La fotografía es un helado testimonio de la manera distante en la que se llevaron a cabo las conversaciones entre la oposición venezolana y el régimen de Nicolás Maduro. La imagen, que pasó prácticamente desapercibida en el frenético andar de Colombia, la nación donde todo es escandaloso, pero nada es importante, mostraba a un lado a los representantes del régimen atornillado en el poder y en el otro, a los miembros de la llamada “Plataforma Unitaria de Venezuela”. Pero aunque el evento, en México y auspiciado por Noruega y Rusia, tuvo momentos muy difíciles, cerró con dos acuerdos preliminares, pero fundamentales, que abren las puertas a que eventualmente se puedan realizar elecciones libres en el vecino país. Buena noticia.
Primero, las delegaciones llegaron a un acuerdo sobre la ratificación y defensa de Venezuela a la Guayana Esequiba, un pleito con más de 180 años de historia. Y, segundo, las partes ratificaron la necesidad de proteger la economía de Venezuela y la atención social al pueblo.
Más allá de la verborrea que suele rodear todo lo que emana Maduro y su corte, tan difícil de entender cuando carecen de puntos aparte para diferenciar o priorizar sus ideas, lo sustancial es el hecho de que por fin los oponentes de dos interpretaciones políticas, económicas y sociales, completamente diametrales, se sentaron a discutir sobre el futuro de su país.
Lo anterior representa un verdadero reto sobre la manera en que Colombia ha venido sobrellevando la relación con su vecino principal. Y es que actualmente las cosas están tan distantes que ya nadie sabe a ciencia cierta quién y cuándo terminó con quién. Mientras Maduro hizo un anuncio rimbombante el 23 de febrero de 2019, señalando la ruptura de relaciones binacionales, ese mismo día, la vicepresidenta y ahora canciller, Marta Lucía Ramírez, recordó en redes sociales que Colombia no reconoce a Maduro como presidente desde el 9 de enero de ese año, día en que supuestamente terminó su mandato. Agregó que por esa razón sus actuaciones posteriores obedecían a la de un usurpador del poder.
Hay que reconocer que Colombia hizo todo para apoyar el cambio de régimen en Venezuela. Iván Duque se puso la camiseta del grupo de Lima y capitaneó todo un movimiento regional para apoyar a Juan Guaidó. Pero la realidad es que su protegido defraudó y no dio la talla para generar el cambio que se necesitaba. Ya sea por inexperiencia o la misma división de siempre en la oposición, el llamado presidente interino fracasó en su intentona de sentarse en Miraflores y, con su insuficiencia, arrastró el arma más fuerte con la que contaba el Gobierno colombiano para provocar un relevo definitivo en Caracas.
Obviamente Palacio se defenderá diciendo que hizo lo que correspondía y recordará que fue precisamente su insistencia la que llevó a las importantes sanciones que ha venido tomando Estados Unidos en contra del régimen venezolano. Asegurará que es su trabajo el que tiene precisamente a Washington a punto de declarar a Venezuela como un Estado que patrocina el terrorismo, pero la realidad es que poco o nada Colombia ha ganado con esta creciente tensión.
Para ponerlo en términos muy sencillos: la migración sigue siendo un problema, el narcotráfico no se ha detenido, las Farc lograron establecer su renacimiento delincuencial al otro lado de la frontera y los negocios binacionales siguen muertos. Es difícil verlo de otra manera.
Entonces, ¿para qué insistir en una estrategia que ni siquiera a los locales les ha funcionado? Ya la oposición en Venezuela está sentada en la mesa con el régimen. ¿No será hora de que en Colombia empecemos a hacer lo mismo? Hasta los peores enemigos se sientan y conversan. Recuerden que incluso en lo peor de la Guerra Fría había un teléfono rojo entre Moscú y Washington para ser usado en caso de emergencia.
Es importante revaluar nuestras estrategias con Venezuela. Una de las definiciones de estupidez que más me gusta es esa que dice que se trata de hacer lo mismo repetidamente esperando un resultado diferente. Respetuosamente, es hora de un cambio de estrategia.
P. D.: Karen Abudinen asumió el costo político del contrato en MinTIC. Ojalá esto no se quede solo en el escándalo, sino que se conozca de verdad quiénes y cómo se estaban robando la plata. Cada día es más claro que lo que hay debajo es todo un sistema de corrupción que tiene tentáculos en todo el aparato estatal.