La dramática caída en la opinión favorable del presidente Duque en las últimas encuestas tiene que ver, en buena medida, con la polémica propuesta de gravar con IVA toda la canasta familiar (algo a lo que él mismo se había opuesto de manera muy airada cuando era senador), y con las dificultades para manejar el debate sobre la financiación de la educación con los estudiantes, entre otras cosas. Pero más que esos puntos concretos, el origen de su caída es que el presidente, hasta ahora, no le ha marcado un norte claro a su gobierno, lo cual dificulta mucho enfrentar cada debate. Siempre lo vemos a la defensiva, bailando al paso que le marca el Congreso (incluida su propia bancada), los medios y las coyunturas del día a día. Independiente de si se está de acuerdo con lo que proponga o no, el gobierno debe ser mucho más claro en la dirección que le quiere dar al país. Cada presidente le ha presentado una idea a la opinión pública: con Gaviria, que se montó en la constituyente, fue claro el revolcón y la modernización que se le quiso imprimir al país; Samper (en el tiempo que le quedaba, cuando no estaba defendiéndose de las acusaciones de infiltración de dineros de la mafia a su campaña), planteó el pacto social como reacción a la apertura; a Pastrana lo recordamos por el proceso del Caguán y el Plan Colombia; a Uribe, por la seguridad democrática; y Santos, electo como heredero de Uribe, muy rápido usó la llave para abrir la puerta a un acuerdo de paz. En cambio, todavía es la hora que no sabemos cuál es la apuesta del presidente Duque. Hay muchos mensajes, muchos temas en la agenda, pero no hay norte. El discurso de la economía naranja pocos lo entienden y el mensaje de la llegada de una nueva generación de colombianos al gobierno tiene que traducirse en acciones, propuestas e ideas. Las posiciones del Gobierno en el Congreso son erráticas, los ministros no tienen, en su mayoría, liderazgo político y capacidad para impulsar agendas ante la opinión pública (al punto que en ocasiones salen a decir que opinan algo, pero a título personal) y no ayuda mucho esa actitud muy de campaña de reunirse con artistas todas las semanas. Ningún presidente, desde que se hacen encuestas de los primeros 100 días, había enfrentado una situación como esta. No es que la luna de miel haya sido corta, es que no la hubo. Sin embargo, todavía tiene oportunidad de corregir los errores del arranque. Y en eso el presidente tiene dos oportunidades que está dejando que se le escurran entre los dedos como arena: la lucha contra la corrupción y un pacto nacional por la educación. En las encuestas vemos que, de nuevo, el asunto que ocupa el primer lugar como principal problema de Colombia es la corrupción. Y los colombianos así lo demostramos al votar la consulta anticorrupción. Y más allá de la discusión sobre si los puntos de la consulta eran los más efectivos en esa lucha, lo que está claro es que los colombianos mandamos un mensaje contundente. Ese mensaje no ha tenido una respuesta igual de contundente por parte del gobierno. Es cierto, se presentó un paquete de medidas que están haciendo trámite. Pero no se puede decir que el gobierno se la esté jugando a fondo por esa agenda. ¿Por qué no hacer una jugada atrevida de replantear a fondo la manera como se financia la política? ¿Por qué no replantear la forma como se hace control fiscal en Colombia, en particular en las contralorías territoriales? ¿Por qué no apostarle a una reforma que lleve a que en Colombia no haya intocables, sepultando de una vez por todas esa inoperante Comisión de Acusaciones? Estas son apenas unas pocas de las muchas oportunidades que tiene el Gobierno para demostrar su compromiso con el tema, para que nos convenza de que es cierto eso de que se acabó la mermelada y que hay una verdadera voluntad de impulsar proyectos para poner fin a la corrupción. La coyuntura está dada. Sería un grave error que el presidente pierda la oportunidad. La otra apuesta, que no es excluyente, es la búsqueda de un gran pacto por la educación. Una reforma tributaria progresiva que tenga como objetivo promover ese pacto por la educación sería mucho más fácil de explicar y defender, en especial si de manera paralela se está intentando frenar el desangre del presupuesto público por la vía de la corrupción. Es comprensible que no se puede lograr acceso universal a la educación superior pública de la noche a la mañana. Pero con un pacto se puede marcar ese norte y la hoja de ruta para alcanzarlo. El presidente debería reunirse con los estudiantes y proponerles que juntos construyan esa hoja de ruta. Presidente, aún está a tiempo. No tiene el sol a sus espaldas. La clave es que responda la pregunta que hizo Michael Reid, editor senior de The Economist en una entrevista con Ricardo Ávila en Portafolio: “¿Cuál es su propósito presidente Duque? Estoy seguro de que a los colombianos les gustaría saber”.