Gustavo Bolívar renunció a su curul el pasado 31 de diciembre. Pese a lo extremo de la fecha, este hecho sorprendió a pocos, pues se sabe desde hace largo tiempo que Bolívar venía incómodo en su puesto como congresista. Según había dicho meses atrás, el salario que percibía en dicha corporación “no le alcanzaba para sobrevivir”, razón por la cual esperaba volver a las grandes producciones audiovisuales, mundo donde saltó a la fama por sus narconovelas hace algunos años.

Sin embargo, no hay que tener dos dedos de frente para saber que la motivación real de su renuncia al Congreso es la de perseguir la Alcaldía de Bogotá. Él mismo lo confirmó en el hilo de Twitter donde anunciaba su renuncia: “De aceptar el reto de competir por la alcaldía les diría ‘Ud. y yo cambiamos a Bogotá', yo pongo mi trabajo honrado, mi creatividad y la pasión q siempre le meto a mis proyectos…” (SIC).

Considerando que es un puesto en el que ganaría aún menos dinero que como congresista, y que toda su carrera se ha basado en odiar a la clase política, y que además posee poca o nula experiencia en temas de la capital, es un hecho que no deja de impresionar por su osadía.

Digámoslo de una vez: Gustavo Bolívar no reúne las condiciones académicas, éticas y políticas para ser alcalde de Bogotá. Su corta experiencia con nuestra ciudad se limita a la presunta relación que tiene con la primera línea, grupo que provocó destrucción a lo ancho y largo de la capital, sobre todo en el Portal Américas. Más allá de eso, Bolívar no puede ofrecer nada para solucionar los agudos problemas estructurales que tiene Bogotá.

Incluso si ante los tribunales no logra demostrarse una relación directa de Bolívar con la primera línea, todos sabemos que es su principal defensor hasta el punto de comprarles cascos para sus batallas vandálicas contra la fuerza pública.

Los habitantes de Kennedy no pueden olvidar que el Portal Américas fue paralizado por meses, y que el vacío de poder provocado por la primera línea generó el empoderamiento de jíbaros, asesinos y abusadores. No se puede olvidar jamás que la primera línea asesinó a civiles en esta zona de la ciudad, como fue el caso del motociclista Camilo Vélez. ¿Qué les podría decir hoy Bolívar a esas dos millones de personas que sienten auténtico terror por la primera línea en Kennedy? Lo mismo que le podría decir al resto de bogotanos: nada.

Y es que esta es una ciudad donde 9 de cada 10 ciudadanos se sienten inseguros. Ante tal panorama, una relación de trabajo en equipo con la Policía es vital. Sin embargo, Gustavo Bolívar no baja a nuestros policías de “cerdos”, reproduciendo un discurso de odio contra la fuerza pública que deja en entredicho el eventual trabajo que podría adelantar con la Metropolitana de Bogotá para atacar a la inseguridad que nos aqueja.

En cuanto a la movilidad, el otro gran problema estructural que afecta a Bogotá, de Bolívar solo puede esperarse que sea un agente pasivo de Petro en su afán de paralizar la primera línea del metro de la ciudad por mero capricho. Elegir a Bolívar como alcalde sería condenar a la ciudad a una década más sin metro, mientras el proyecto se termina de estructurar a complacencia del presidente.

Y de TransMilenio ni hablar: como se dijo antes, la única presunta experiencia previa de Bolívar en esta materia son todos los portales y estaciones destruidos por la primera línea a la que él dotó de cascos. Revisando sus redes y noticias, es imposible hallar, por ejemplo, declaración alguna donde exponga herramientas para reducir el déficit del FET o la inseguridad en este sistema utilizado hoy por casi 2 millones de ciudadanos.

Él fue sincero y habló de “trabajo honrado, mi creatividad y la pasión”; suena bastante bien, pero es lo mínimo que se espera de un político: honestidad, dedicación e inteligencia para solucionar problemas. Pero un cargo como el de alcalde requiere algo más que aptitudes morales obvias. En su paso por el legislativo, de Bolívar se conocen proyectos como el de legalizar la marihuana. Más allá de eso no hay nada.

Bogotá no es una ciudad que requiere de muchas cosas virtuosas para solucionar sus problemas. No se le puede aplicar la lógica de las narconovelas, donde los personajes siempre eligen el camino del hampa y del dinero fácil para conseguir sus fines. Aquí los problemas son reales y su solución requiere de una auténtica decisión política de largo plazo. Todo lo que nos caracteriza como una buena ciudad ha sido construido por distintas administraciones bajo este criterio; todo lo que nos aqueja como una ciudad con problemas, responde a caprichos individualistas y corrupción. ¿En qué lado pondrían los lectores de esta columna al exsenador del Pacto Histórico? Yo respondo: poner a Gustavo Bolívar en la Alcaldía de Bogotá sería una auténtica novela de terror.