No hay duda. La máxima prueba del retorno a la vida civil por parte de la guerrilla colombiana la dio el EPL la semana pasada, cuando su líder, Oscar William Calvo se estrelló borracho en la Avenida Caracas de Bogotá. Pero otros grupos guerrilleros también le han hecho concesiones, aunque menos aparatosas, a la cotidianeidad nacional, principalmente a través de dos libros, que no provienen, precisamente, de imprentas clandestinas, sino que fueron impresos en dos burguesas, muy burguesas editoriales colombianas: "La oveja negra" y "Editorial Planeta". Del primero de ellos es autor el ideólogo de las FARC, Jacobo Arenas. Del segundo Rosemberg Pabón, el tristemente célebre "Comandante Uno" del operativo del M-19 contra la sede diplomática dominicana.Este intento de incursión literaria por parte de miembros de los dos más importantes grupos guerrilleros colombianos no debe pasar inadvertido. En primer lugar porque sus autores pudieron haber tenido la acertada voluntad de reforzar su actividad bélica con un amago de trascendencia ideológica. En segundo lugar porque es evidente que no lo lograron.Según cuenta María Teresa Herrán en "El Espectador", Jacobo Arenas realizó "un intento de libro" en el que aventura como cronista, escritor de obras de teatro y poeta, aunque sobre esto último la columnista es enfática en afirmar que "por fortuna no siguió esta vocación literaria". Hasta razón tendría. No Ma. Teresa sino Arenas cuando tomó la decisión de no hacerse poeta sino revolucionario.En contraste, puede afirmarse que el libro de Rosemberg Pabón, "Así nos tomamos la embajada" fue escrito sin tantas veleidades literarias. Es simplemente el recuento ameno y terriblemente ingenuo, de los detalles de la que el autor del libro considera que es (y quizás que será) la principal hazaña de su vida, salpicada de anécdotas que hasta hoy se habían mantenido inéditas. Por ejemplo, la visita realizada a un elegante restaurante de Bogotá efectuada días antes del operativo guerrillero, con el propósito de que quienes iban a participar en él se entrenaran como invitados de la embajada; en esa oportunidad uno de ellos estuvo a punto de echarlo todo a perder, cuando procedió a pagar la cuenta del establecimiento sacando la plata... ¡de un "joto" de periódico!. O cuando, ya en la puerta de la sede diplomática, uno de los guerrilleros agradece al portero que le franquea la entrada como sólo se habria atrevido a hacerlo uno de los seudo-oligarcas de la telenovela Notas de Sociedad: diciéndole "Gracias, caballero". O cuando el "Comandante Uno" le dispara repetidas veces a un espejo, pensando que su propia figura disparaba contra él: "Me maté yo mismo.. estaba bien de reflejos, ¿oyó?". O cuando se reunieron a escoger el atuendo que les permitiría acercarse sin despertar sospechas a la sede diplomática, llegando al exquisito grado de sofisticación de seleccionar sudaderas verdes "porque el verde es un color que tranquiliza mirarlo".Pero, más importante que el conjunto de estas anécdotas es la descripción inconsciente que hace el autor, a través del recuento de su propia experiencia, del caldo de cultivo prototipo del guerrillero colombiano: nace pobre, crece sin oportunidades y termina refugiándose laboralmente en el magisterio, donde el que no tiene aptitudes revolucionarias termina adquiriéndolas la primera vez que se ve obligado a participar en un paro para cobrar su quincena. En algún momento intermedio escoge el camino marxista-leninista matriculándose en un partido institucional de izquierda, y luego, indefectiblemente, se desilusiona de sus alternativas políticas. Finalmente termina aceptando la primera posibilidad seria de pelea que le ofrezcan, aunque esta no garantice la coherencia ideológica. Rosemberg cuenta que, precisamente, "los primeros documentos del M-19 hablaban de una guerra popular de democracia, de lucha armada, de lucha ilegal. Para ponernos de acuerdo mezclábamos una cosa con otra". Pero, según Rosemberg, al guerrillero no parece importarle este "despelote" ideológico. "El revolucionario se alimenta de sus vivencias: del amor por la gente, del coraje, de las ganas de pelear". Pero así como le resulta de corta a Pabón esta profundización sobre la mentalidad del guerrillero, le resulta al mismo tiempo de larga la concesión que involuntariamente, y quizás por motivo de su propia ingenuidad, le hace al gobierno de Turbay Ayala.La principal crítica del libro al ex presidente es precisamente la de no haberse dejado "mangonear" por la presión política interna y externa que creaba la retención de los diplomáticos. Y aunque en varias oportunidades Pabón aclara que el objetivo inicial era el de negociar la libertad de los embajadores por la de varios miembros del M-19 que se encontraban en prisión, los guerrilleros finalmente aceptan salir del país habiendo canjeado la voluntad de liberar a sus compañeros... por un jugoso rescate.Esta decisión intenta disculparla Pabón a través del deseo supuestamente expresado por Jaime Bateman de que pusieran fin al operativo, pues ya los objetivos publicitarios de la toma se habían logrado. Pero no hay duda de que el final feliz del episodio se debió principalmente al hábil proceso dilatorio aplicado por el gobierno de Turbay. El mismo autor reconoce que la toma no se habría podido prolongar mucho tiempo más. "Los rehenes estaban. exasperados y nerviosos. (...). No veían señales de avance, desconfiaban de las intenciones de Turbay (...). Los jefes de comando me decían que ya notaban cansancio en mi gente. Que no estaban dando el ciento por ciento".En general, el libro de Pabón se deja leer, pero sólo trascienden algunas interesantes anécdotas y una serie de cositas que el lector puede llegar a concluir en contra de la voluntad del autor. Pero, en cualquier caso, intentar integrarse a la vida civil escribiendo un libro resulta siempre mejor que estrellarse borracho en la Avenida Caracas. Y aunque ni Arenas ni Pabón logran dejar a través de estos libros un legado ideológico de importancia, lo mínimo que podemos hacer, en aras de la concreción de la paz, es proponerle al país que les abone el esfuerzo, a la editorial que se los pague y al futuro que les depare más trascendentales incursiones literarias.