En el candente debate por el descuadre fiscal del gobierno Petro en relación con los monumentales compromisos de gasto incluidos en el presupuesto general de la nación 2024 y la caída abrupta de los recaudos percibidos por la Dian en lo corrido del año, me he encontrado con varias reveladoras sorpresas en las posturas de tirios y troyanos.
Por una parte, la opinión se ha concentrado en fustigar al mediático y vanidoso director saliente de la Dian, alias don Taxes, por haber engatusado a sus superiores, el presidente de la República y el Ministro de Hacienda, con la promesa de cerca de 10 billones de ingresos fiscales en 2024 mediante arbitrajes tributarios, sin que existiera ni la ley que amparara la figura ni la monumental estructura arbitral especializada en tributario que asumiera la revisión judicial de miles de procesos.
El ridículo y trivial señor impuestos pecó de brutal deshonestidad al ser cuestionado por la inviabilidad de su idea, diciendo que era culpa del congreso que no le aprobó la ley y que era culpa del Confis que le habían entendido mal su idea.
La realidad es que a quien debe fustigarse es al ministro de hacienda y al presidente por andar creyendo pendejadas como la promesa del recaudo arbitral del director de la DIAN.
Por otra parte, el exministro Ocampo, adorado y reverenciado por el establecimiento periodístico lopista samperista colombiano, ha logrado pasar de agache ante las desastrosas consecuencias de la reforma tributaria 2022 que gestó y parió en el congreso para la gloria de Gustavo Petro.
Ocampo es igual de deshonesto que don Taxes. Recorre el país de conferencista pago, alternando con su cátedra de marxismo económico en la universidad de Columbia en Nueva York, sin que se le suba la sangre a la cara. Deshonesto y sinvergüenza es incapaz de admitir que su reforma, diseñada y promovida por él, le rompió el eje a la reactivación económica pospandemia, afectando toda la economía y más gravemente al sector minero-energético, al ahorro y a la inversión productiva, llevándonos a lo que no es otra cosa que una recesión material de la economía en 2023 y en lo que va de 2024, principal causa de la abrupta caída del recaudo fiscal del nivel central.
Nada es culpa de Ocampo y sus áulicos en los gremios, la prensa y el mismo empresariado, de manera increíble, lo siguen laudando en lugar de condenarlo a la vergüenza pública, ponerle las orejas de burro y mandarlo al rincón del olvido académico y burocrático.
Y los grandes gurús de la economía, liderados por los exministros de hacienda, en viudez de poder, reclamando méritos y autoridad a pesar de sus fracasos, errores y mentiras del pasado, protagonistas de todas las entrevistas, pontifican, señalan y condenan al actual ministro por hacer lo mismo que ellos hicieron en los cerca de 20 años en que estuvieron al mando del presupuesto: gastar más de lo que entra.
Los exministros hoy pontificantes, también son deshonestos porque fueron todos violadores recurrentes de la regla fiscal y se anotaron más de una decena de reformas tributarias que han llevado, golpe a golpe, a la inviabilidad de muchas industrias nacionales y a la pérdida gravísima de competitividad de nuestra marchita y limitada economía.
La honestidad no es solo una virtud moral, es parte esencial del capital humano y es un factor determinante para el crecimiento económico. Promueve la confianza, la confiabilidad, permite la supervivencia y la solidaridad.
Sin la honestidad en nuestros líderes y en el estado, sin integridad en el sistema judicial, se inhibe la economía de manera definitiva.
Si el estado no cultiva la honestidad y promueve las conductas morales y castiga las inmorales, se destruye la posibilidad del desarrollo que necesita Colombia para superar la pobreza, competir y traer prosperidad a todas las capas de la sociedad.
Pero el debate sobre la reactivación económica no toca este punto.
No se toca porque quienes hoy le ofrecen al gobierno consejos para reactivar la economía no pueden hablar de honestidad porque cuando tuvieron su turno no fueron honestos, y a la manera de Ocampo, no lo son hoy cuando critican en Petro y su equipo económico lo mismo que hicieron cuando tuvieron el poder. Entregados todos de siempre a la expansión fiscal populista y facilista, creando compromisos irresponsables, construyendo un estado glotón e inflexible en el gasto definido por su ineficacia grosera en el desarrollo de su misión y pasivo de la más obtusa corrupción, financiado siempre por la pretensión de meterle la mano al dril al sector productivo y a las personas naturales contribuyentes y formales y escurriendo el bulto a la hora de atacar la informalidad.
La reactivación vendrá cuando vuelva la honestidad al gobierno y ello es claramente imposible en el actual. Y esa reactivación será fuerte, si quienes nos gobiernan son consistentes en su honestidad, al punto de que retorne la confianza en el país y su economía, confianza que está rota, con más que justificada razón, desde el ascenso al poder del aspirante a tirano que nos gobierna. Y la reactivación que logremos será perdurable si cada uno de nosotros, como ciudadanos y como agentes económicos, nos apropiamos de la honestidad como posiblemente el más valioso capital social. Y debemos apropiarnos de la honestidad porque, hay que reconocerlo, somos deshonestos.