Facebook está jugando sucio. Y ahora Instagram también. En los últimos días o tal vez desde hace pocas semanas, porque ya no es fácil seguir el tiempo, se han dedicado a mostrarme mi vida pasada. Mira lo que estabas haciendo hace dos años, comparte con tus amigos estás imágenes de agosto de 2017, comparte con tus amigos y familia estos momentos de abril de 2018, ¿Poly, recuerdas en qué andabas en mayo de 2019? En fin, están tratando nuevamente o, mejor, con especial ímpetu, falsearnos la realidad. Estos meses me he liberado del encierro gracias a las fotos que otros publican desde su propio confinamiento o de la mano de imágenes alucinantes de aves de todo el mundo, que siempre dan alas. También veo con los ojos de amigos fotógrafos su propio registro del encierro o del de otros, haciendo las veces de ventanas a esa realidad difícil de ver hace dos años o seis meses, si me guío por mi fototeca de Facebook o los registros de Instagram. Como vivo en un edificio con ventanas que solo ven el color del atardecer reflejado en los muros de ladrillo o en los ventanales de edificios vecinos, a veces he llamado a amigos que viven más arriba, contra los cerros o en pisos más altos y con vista al occidente, para que por favor me dejen ver el atardecer, me manden una foto del sol y los colores de las nubes bogotanas en esas puestas de sol que intuyo; así, como una presa que pide la imagen del mar que sabe que está ahí afuera, lo alcanza a oler y a sentir en el paladar, lo huele, pero no lo ve. Como todo en estos días, un atardecer virtual. Al darnos esa falsa sensación y provocar una tenue sonrisa frente a un pasado en movimiento y la creencia de un golpe de aire libre con horizonte, lo que realmente están haciendo es repandemizándonos, haciendo presentes estos cinco meses de encierro. Todo pasado en presente y la pared descascarada de enfrente como futuro visible. Ver tus recuerdos, insiste Facebook y mete su nariz algorítmica para dejarme frente a gente querida o que quise y me da jartera ver, en medio de paseos con familia y amigos o en trotes solitarios. En fin, definiendo lo que debe ser mi memoria, seleccionándome sin que yo pueda decir nada. Me asalta en mi propio pasado. La memoria es selectiva, dijo Borges alguna vez. O debe serlo, cada cual con sus propias películas. Pero las redes sociales se empeñan en querer ser nuestros editores, nuestros curadores del ayer o presentarse como el nuevo servicio de autoayuda para capotear el presente. Dentro de un año, a la hora de mostrarnos en lo que andamos hoy, no sé si Facebook e Instagram puedan relatar nuestras vidas ya no como como fueron, sino como dejaron de ser. Fotos que, por muy coloridas, siempre serán en sepia y estarán recubiertas por el fino celofán de la distancia.