Gilberto Ramírez y su esposa, Fabiola Báez, cumplieron 40 años de matrimonio y se dieron como regalo un viaje a Europa. Aterrizaron en Atenas en septiembre y al día siguiente abordaron el barco Norwegian Jade para visitar islas como Santorini, Miconos y Rodas. De regreso a Atenas, Gilberto sintió malestar general y mucho dolor de garganta. Llamó al teléfono de la compañía de seguros que tienen en Colombia y que también cubre la atención médica en viajes de turismo.

No le devolvieron la llamada. El hotel llamó un médico que llegó a la habitación, le hizo la prueba de covid, que resultó negativa, y le dijo que se cuidara la gripa. Pasado un día más seguía enfermo y lo llamaron de la aseguradora para preguntar si todavía necesitaba el servicio. Un médico fue al hotel a las 9:30 p. m., le hizo la prueba de covid, que resultó positiva, y le dijo que era necesario hospitalizarlo. Al poco tiempo llegó la ambulancia. Fabiola, que fue presidenta de Extrucol, productor de tubería, también resultó positiva, pero asintomática, y tuvo que quedarse en el hotel. Gilberto, que fue vicerrector de la Universidad Autónoma de Bucaramanga, estuvo tres días en el Hospital General de Atenas, llamado Gennimatas.

Entró con el temor natural de ser hospitalizado en el exterior. Y asustado porque, aunque a los 70 años su salud es buena, ha tenido en el pasado una marcada tendencia a gripas muy fuertes que lo obligan a guardar cama. Todo salió bien, descubrió que ese hospital público era ejemplar, y para matar el tiempo escribió este diario en un bloc que le regaló una enfermera: “En el trayecto en la ambulancia, solo en la camilla, pienso que si empeoro y voy a la UCI no volveré para contarlo. Me tranquiliza que la póliza cubre traslado mortuorio y Fabiola no tendría un dolor de cabeza adicional a contarles a las niñas. Me llevan a rayos X, con otros dos pacientes.

Los tres positivos. La habitación es de 7 x 5 impecablemente limpia, baño impoluto, sin ducha. El desayuno: 4 tostadas, mermelada y té. El hospital de Atenas es público, pero no se parece en nada al HUS (Hospital Universitario de Santander): limpieza total, comida servida en empaques biodegradables, papel abundante en los baños, el paciente no tiene que traer nada ni comprar nada, asepsia total. Casi todo el personal, desde médicos y enfermeras, hasta auxiliares médicos y de aseo, hablan inglés, perfecto los primeros y básico los segundos. Pregunto por las visitas y la respuesta es tajante: no es posible. Pero aparece el ángel de la guarda: una enfermera de nombre impronunciable, que me promete entregarle a Fabiola una nota y me regala un pequeño bloc. Largo rato después entra y me dice en inglés: ‘cálmese, su esposa ya viene, pero sea fuerte: no llore’.

En la tarde sentí que volví a ser yo en un 90 %. Fue por el Remdesivir, uno de los medicamentos que me aplicaron en urgencias y en la mañana siguiente. Otra vez desayuno con 4 tostadas, mermelada griega de manzanas y té. Me colocan en la cánula 100 cc. de Remdesivir. Una de las auxiliares hizo de traductora simultánea para que supiéramos cómo nos contagiamos. Uno no tiene ni idea, cómo ni cuándo; trabajó en las cuadrillas que asean los camarotes de los cruceros. El otro está seguro de que fue en la piñata de sus nietos. Vinieron con el carro de la ropa de cama: increíblemente dotado, pañales desechables, desinfectantes, fundas, sábanas. Cambiaron todo y preguntaron por incontinencias. Ninguno confesó alguna. La doctora jefa de piso nos revisó a los tres y nuestros resultados en forma muy minuciosa.

Los tres estamos casi listos para irnos mañana. El hombre del aseo de barcos lleno de emoción, pues cuando nos admitieron juntos, el primer médico dijo que por diabetes iría a la UCI. Llega la enfermera ángel, me presta su celular para una llamada con Fabiola por video. No vendrá, por consejo de la enfermera. Ella se llama Evi Stefanou. Yo espero ser quien vaya mañana. El servicio ha sido intachable. La hija del hombre de los barcos se coló a saludarlo contra toda norma (parecen colombianos). Está feliz porque esperaban lo peor por su insulinodependencia y no vacunado. El señor no cree en las vacunas. Se llama Dimitris Georgakas. El otro compañero que no habla inglés es ingeniero mecánico pensionado, se llama Stefanos. Pasamos media hora con Evi como traductora. Reímos mucho y contamos nuestras cuitas. Por la noche, Stefanos no está en la habitación. Salgo a investigar y lo han instalado en una habitación individual porque alguien en la suya ronca: yo. Sobreviví al covid. Ahora viviré con más intensidad el tiempo que me quede. Iré más al estadio, leeré más libros, iré a más conciertos, veré más películas buenas, disfrutaré más a mis tres amores y a la gente que quiero y me quiere. Allianz, la aseguradora, pagó todo. Se portaron muy bien”.