Bienvenidos al futuro! Proclamó el recién elegido presidente César Gaviria hace 29 años. Tenia 43 años y se convertiría en uno de los presidentes más jóvenes y reformistas de nuestra historia. Hoy, en el gobierno del presidente Duque –más joven que Gaviria—y quien también encarnó la renovación generacional de la política colombiana, estamos viviendo el retorno al pasado. Bajo la égida de los sectores más conservadores de su coalición de gobierno, se están reabriendo debates que creíamos superados. El castigo a la dosis mínima de drogas se acompaña de la liberalización del porte de armas, basada en los grandes riesgos para los ciudadanos de bien, y su derecho a la defensa –la autodefensa. Se pone así en duda el principio esencial de que las armas deben ser monopolio del Estado y es deber del gobierno actuar para que así sea. Cuando a esto se suma el retorno de las redes de informantes como base de la seguridad, estamos reviviendo un coctel explosivo cuyos nefastos resultados todos deberíamos tener presentes. Otros quieren devolvernos al pasado al negar la existencia del conflicto armado. Miope aproximación que deja a nuestros militares desprotegidos frente al uso de armas y tácticas de guerra inaceptables sin la existencia de un adversario combatiente. Igualmente equivocado y contraproducente es el ataque orquestado y sistemático contra la Justicia Especial de Paz. Debilitar la instancia que permite dar un cierre judicial a las heridas del pasado, con garantías para todos los actores involucrados, es condenarnos a repetir los conflictos del pasado. Ya lo vivimos. En los años setenta los americanos nos impusieron la fumigación de la marihuana con el Paraquat. Casi acabamos con la Sierra Nevada por cuenta de su uso. Hoy cuando el mundo cuestiona los riesgos del uso incontrolable del glifosato por aspersión aérea, el gobierno está dispuesto a dar esa pelea para que Mister Trump no nos regañe. Volvemos al pasado. Otros proponen alegremente acabar con la libertad de cátedra y que haya una censura al contenido de cada clase para garantizar que la visión y la información que se imparte a nuestros hijos es consistente con la filosofía política de estos nuevos rectores de la moral. Esa ha sido la posición de los regímenes autoritarios de Cuba y Venezuela, tan justamente rechazados por los demócratas de todas partes del planeta. Los integristas religiosos siguen su diatriba contra los derechos de las minorías sexuales agitando el fantasma de la ideología de género, mientras que en el mundo millones de voces valientes se alzan contra la discriminación, la violencia sexual, el abuso de poder y por los derechos de la población LGTBI. Educar en el respeto a los derechos –los propios y los de los demás—es el mejor antídoto a la perpetuación de modelos de violencia de género y de agresión. El poco camino que hemos recorrido en ese frente como sociedad lo estamos poniendo en peligro por cuenta del discurso cavernario y la presión que buscan ejercer sobre el gobierno. Las elecciones y los primeros meses de gobierno nos dieron a muchos la esperanza de ver una renovación generacional y un mirada puesta en el futuro que nos permitiría seguir construyendo y avanzando en lugar de echar reversa y buldócer. La presión política que algunos pretenden ejercer resquebraja esa esperanza reformista. Necesitamos una agenda de futuro y esperanza, no de pasado y revancha. El presidente Duque está a tiempo de recuperarla.