No voy a engañar a nadie. Mi sueño de esta semana consistía en aprovechar la presencia de Juan Guaidó en Colombia y organizar un coctel en su honor. Es muy colombiano, lo sé. Pero soñaba con ser anfitrión de las páginas sociales del año, mediante un evento de trascendencia internacional (como el concierto en la frontera) en el que hicieran acto de presencia la primera dama con sus mejores galas, la plana entera de ministros, y todas las fuerzas vivas de la política nacional, incluyendo a veteranos de la talla del doctor Ómar Yepes Alzate, o a sus sucesores en el recambio generacional, como el mismo doctor Ómar Yepes Alzate. Siempre he soñado en grande, y esta vez no iba a hacer la excepción. Si se trata de lagartizar al pobre Guaidó, pensaba, que lo haga yo. Y que la cosa suceda de verdad. Pensaba convocar a un Munir Falah, a un Rafael Mora, a un Mauricio Rodríguez. A los hermanos Vargas. A las hermanas Lara. A los primos Nule (por qué no: ya se están rehabilitando socialmente). A Nohra Puyana de Pastrana, en caso de que no estuviera en su club social. Y ya en esas –y esta era mi genialidad– sumar a ese repertorio social de siempre la nueva tecnocracia duquista: esa linda camada de jóvenes neopoderosos, egresados en su mayoría de la Sergio Arboleda. Puede leer: Colombia, país invitado de Colombia Quería invitar al primer anillo del ducato: a Pachito Miranda (lo visualizaba tomándose una selfie con Guaidó y subiéndola a su cuenta de Instagram); al alto consejero para la guerra, Miguel Ceballos, (podía verlo peinado hacia atrás, con pañuelo en la solapa); a Su Santidad el Papa Eastman. Mi idea era desatar un homenaje como el que merece este prematuro personaje del año con un coctel sideral en el que Iván Duque cantara “Golpe a golpe, verso a verso”; el profesor Sanabria calificara a la esposa de Guaidó como “niña siliconada”, Álvaro Uribe le ofreciera “cariñocilina” a algún exguerrillero, (quizás Everth Bustamante); los meseros sirvieran a los comensales longaniza rociada con glifosato y cocteles de agua saborizada. Y el autoproclamado presidente venezolano terminara la jornada con una deuda de gratitud para conmigo, y se prestara a saldarla con un favor. Un favor grande. No digo organizar un concierto humanitario en el Chocó, aunque llegué a pensarlo: un concierto en que, por compasión, no se presentara Maluma, para no revictimizar a los damnificados del invierno; ni cantara Abelardo de la Espriella, para evitar el regreso de las lluvias. Y en el cual Duque no comparara la histórica jornada con la caída del muro de Berlín, sino con la del muro de contención de la represa de Hidroituango. No. El favor que pediría a Juan Guaidó era que salvara el proceso de paz. Al menos no tuvo que ser testigo de la pinta de Iván Duque disfrazado de campesino boyacense, esta vez para hablar del cerco diplomático, pero desde Aquitania Así es. Yo sé que Iván Duque escucha al joven político caraqueño como a nadie, casi con el mismo arrobo de Martha Lucía Ramírez, autoproclamada vicepresidenta de Venezuela. También sé que la agenda del Gobierno colombiano la traza, en realidad, el líder bolivariano, langaruto y enérgico. Y como, por órdenes del Presidente Eterno, los acuerdos de paz están a punto de volverse trizas, trizas y risas, pensaba inducir a Guaidó para que pusiera las cosas en su sitio y nos salvara de regresar al pasado. Imaginaba la charla. –Presidente Guaidó: ¿cuántos años de cárcel les dará a los militares chavistas que se cambien de bando? –Ninguna, Iván: si no, no se cambian… Le recomendamos: Penas sustitutas para Uribe –¿Y qué pasa si ellos no cuentan la verdad o no se comprometen a reparar a las víctimas? –¿De qué me hablas, pana? Ellos no tienen que hacer nada de eso: se pasan de bando y ya, vale, quedan perdonados… –Pe… Pero acaso, ¿eso no está mal? El Presidente Eterno dice que uno no debe negociar con terroristas… –Que se lo diga a Donald Trump, chico, que acaba de llegar de Corea del Norte. –Impunidad no, pero si así reaccionaría Duque. Y se dedicaría a defender el proceso. Sin embargo, con un coraje reservado a los valientes, Juan Guaidó regresó a Venezuela. Y me quedé con el deseo de agasajarlo como se lo merecía. Mi consuelo es que se salvó de padecer la Colombia de estos días. Al menos no tuvo que ser testigo de la pinta de Iván Duque disfrazado de campesino boyacense, esta vez para hablar del cerco diplomático, pero desde Aquitania; aterrarse con la discriminación contra nuestras mujeres futbolistas; padecer los retrasos de itinerario por el globo de helio que paralizó el aeropuerto; tomar partido entre J. Balvin y el Joe Arroyo, capítulo de la nueva polarización propuesto por Gustavo Petro. E incluso consultar libros en la biblioteca Álvaro Uribe Vélez: un lugar con volúmenes tan interesantes como las memorias de Pachito Santos y una historia muy completa del Partido Conservador que abarca desde su fundación, por parte de Ómar Yepes Alzate, hasta nuestros días, cuando asumió la presidencia del partido Ómar Yepes Alzate. Para renovarlo, naturalmente.