No es casualidad que donde impera la inequidad se desperdicie el potencial de desarrollo de las personas, las comunidades y las empresas. En Colombia, hay un círculo vicioso muy arraigado de inequidad e improductividad, movido por cuatro poderosos motores. La concentración del poder político y económico es el primero de esos motores.
La concentración del poder implica inequidad y es dañina para la productividad porque quienes detentan el poder usan los recursos que tienen a su disposición no para innovar o ser más eficientes, sino para extraer rentas del Estado y para aprovecharse de los trabajadores o los consumidores. La concentración de poder puede ocurrir por canales lícitos e institucionales, como es la financiación de campañas políticas y el cabildeo, o como es la influencia de las organizaciones sindicales en la legislación laboral. Puede contar incluso con amplio apoyo social; por ejemplo, cuando una élite étnica o religiosa controla el poder o cuando hay una cultura machista que legitima el dominio de los hombres sobre las mujeres.
El segundo motor que perpetúa el círculo vicioso de inequidad e improductividad es el enriquecimiento ilícito, es decir, la obtención de ingresos o activos mediante prácticas contrarias a la ley o sancionables por razones éticas. El enriquecimiento ilícito es dañino para la productividad porque toma recursos que podrían contribuir más a la generación de bienes y servicios valorados por la sociedad. Es dañino para la equidad cuando los ingresos o activos que se obtienen superan los que generarían en condiciones lícitas los mismos recursos. Entre las principales fuentes de enriquecimiento ilícito en Colombia están a) el narcotráfico, b) el contrabando y otras formas de lavado de divisas, c) el uso de influencias para la asignación de puestos y contratos, d) la evasión de impuestos, y e) la apropiación y explotación ilegal de tierras del Estado o las comunidades indígenas.
La educación de mala calidad es el mecanismo más profundo de reproducción del círculo vicioso de inequidad y desperdicio del potencial de desarrollo de las personas. La mala calidad de la educación es dañina para la productividad no solo porque reduce la posibilidad de generación de ingresos individuales, sino porque dificulta la cooperación y el respeto por las normas, que son esenciales para que los esfuerzos colectivos sean posibles y fructíferos. Es nociva para la equidad porque pone en desventaja a unos individuos frente a otros en las distintas dimensiones de la vida. En Colombia, la educación es tan segregada entre pobres y ricos y tan deficiente para los primeros que no corrige las desigualdades, sino que las agudiza.
El cuarto mecanismo de retroalimentación de la inequidad y la improductividad es la injusticia laboral, un fenómeno muy colombiano, que suele pasar ignorado. Los trabajadores sienten que hay inequidad en el trabajo cuando ven que sus esfuerzos no son reconocidos y recompensados lo mismo que los de otros trabajadores que son sus referentes. La inequidad en el trabajo es dañina para la productividad porque los individuos que perciben inequidad tienden a disminuir su esfuerzo laboral, a colaborar menos y a cambiar más frecuentemente de empleo. La inequidad en el trabajo puede tener muchas dimensiones más allá de la remuneración: tiene que ver con asuntos de género, con el respeto y apoyo que reciben los trabajadores, con qué tanto son tenidas en cuenta sus circunstancias y sus ideas, etcétera.
El hilo que conecta estos cuatro fenómenos es la cultura, entendida como el conjunto de valores, motivaciones e ideales que condicionan las relaciones de los individuos con sus familias, con su comunidad y con otros grupos de personas. La cultura es el combustible que mantiene en funcionamiento los cuatro motores. Es imposible romper el círculo vicioso de la inequidad y la improductividad sin cambiar la cultura. Esto implica que no bastan decisiones aisladas de política pública; es posible incluso que algunas medidas que buscan atacar aspectos específicos de estos problemas terminen en la práctica por reforzar la cultura que los sostiene.
Como la cultura es un asunto colectivo, para cambiarla se necesitan acciones coordinadas difíciles, pero no imposibles de desencadenar. En momentos críticos, en algunas sociedades los grandes desastres han propiciado cambios culturales favorables a la eficiencia y la equidad que habrían sido impensables en condiciones normales. El primer paso consiste en que líderes carismáticos y con autoridad moral reconozcan la gravedad de la situación y busquen el apoyo de amplios sectores de la sociedad para enfrentarla. n