Todos tienen en común que no llegan a los 40 años y que han sufrido en carne propia la represión del régimen de Nicolás Maduro. Todos están haciendo lo que pueden –y desde donde pueden– en vez de quedarse lamentándose por sus tragedias personales. Todos han tenido que salir a marchar a las calles exponiendo sus vidas o perdiéndolas por cuenta de la brutalidad de ese régimen. Algunos, como Lorent Saleh, fueron entregados cuando apenas llegaban a cumplir 26 años, de este lado de la frontera, en un acto cobarde de intercambio de favores por parte de una canciller que hasta ahora no ha dado muestras de arrepentimiento por lo que hizo. (Sí, señora María Ángela Holguín, ¡es con usted!). Le recomendamos: Sin protocolo Varios fueron apresados sin fórmula de juicio en mazmorras del siglo XXI, como la Tumba en Caracas, ubicada cinco pisos bajo tierra, sin ver la luz del día por meses. Después, otra vez, fueron cambiados como simple mercancía para intentar frenar sanciones que le venían al tirano desde Europa, como ocurrió con Saleh. Su liberación nunca tuvo un matiz humanitario, sino que respondía a la necesidad de atemperar a ciertos países del Viejo Continente, que, por fortuna, cada día están saliendo del marasmo en el que se encontraban. Esta nueva generación de venezolanos ha dado, en fin, muestras importantes del material humano del que está hecha y, si algún día cesa la horrible noche, tendrá en sus manos la responsabilidad de reconstruir un país del que por ahora solo quedan pedazos y mucho dolor. Las celdas, sin embargo, no han quedado desocupadas. Unos han logrado salir, pero cada día son reemplazados por otros detenidos en las mismas condiciones: acusados de fraguar atentados que solo caben en el delirio de Maduro y de Cabello, y de dañar el orden institucional de la ‘República Bolivariana’ como si en la dictadura de Maduro todavía quedaran instituciones. Por mencionar alguno de cientos que están en esta situación, hablemos del cantante Michael Alfredo Vargas, injustamente detenido desde 2017 por el solo hecho de hacer oír su voz. Esta nueva generación de venezolanos ha dado, en fin, muestras importantes del material humano del que está hecha y, si algún día cesa la horrible noche, tendrá en sus manos la responsabilidad de reconstruir un país del que por ahora solo quedan pedazos y mucho dolor. Puede leer: En busca de gobernabilidad A sus 36 años, Juan Guaidó logró concitar a los Leopoldos, María Corinas, Capriles y Ledezmas, quienes por fin coincidieron después de años de división en la oposición venezolana, cuyos desacuerdos, hay que decirlo, también le dieron algo de oxígeno al dictador Maduro. Ahora es este joven el que tiene al mundo reconociéndolo como presidente legítimo de Venezuela y, en él, reconociendo la más grave crisis humanitaria de nuestros tiempos; una que nos golpea de manera directa y frente a la cual no podemos resultar indiferentes. El joven Lorent, que ya tiene 30, después de vivir los últimos cuatro años tras las rejas por crímenes que nunca cometió y sin que fuera vencido en un juicio que tampoco nunca se dio, volvió a Bogotá esta semana con un mensaje poderoso que ha llevado también a España, Chile y México: no dejemos de contemplar lo que está pasando en Venezuela; no nos acostumbremos. Si perdemos la capacidad de asombro frente a los atropellos de Maduro, estaremos perdidos. Le recomendamos: Santrich 1 – Estado De Derecho 0 Lo que la juventud venezolana dentro y fuera de ese país está pidiendo es que no los dejemos solos, y, con su ejemplo, están logrando lo que los más viejos no habían podido hasta ahora: emprender acciones distintas para lograr resultados diferentes; levantarse y nunca rendirse. Guaidó, Saleh y todos los demás de su generación están tocando a nuestra puerta para que los apoyemos en su lucha. Bravo por ellos, y ojalá el final, esta vez, sí esté cerca.