Para interpretar la guerra de tierra arrasada que se está viviendo en Ucrania en pleno siglo XXI, hay que preguntarse, primero, cómo se llegó a todo esto. Y uno puede pensar en términos psiquiátricos, como lo hiciera Erich Fromm al trazar el retrato de Hitler o Himmler, y ahora Putin. Personalidades necrófilas, culto a la violencia y la fuerza. Pero no es suficiente, porque aquí lo que hay es una fría racionalidad expansionista. Un cálculo basado en la lógica de las grandes potencias. Pedro el Grande, el zar Alejandro, es decir, la identidad de Rusia que, bajo el comunismo o sin él, siempre ha sido un imperio. Tras la Guerra Fría, Putin se da a la tarea de reconstruir ese imperio.
Transnistria fue la cuota inicial, pero luego se va armando el rompecabezas con Abjasia, Osetia, Chechenia, Siria, Crimea, Donetsk, Lugansk, y, en enero de este año, la operación de estabilización en Kazajistán.
Dicho de otro modo, Ucrania es apenas una ficha más del dominó que puede continuar fácilmente con Georgia, Moldavia y hasta Finlandia si no se le pone freno.
Porque lo importante es que en todas esas agresiones lo que ha fallado es el freno, esto es, la disuasión. Y Ucrania es el mejor ejemplo de la disuasión fallida.
Madre y maestra de las cuestiones estratégicas, la disuasión consiste en que el adversario se contenga de lanzar un ataque por la sencilla razón de que, si ataca, incurriría en costos muy superiores a los de permanecer en su sitio.
Y eso es lo que nunca se ha logrado frente a Putin. En concreto, los aliados occidentales sabían que Rusia invadiría, pero no hicieron nada realmente decisivo para impedirlo.
Incluso, pocos días antes del asalto, el secretario de Estado norteamericano, Antony J. Blinken, dio a conocer un libreto de cuatro puntos en el que describía a la perfección los pasos que el Kremlin daría para desembocar en el ataque.
Y eso fue exactamente lo que sucedió, dejando claro lo catastrófico que puede ser extralimitarse en el uso público de la información de inteligencia.
Adicionalmente, Occidente confiaba en que, al amenazar a Putin con megasanciones económicas, él se inhibiría. Pero sucedió todo lo contrario: estaba preparado, supo absorberlas, y ahora tiene a los europeos pendiendo de un hilo, a punto de cortarles el gas con el que sobreviven diariamente si no le pagan en rublos y de acuerdo con sus condiciones.
En otras palabras, los disuasores han resultado disuadidos, en una especie de macabro efecto bumerán, un repentino impacto paradójico.
Lo otro que hay que preguntarse es cómo se puede salir de todo esto. Y lo más lógico es pensar en las negociaciones. Pero, lejos de resolverse, el problema parece agravarse, porque surgen más interrogantes que respuestas.
¿Ucrania tendría que rendirse antes de aspirar a un cese el fuego? ¿Rusia retiraría sus tropas en caso de que Ucrania se rindiera?
Si los rusos exigen la desmilitarización y la neutralidad de Kiev, ¿eso significa que el país no podría disponer de fuerzas propias, aun cuando renunciara a pertenecer a la Otan y a recibir asistencia extranjera?
En materia territorial, ¿los ucranianos tendrían que aceptar la división del país en dos partes, una al oeste del río Dniéper, relativamente libre, y la otra bajo el control de Moscú, incluyendo los puertos en el mar Negro y en el mar de Azov?
Y si, después de todo, Ucrania claudicara a cambio de que un grupo de países selectos garantizase su seguridad bajo la misma lógica del artículo 5 del tratado constitutivo de la Otan, o sea, bajo el criterio de respuesta colectiva automática ante una agresión, ¿quiénes estarían verdaderamente dispuestos a defenderla, es decir, a entrar en guerra con Rusia si a Moscú se le ocurriera volver a reprimir al país?
En resumen, Rusia incrementará sus ataques sobre la población civil para doblegar la resistencia y acelerar el proceso de negociación a su favor, al tiempo que fortalecerá su asociación autocrática con China para expandir aún más ese bloque imperial, que hasta ahora no ha encontrado ningún obstáculo por el camino.Y los aliados occidentales tendrán que esforzarse al máximo para que la nueva “brújula estratégica” europea y el próximo “concepto estratégico” de la Otan funcionen armoniosa y drásticamente a ver si por fin es posible lograr algún tipo de equilibrio de poder mundial.