En 1999 el gobierno de Guatemala realizó una consulta popular para refrendar las reformas constitucionales que habían emanado del proceso de paz con la guerrilla que le ponía fin a un conflicto de 30 años. Y aunque resulte increíble, ganó el NO. En realidad, ganó la abstención, pues apenas votó el 18% de la gente y una leve mayoría dio al traste con la apuesta de cambios políticos que se habían pactado en la mesa de diálogo. Estas enmiendas a la Constitución buscaban romperle el espinazo al militarismo, a la profunda desigualdad social y al racismo atávico que imperaban en ese país. Protagonistas de este proceso de paz que pasaron por Bogotá recientemente describieron así el coctel molotov que desembocó en este resultado:Primero, tanto el Estado como la guerrilla estaban débiles, alejados del movimiento social y de la opinión pública. No hubo información suficiente, ni se pudo transformar la apatía que despertaba la negociación. La izquierda no tenía liderazgo y su campaña a favor del sí no tuvo suficiente eco.Segundo, los acuerdos versaban sobre lo divino y lo humano. Los ocho puntos sustantivos que salieron de la mesa se convirtieron en 55 enmiendas a la Constitución. Mucha gente no entendió qué era lo que iban a votar. Otra parte de la opinión pública, quizá más informada, consideraba que la consulta era una colcha de retazos, un manoseo a la Constitución, y que hubiese sido mejor citar a una Asamblea Constituyente.Tercero, sectores claves de la sociedad y de las víctimas estuvieron al margen de los acuerdos. Aunque hubo una asamblea de la sociedad civil, esta fue un espacio más de catarsis que de verdadera incidencia en la mesa. Y sectores como los empresarios, que le seguían apostando a la guerra, usaron su poder de veto. En ese terreno abonado por la desconfianza y el escepticismo, la derecha recalcitrante hizo su campaña por el NO. Logró meterles miedo a los ciudadanos de a pie con ideas tan extremas, como que se acabarían las Fuerzas Militares. La mayor parte de los votos negativos provino de los sectores urbanos. La guerra había sido una experiencia demasiado rural, demasiado lejana como para que los habitantes de la capital le apostaran a un cambio del estatus quo. ¿Algún parecido con nuestra realidad? El lamentable resultado de aquel referendo es que muchos guatemaltecos dicen que hoy el país está peor que cuando había guerra. El balance de derechos humanos sigue siendo crítico porque la doctrina contrainsurgente de las Fuerzas Militares se dejó intacta. Y en ese ambiente de violencia residual, el crimen organizado se empoderó como nunca.Hoy la URNG, guerrilla que negoció la paz, es insignificante en el escenario político de Guatemala. Sus principales dirigentes murieron por causas naturales, poco después de dejar las armas. Al igual que aquí, le apostaron a la paz en el ocaso de sus vidas.En general, los procedimientos para la dejación de armas y la reincorporación a la vida civil de los combatientes funcionaron bien y esa parte de los acuerdos se cumplió. Pero los aspectos que apuntaban a superar las causas del conflicto –la desigualdad, la impunidad, la discriminación y la violencia oficial–, que requerían cambios en el sistema político y social, no se han cumplido hasta ahora. Desde ese punto de vista, la paz de Guatemala es un fracaso.Tristemente, hay quienes sueñan con repetir esa historia en Colombia. Twitter:@martaruiz66