Hoy, antes de que termine el día, más de 1.400 hombres en el mundo habrán tomado la decisión de terminar con su vida. Muchos lo harán en silencio, sin que nadie haya sabido jamás el peso que cargaban. En Colombia, decenas de miles de hombres viven atrapados en las sombras de la adicción, intentando anestesiar un dolor que no saben cómo enfrentar.

Algunos buscarán refugio en sustancias como el alcohol; otros, en el trabajo, el ejercicio o la comida. Yo lo sé, porque fui uno de ellos. Recuerdo esa soledad, ese vacío en el medio del pecho que, a veces, se disfrazaba de fortaleza; esa máscara de ‘yo puedo’ que usé durante años. Desde afuera, todo parecía estar en orden: una carrera exitosa, una familia feliz, metas cumplidas. Pero por dentro… por dentro todo estaba roto.

Había un vacío en mí que no entendía, un dolor que no podía nombrar, que había aprendido a ignorar desde niño porque creí que así debía ser. Que eso era lo que se esperaba de mí: ser fuerte, callar sentimientos, ser autosuficiente. Ese dolor lo escondí como pude. Generaba un vacío que llené con logros, con excesos, con cualquier cosa que me permitiera no sentir. Que me anestesiara. Pero cuanto más lo escondía, más grande se hacía.

A veces, al final del día, cuando todo estaba en silencio, ese vacío me alcanzaba. Subía del pecho, se enredaba en la garganta hasta que las lágrimas aparecían sin control. Y ahí quedaba, enfrentándome a algo que no sabía qué era ni cómo enfrentarlo. Ahí estaba la culpa, y yo diciéndome que debía poder manejarlo solo, que era suficiente y que pedir ayuda sería admitir el fracaso.

No puedo olvidar el momento en que supe que ya no podía más. Fue el final de una sucesión de golpes anímicos, físicos, familiares y afectivos. Estaba atrapado en un cuarto oscuro, buscando desesperadamente una salida, sin encontrarla. Ese día, hace tres años, me di cuenta de que no podía seguir así. Llamé a alguien. Dije las palabras más difíciles de mi vida: “No puedo solo. Necesito ayuda”. Temblaba mientras lo decía; sentía vergüenza, sentía miedo. Ese miedo dio paso, unos días después, a una luz. Una luz de esperanza.

Hoy, tres años después, sigo aprendiendo a vivir, buscando ser la mejor versión de mí mismo. No fue fácil al principio. Enfrentar mi dolor fue como mirar un espejo que había evitado durante años. Pero aprendí que ese espejo no era mi enemigo, era la herramienta que necesitaba para empezar a sanar. Entendí que el problema nunca fue el alcohol, ni el trabajo, ni la comida, ni los excesos. El problema era el dolor que llevaba por dentro. Pedir ayuda fue renacer. Fue decirme a mí mismo que merecía vivir, que mi vida valía la pena.

Hoy, quiero hablarle a usted. Si está cansado, si siente que no hay salida, si el vacío parece insuperable: no está solo. Sé cómo se siente. Sé cuánto cuesta admitir que no podemos solos. Pero también sé que pedir ayuda puede ser el primer paso hacia una vida diferente. No perfecta, no libre de problemas, pero una vida en la que puede aprender a ser más amable consigo mismo. Una vida en la que puede sanar.

Si decide dar ese paso, será el día en que todo empiece a cambiar. Será el día en que empiece a reclamar su propia historia, una historia donde hay esperanza, fuerza y propósito. Entienda que no somos débiles por sentir. No somos menos por pedir ayuda. Somos humanos. Y en nuestra humanidad está la semilla de una vida más plena, con todas sus hermosas imperfecciones.

Si está leyendo esto y se siente atrapado, quiero que sepa que hay una salida; que hay personas dispuestas a escucharle, a caminar con usted; que su vida importa más de lo que ahora puede imaginar. Usted no está solo.

Hoy puede ser el día en que su vida cambie para siempre. Porque su vida importa. Porque usted merece descubrir lo que significa vivir de verdad. Hoy cambia todo porque empieza a integrar su vida. No se trata de balancear todo, y mucho menos de balance entre la luz y la oscuridad, sino de aceptar que ambas forman parte de usted.

Usted es lo que es y puede ser la mejor versión de sí mismo cada día. Hoy, puede dar el primer paso hacia una vida única e integrada, auténtica y llena de propósito. Me gustaría conocer sus opiniones sobre esta columna en @colmenaresymas.