Si analizamos detenidamente cómo identificar cuando un líder político padece un delirio de persecución, es inevitable que venga a la mente el actual presidente Gustavo Petro, debido a sus reiteradas actuaciones. Es importante aclarar que, en Colombia, una democracia sólida y con una larga trayectoria, no hay indicios ni posibilidades de un golpe de Estado. Increíblemente, lo que observamos es un presidente con una estrategia política que busca convencernos de que una situación así es posible, o, alternativamente, un líder que podría estar enfrentando serios problemas de salud mental, específicamente un delirio de persecución.
Este comportamiento no es nuevo en la carrera política de Petro, ya que lo ha demostrado en cada uno de los cargos públicos que ha ocupado. En sus diversas funciones, ha exhibido un patrón que sugiere la existencia de un delirio de persecución. Por eso, vale la pena analizar la definición de esta condición, que se refiere a la creencia infundada de ser vigilado, acosado o amenazado por motivos políticos. Las personas que padecen este tipo de delirio creen que sus actividades están siendo monitoreadas ilegalmente o que existen conspiraciones políticas en su contra. Este trastorno, característico de ciertos problemas de salud mental como el trastorno delirante, puede afectar profundamente la vida diaria de quienes lo sufren.
En el caso de Gustavo Petro, esta conducta no solo ha sido evidente durante su mandato como presidente, sino también en su gestión como alcalde de Bogotá. Un ejemplo claro es su reacción cuando fue suspendido por el entonces procurador Alejandro Ordóñez, tras intentar implementar un controvertido modelo de recolección de basuras. En ese momento, Petro afirmó que estaba ocurriendo un “golpe de Estado contra el gobierno progresista de Bogotá”. Curiosamente, la misma narrativa es utilizada hoy en día, cuando el Consejo Nacional Electoral abrió una investigación sobre su campaña.
Es importante recordar que, desde el inicio de su mandato, el presidente Petro ha mencionado, según lo reportado por un reconocido periódico del país, más de ocho supuestos intentos de golpe de Estado, con diversas denominaciones, desde “golpes blandos” hasta el más reciente “golpe de Estado”.
Esperemos que estos anuncios no respondan a un delirio de persecución, sino a una estrategia política. Esto no solo sería mejor para la salud mental del presidente, sino también para la de todos los colombianos. Esta estrategia parecería formar parte de un patrón adoptado por mandatarios de izquierda, muchos de ellos vinculados al Foro de São Paulo, quienes utilizan la narrativa de persecución para fortalecer su posición política.
Al fomentar la sensación de estar bajo un ataque constante, ya sea de enemigos externos o internos, logran que sus aliados y simpatizantes se unan en torno a una causa común: defenderse de un supuesto intento de golpe de Estado. Esta estrategia, al presentar a la oposición como una amenaza que busca desestabilizar su gobierno, permite consolidar su poder popular y mantener movilizadas sus bases.
Sin embargo, es evidente que esta estrategia, que incluye grandes marchas y manifestaciones, está perdiendo efectividad. Un ejemplo claro de ello es lo que ocurrió en la Plaza de Bolívar el viernes anterior, en que el presidente no asistió a la manifestación, presuntamente, por estar enfermo, aunque quedó la duda de si su ausencia se debió a la escasa convocatoria. Asimismo, las sillas vacías en la concentración liderada por la vicepresidenta en el departamento del Cauca parecen confirmar que esta narrativa se está agotando.
Ante esta situación, el gobierno ha comenzado a priorizar la firma de un “acuerdo nacional”, tema sobre el cual ya escribí en mi columna anterior. No obstante, es probable que este acuerdo forme parte de una nueva estrategia para enfrentar la crisis actual. No sería sorprendente que, en los próximos días, veamos una intensificación de las acciones del gobierno contra los medios de comunicación y la oposición, utilizando toda la maquinaria estatal para tal fin.
También podríamos ver un supuesto esfuerzo por abrir espacios de diálogo con alcaldes, gobernadores y otros actores políticos y económicos, con el fin de mostrar una disposición a escuchar diversas voces y alcanzar consensos. Me temo que esto no sea más que otra maniobra de distracción, como tantas otras que hemos presenciado en los últimos dos años.
Es evidente que el principal objetivo del gobierno sigue siendo mantenerse en el poder durante muchas décadas. Además, aprovechando la inhabilidad de algunos funcionarios actuales del gobierno que aspiran a suceder al presidente Petro o a ocupar escaños en el Congreso, es probable que se realicen cambios en el gabinete.
Estos cambios, lejos de ser presentados como renuncias para perseguir aspiraciones políticas, podrían ser vendidos como el resultado del acuerdo nacional, dando una imagen de renovación y compromiso con el cambio o con la mejora de la eficiencia administrativa, cuando en realidad son parte de una estrategia para perpetuarse en el poder.
A pesar de lo mencionado anteriormente, estoy convencido de que el gobierno no abandonará la narrativa ni la estrategia, impulsadas directamente por el presidente Petro, de hacernos creer que la única táctica de la oposición es orquestar un golpe de Estado. Petro parece utilizar esta idea como su último recurso, creyendo que con ella podrá sacar al país de la grave crisis en la que se encuentra su gobierno.
Lo que debería quedarle claro al presidente es que, aunque sus acciones y comportamientos se asemejan a los de una persona con un síndrome de delirio de persecución, hoy en día la mayoría de los colombianos ya no creemos en el argumento del “golpe de Estado”. Esta narrativa, tanto como estrategia política como desde su situación personal, es algo que los colombianos no deseamos que continúe sucediendo.