilla, aunque fuesen señalados también como victimarios, tal hecho terminaría por favorecer “exclusivamente” a la guerrilla al mejorarle su imagen en la Historia de Colombia que habrá de contarse. O sea, mala la Comisión de la verdad aunque saque a la luz toda la verdad de la guerra porque eventualmente mejoraría el perfil de la guerrilla por el solo hecho de inculpar también a sus adversarios. Y Hay un par de “expertos” que la llaman “Comisión de la venganza” y un Procurador de apellido Ordóñez que la objeta con el argumento de que como “los miembros de la comisión serán elegidos por las Farc y por el Gobierno a través de un comité de selección. ¿Qué derecho tiene la guerrilla para imponerlos? Si no es razonable dar ese poder a las Auc o a agentes estatales que delinquieron, porqué dárselo a Timochenko?”. Sencillo, mi endiablado Watson, porque los que están negociando la paz son dos, no uno, Gobierno y FARC-EP, y las Auc y los buenos muchachos agentes estatales criminales son precisamente el objeto de esta búsqueda de la verdad. ¡Vaya ocurrencias perversas! Claro que “favorece” a los insurgentes en cuanto que por fin se va a evidenciar el semblante violento y criminal de “los otros” durante décadas agazapados en el silencio cómplice de algunos medios y sucesivos gobiernos. ¿Alguien en este país se puede imaginar al expresidente Álvaro Uribe aprobando la creación de una Comisión de la Verdad? ¿O al señor Procurador General? ¿O a los herederos políticos de Laureano Gómez? Jamás. Incluso, si durante los dos gobiernos de Uribe, o uno tercero o cuarto hubiese alcanzado a firmar la paz con la guerrilla de las FARC-EP, esta Comisión, de alguna manera, él la hubiera negado, por lo que “su paz” habría sido más una paz para tranquilizar a los ricos que una paz para alcanzar la auténtica verdad, justicia, reparación y no repetición de la guerra que es lo que quiere y requiere el martirizado pueblo colombiano. El temor que desvela a los enemigos de la paz es verse desenmascarados al oponerse abierta o sutilmente a esta Comisión reveladora de la cruda verdad de la brutal guerra que hemos padecido por tanto tiempo. O que se divulguen los crímenes de ese Estado del que ellos se sienten con razón sus dueños. O que entre otras bárbaras acciones como los “falsos positivos” y las ejecuciones extrajudiciales, las violaciones a los derechos humanos y al derecho internacional humanitario, se sepa con exactitud también lo ocurrido con el genocidio de la Unión Patriótica. ¿Quién, por ingenuo que sea, vislumbra la foto -como la que vimos de los jefes de las FARC-EP pidiendo perdón por la masacre de Bojayá-, de la cúpula de la ultraderecha pidiendo perdón por la creación, financiamiento y puesta en marcha de las sangrientas hordas paramilitares? Si algo de lógica y sindéresis le queda a este país de desmemoriados, lo acordado por los negociadores en la Habana será refrendado con una cerrada y entusiasta aprobación. Leyendo detenidamente lo pactado por el Gobierno y la guerrilla no es difícil entender por qué a la gran mayoría del pueblo colombiano le conviene lo que a otros, infelizmente a muchos, les causa terror: “El Gobierno Nacional y las Farc hemos alcanzado un acuerdo para que se ponga en marcha, una vez firmado el Acuerdo Final, la comisión para el esclarecimiento de la verdad, la convivencia y la no repetición, que será un mecanismo independiente e imparcial de carácter extrajudicial. La comisión hará parte del sistema integral de verdad, justicia, reparación y no repetición que se ha de acordar en la mesa para satisfacer los derechos de las víctimas, terminar el conflicto y alcanzar la paz”. Es por ello que la asustadiza liebre guerrerista ya empezó a saltar. guribe3@gmail.com