Quería escuchar de ellos que las equivocaciones ocurren y que no existe nada ni nadie perfecto y, la verdad, debo confesar que fue difícil que lo dijeran.

Creo que al final yo decidí escuchar e interpretar que todos nos equivocamos y frustramos alguna o muchas veces en la vida. Les costó tanto llegar a eso que entendí el nivel de exigencia que tienen con ellos mismos. Son exitosos, sí, pero en su ADN no existe la palabra fracaso, existe una mirada para entender que hay tropiezos, pero que lo tienen tan normalizado que ya no les duele tanto.

La práctica me mostraba entonces que los emprendedores desarrollan un estilo de trabajo y de ver la vida que no da pie a quedarse en el duelo. Entrenan de tal forma el músculo de la resiliencia que hay dos opciones únicas: o no duele o el dolor pasa rápido con un poco de hielo.

Los emprendedores son seres de aguante máximo. Arrancar a hacer empresa no es para todo el mundo. Hay que incomodarse, entender que hay momentos de inestabilidad y que al final todos, incluso ellos, tienen jefes, otros seres humanos a los que hay que responder.

Me pregunté luego de escucharlos si los emprendedores, aquellos seres lanzados que encuentran que su propósito está en los caminos de la independencia, envidian en algún momento la vida corporativa. Esa vida ocupada pero glamurosa que pone un sueldo en tu cuenta cada mes. Después de pensarlo y de ver la grabación de este panel de emprendedores descubrí que no la extrañan, que su corazón no está amarrado a estos símbolos de éxito que se normalizan cuando haces parte de las grandes empresas.

Sin embargo, esta idea romanticona del emprendedor como un superhéroe que le dice adiós a la empresa tradicional tiene sus detalles detrás. Hay que prepararse. Un emprendedor, que de verdad quiere serlo, es como un atleta de alto desempeño.

Según El libro negro del emprendedor, de Fernando Trisa de Bes, el 90 % de las iniciativas emprendedoras fracasan, ya que, según el autor, hay algunos factores que hay que tener en cuenta de manera obligada para que la idea de negocio realmente funcione.

Se plantean entonces algunas variables como el carácter emprendedor, los socios, el modelo de negocio, el sector escogido, el equilibrio personal y la gestión de crecimiento. Si vemos, es evidente que hay variables de mercado especificas donde es obvio que el producto debe tener un segmento claro y una estrategia. Pero hay factores que van atrás, donde está la estabilidad emocional, la decisión de con quién trabajar y una pregunta que se plantea de manera no tan evidente: ¿cuál es mi motivo para emprender?

He conocido casos en los que el emprendimiento es obligado. Estos personajes que deciden montar negocio porque es moda o por la rebeldía de no ir a la oficina seguramente van a ver más difícil el camino. También he conocido los que yo llamaría claros y firmes y son aquellos que por nada del mundo quieren emprender. Prefieren la seguridad de tener su sueldo fijo cada mes.

En la vida, creo yo, hay que querer lo que se hace y hacer lo que se quiere. Meterles ganas a las mañanas de los lunes con el propio emprendimiento o en una organización no debe ser negociable. Prepararse para ser el mejor en lo que se hace o al menos para tratar de serlo implica tener un par de hábitos que los encuentras en intersección en lo que sea que trabajes, actitud y disciplina.

Si existe la actitud correcta con la disciplina, que implica insistir, persistir, pararse después de las caídas y, además, meterle actitud positiva a lo que haces, la vida fluye. Les aseguro que fluye mejor.

Así que para los emprendedores que tienen esta vocación, mis respetos por su aguante, su decisión y su entrenamiento permanente al aprendizaje.

“El triunfo del verdadero hombre surge de las cenizas del error”, Pablo Neruda.